Parecía fácil para Nico Rosberg, pero cuando te juegas un título mundial con una fiera como Lewis Hamilton no conviene fiarse. El inglés hizo todo lo humano y lo divino para intentar birlarle el campeonato a su compañero, pero este aguantó hasta el final.
Hamilton salía primero, así que tenía que ganar el GP de Abu Dabi, última carrera del año, y que Rosberg no subiera al podio. El alemán partía tras el, segundo, en la parrilla. En teoría, una carrera conservadora al volante del fiable Mercedes era suficiente.
EL plan de Hamilton era tan claro como sibilino: mantener el liderato, pero sin tirar tanto como para descolgar a los Ferrari y los Red Bull. Se trataba de permitir que Vertappen y Vettel pudieran adelantar a Rosberg, subir al podio y regalarle en título al inglés.
Fue una batalla psicológica a 300 km/h durante 55 vueltas. Rosberg aguantó y se proclamó merecido campeón del mundo.