El Real Madrid tiene una excelente y amplia plantilla, que es lo principal en un equipo de fútbol, pero necesita sosiego. Sus incontables buenos jugadores le permiten salir airoso en casi todas las citas, pero sufre más de la cuenta porque recibe señales extrañas desde el banquillo y desde la grada.
Así, el primero que sembró la duda este sábado fue Zinedine Zidane. Pocos entendieron por qué el entrenador decidió premiar con la titularidad a James. ¿Lo merecía el colombiano antes que Isco o Asensio? Si James ha recuperado el buen tono, los españoles llevan dadon exhibiciones prodigiosas en sus últimas apariciones.
Este desconcierto en la alineación inicial y los discretos primero minutos del Madrid destaparon de nuevo la impaciencia del público del Santiago Bernabéu. El mumullo y los silbidos esporádicos que bajan desde la grada al césped no les sientan nada bien a los suyos.
Por eso Cristiano, que no se calla nada, dibujó una celebración del gol reivindicativa. Tras la alegría de manual, se paseó por el campo levantando ostensiblemente los brazos pidiendo ánimos al público.
La solicitud del portugués surtió un efecto limitado. Se jaleó de forma intermitente a los jugadores hasta que el paso de los minutos fue disolviendo esa débil fe madridista.
Alves cazó un penalti lanzado por Cristiano, el Valencia empezó a creer en sus opciones, y regresó el runrún a Chamartín. Hubo pitos para Benzema cuando fue sustituido, y a Parejo se le ocurrió empatar de un enorme derechazo. Parecía el acabose.
Sin embargo, este Madrid se ha acostumbrado a tirar del carro en solitario. Este excepcional grupo de futbolistas nunca se rinde, tienen la capacidad de abstraerse de todo lo que les rodea, y se saben letales en el suspiro final de cada partido.
Cuando peor pinta tiene el asunto, aparece alguno de ellos y decide. Esta vez le tocó a Marcelo. El brasileño marcó con la derecha, se besó el escudo y lanzó un mensaje al aire: aquí estamos y aquí seguimos.