El sector biotecnológico español es pequeño, pero puede convertirse en uno de los nuevos motores de nuestra economía. La aportación que hacen las empresas 'biotech' al PIB de nuestro país crece a un ritmo siete veces superior que la media industrial española. Mientras que la aportación del sector de la construcción, por ejemplo, crece a un ritmo de un 8,7%, en el caso de los sectores 'biotech' el crecimiento es de un 31,3%.
El impacto económico de este pequeño sector se valora en casi 7.000 millones de euros de PIB, lo que supone un 0,7% del total nacional. Llama la atención esta capacidad de generar valor debido a que se trata de un clúster de compañías muy especializadas, en su mayoría con pocos trabajadores y prácticamente desaparecidas de la opinión pública.
Según los últimos datos disponibles, el año pasado el número de empresas biotecnológicas españolas ascendía a 713, de las cuales más del 80% son pequeñas empresas con menos de 50 empleados. De hecho, el 54% de ellas apenas llegan a los 10 trabajadores. Son pocas, pero hacen mucho ruido, y como consecuencia, reclaman más ayudas públicas.
A pesar de la falta de financiación real e incentivos que reciben por parte de los poderes públicos, la inversión de las empresas privadas es más que destacable
“Una de las principales cuestiones que siempre surgen es por qué no hay más inversión privada, en vez de reclamar ayuda por parte de las autoridades”, apunta Ion Arocena, director general de Asebio, la Asociación Española de Bioempresas. Desde la asociación defienden que, a pesar de la falta de financiación real e incentivos que reciben por parte de los poderes públicos, la inversión de las empresas privadas es más que destacable.
“Lo que podríamos llegar a hacer si contáramos con las herramientas necesarias”, se lamenta. Lo cierto es que el sector es la cuarta industria que más crece en nuestro país. De acuerdo con el último informe de la asociación, durante 2017, las 'biotech' aportaron más de 2.500 millones de euros a las arcas públicas, al tiempo que generaron 2.400 nuevos puestos de trabajo.
Marco legislativo defectuoso
Según alega, uno de los principales problemas que encuentran desde el sector es el diseño del marco legislativo que regula cómo, cuándo y a quién se le conceden las ayudas públicas al I+D+i, que es la actividad fundamental en la que se basa la industria. La financiación pública es a través de “préstamos que no funcionan” y que en muchas ocasiones llegan tarde, una vez finalizado el proyecto, o nunca llegan a las manos del investigador.
Desde Asebio estiman que sólo uno de cada cinco euros que forman parte de la partida presupuestaria destinada a incentivar la investigación en nuestro país, a través del marco conocido como Capítulo 8, llegan a ejecutarse.
Esto implica que tan sólo un 19% de los fondos públicos que supuestamente deberían destinarse a potenciar proyectos científicos se usan. El nivel de ejecución es tan bajo que España está al mismo nivel que países como Eslovaquia o Sudáfrica, cuya industria biotecnológica -o tecnológica- es mucho menor.
Políticas cortoplacistas
Arocena explica que existe cierta falta de visión política para poder llevar a cabo una estrategia de inversión pública en I+D+i duradera. “Esto no puede pasar de un día para otro. Somos un sector que mira al largo plazo, por lo que necesitamos políticas que requieren permanencia”, afirma. “Fuimos el sector sacrificado en la crisis, pero ya no podemos seguir siendo un gasto discrecional para el Gobierno”, añade.
Lo cierto es que a pesar de la falta de atención por parte de las autoridades públicas en este sector emergente, las empresas 'biotech' españolas se encuentran en el radar de los inversores a nivel internacional. Sólo durante 2017, atrajeron más de 74 millones de euros de inversión extranjera.
Reconocimiento internacional
Son muchas las empresas internacionales que se están interesando por las pequeñas biotecnológicas que componen el sector 'biotech' español. Hace sólo una semana, el gigante japonés Kaneka anunciaba una OPA sobre la catalana Ab-Biotics.
Durante 2018, se produjeron dos de las operaciones más importantes del sector. El otro gigante japonés del sector farmacéutico, Takeda, se hizo en enero con la start-up madrileña Tigenix por más de 520 millones de euros. Meses después, el conglomerado holandés Quiagen se hacía con la barcelonesa Stat-Dx por 150 millones de euros.
Este interés se traduce en reputación internacional, pero tal y como expone Arocena, deja un sabor de boca agridulce. “Por un lado supone un respaldo a lo que está haciendo en este país, quiere decir que se está haciendo bien”, afirma.
Pero por el otro, según explica el director general de Asebio, "lo ideal" sería que las empresas españolas pudieran elegir entre optar por ser absorbidas por el capital extranjero o mantenerse independientes, lo que implicaría que en España también existe la misma capacidad de crecimiento, algo que, por el momento, no es una realidad.