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El mayor milagro de Simeone

   

El Atlético es el milagro resultante de la suma de los muchos milagros aplicados por Simeone. Una colección inagotable de detalles que ahora terminan en el fútbol vertical, insistente, batallador y arrollador de Diego Costa, un currante con destellos y números impensables de crack, aunque sin el calor de sus campañas de publicidad. Pero el imposible que mejor retrata la obra del Cholo es Raúl García, un misterio de nueve imprevisto que no son capaces de desentrañar ni los que ahora se ponen a decir ‘lo ves’.

Es verdad que Raúl García figuró en las alineaciones de los dos títulos que rompieron los largos años de sequía en el Atlético. Ahí estaba en la final de Hamburgo y en la de Mónaco, con Quique al volante, completando un doble pivote junto a Assunçao en donde la pelota quemaba y tendía a volar (aunque no tanto como en la era Aguirre). Pero por lo general fue un jugador poco dado para la creación, desacertado en la toma de decisiones y una máquina de regalar el balón o rifarlo. Desesperante para la hinchada. Le afectó además el mosquito del Calderón (copyright de Kiko Narváez), un mal que empequeñece y bloquea a determinados rojiblancos cuando juegan en casa. Cumplía mejor fuera, pero su caso no tenía solución: no es sólo que no funcionara, es que la grada no le soportaba.

En una de esas operaciones raras de Gil Marín, el futbolista fue renovado por tres temporadas pero para ser cedido a Osasuna. Y es verdad que en la tierra de donde había salido, como segundo delantero, se ganó a golpe de goles la oportunidad de volver. Aún así, la gente no le recuperó la fe ni le retiró la repelencia. Simeone recuerda cómo la pasada campaña hasta los taxistas le echaban en cara las titularidades ocasionales del navarro. “Porque me da gol”, respondía el entrenador.

Unos meses después, Raúl García es ovacionado en el Calderón. Hasta con insistencia y cánticos de fondo. Simeone ha logrado esconder sus defectos (que tienen que ver con el trámite, con las limitaciones de su juego) y ha potenciado sus virtudes, la finalización. Partiendo desde la derecha como falso centrocampista o ubicado directamente en el frente de ataque, saca petróleo de él dentro del área. Es un futbolista que desata un remate de cualquier escorzo, que manda la pelota con potencia con cualquier parte del cuerpo, no importa la postura. Le salen cañonazos sin necesidad de armar la pierna o tomar carrerilla. Y la dinamia que otros utilizaron para acercar el balón a la luna, el Cholo lo ha utilizado para perforar red.  

Simeone le ha colocado en el sitio que mejor le va, le ha reducido las misiones y le ha sobrecargado de motivación y confianza. Raúl García sigue sin brillar en la elaboración de la jugada (para eso están Koke, Arda y Filipe), pero aparece puntualmente para acabarla. No necesita ni insistir, a veces ve puerta al primer intento, como ante el Valencia: un zurdazo seco en un balón dividido que se encontró en el punto de penalti. Pero es capaz de cabecear, fuerte o colocado, de rematar de volea, de empujar a la red en escorzo, de buscar la escuadra a la media vuelta. Como le dijo el Cholo al taxista: da gol. Cada vez más. Cada vez menos ocho y más nueve. Raúl García, el mayor milagro de Simeone.

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