Volviendo al tema de Letizia y recordando mi propia boda aún me maravillo (qué diría la gran Lola Flores) de la templanza que tuvo Letizia en su enlace. En mi boda que éramos todos plebeyos y “de casa” no pude dejar de emocionarme ni un momento y pasar de romper a llorar a reír a carcajadas en décimas de segundo. Por eso me sorprende la pasmosa tranquilidad que aparentaba Letizia (quizá la procesión fuera por dentro).
La boda de los ahora reyes empezó bien, salvo la lluvia, pero el vestido de Letizia era una obra de arte de la costura. Uno de los mejores en lo que se refiere a bodas reales y acompañado de un ramo precioso y cargado de un gran simbolismo. Como todo en esta vida es mejorable (ese cuello la escondía un poco y las mangas demasiado largas), pero el vestido era digno de una reina y pasará a la historia por su finura y elegancia.
Lo que tampoco me gustó el maquillaje. Demasiado natural. ¡Qué manía hay en España con maquillar a las novias tan poco! Es como si hubieran tenido miedo de sacarle más partido. La reina se pinta ahora muchísimo más y mejor.
Trapitos a parte y volviendo a la ceremonia, la verdad, que siendo Letizia una periodista tan expresiva, me esperaba un poco más de emoción en su boda. Está bien eso de mantener el tipo, pero ni una lagrimita, ni una sonrisa, ni una caricia a don Felipe. No sé, todo tan perfecto y medido que me resultó algo distante y muy teatralizado. Viendo en YouTube la secuencia del “sí quiero” Letizia parece la novia real más fría de la historia. Dicen las malas lenguas que para que tuviera los nervios bajo control le dieron tranquilizantes. Normal, porque eso de verse rodeada de más de mil invitados entre los que se encuentran los jefes de Estado de medio mundo, pues así, como que debe imponer más que un tribunal de oposición.
De todas formas, algo de espontaneidad se echó en falta en nuestros reyes, sobre todo, si comparamos nuestro enlace real con el que se celebró en Holanda entre Máxima y Guillermo Alejandro. Esa Máxima llorando al oír un tango argentino aún me pone los pelos como escarpias. Pero claro, ya sabemos que Máxima es mucha Máxima.
Por seguir con la frialdad de Letizia diré que el beso en el balcón fue uno de los más sosos que se recuerdan. A ver que no es cuestión de mostrar una efusividad desmedida impropia de la realeza, pero ese ósculo tan casto resultó muy antiguo para los tiempos que corren.
Menos mal que Letizia ha ido aprendiendo. Mucho más suelta y emotiva se la vio en la proclamación de su marido como rey, eso sí, siempre perfecta y sin salirse del guión.
#Letizia, la novia gélida https://t.co/bkQyH0yuDd
— Beatriz Castrillo (@BCastrillo) May 22, 2016