Acabar con uno de los grandes problemas del contaminado mundo moderno es la ilusión de Federica Bertocchini. Residente en Santander, esta bióloga observó un día que los panales de su casa se llenaron de gusanos, que habían empezado a alimentarse de los restos de miel y cera de sus abejas. “Decidí retirar los gusanos y dejarlos en una bolsa de plástico mientras limpiaba los panales. Volví a la habitación donde estaban los gusanos y vi que estaban por todas partes, que se habían escapado de la bolsa a pesar de seguir cerrada. Así comprobé que la bolsa estaba llena de agujeros. En ese momento empezó todo”, ha relatado.
Fue mientras trabajaba para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que descubrió, hace poco menos de un año, que el gusano de la cera es capaz de comer pequeñas porciones de polietileno. Se trataba del hallazgo del primer mecanismo natural para biodegradar este plástico, del que anualmente se generan 80 millones de toneladas con residuos contaminantes por cientos de años en los lugares más diversos. No sorprende, pues, que haya sido una de las investigaciones del CSIC con mayor impacto nacional e internacional de 2017. Sin embargo, lo que solo los allegados a Bertocchini saben es que pocos días después de publicarse su logro, ella se quedó en el paro, y su descubrimiento, en el aire.
“Solo pido un sueldo para poder completar mi investigación, que no es cara, y determinar si con el gusano de la cera se puede extraer un producto masivo incluso con aplicaciones comerciales”, cuenta a Vozpópuli Bertocchini, de 50 años. “Aún desconozco los detalles de cómo se produce la biodegración, pero existe la posibilidad de que lo haga una enzima. El siguiente paso es detectarla, aislarla, y producirla in vitro a escala industrial. Así se podrá empezar a eliminar de forma eficaz este material tan resistente como el polietileno”, insiste la bióloga que, pese al impacto de su descubrimiento, en abril del año pasado, casualmente el mismo mes en el que venció la beca con Ramón y Cajal gracias a la que trabajaba para el CSIC, lleva desde entonces desocupada, intentando conseguir sin éxito algún tipo de financiación para su proyecto.
“Desde abril no ha salido ni una sola oposición a la que presentar mi proyecto, la crisis y los recortes han hecho mella, en mí y otros muchos investigadores”, cuenta Bertocchini. “Con la crisis han disminuido las plazas y como yo hay muchos más”.
Bertocchini, ejemplo de un sector que sigue en crisis
El caso de Bertocchini ejemplifica la realidad de la investigación española, un sector que no atraviesa el mejor de sus momentos. Según un informe del Observatorio de Investigación e Innovación, España perdió 12.000 científicos desde 2010. En el mismo periodo, atendiendo al Informe sobre la ciencia y la tecnología en España presentado este jueves en el Congreso, el número de empresas innovadoras ha disminuido en más de un 22%, la financiación que reciben las empresas para I+D ha bajado en un 43% y el número de patentes producidas ha caído cerca del 60%.
Mientras que en la UE se invierte ya un 27,4% más que en 2009, en España todavía se gasta un 9,1% menos, según datos recogidos por Eurostat. El país forma, junto a Portugal y Finlandia, el tristemente selecto grupo de países de la UE donde todavía no se han reestablecido los niveles de gasto en I+D previos a la crisis: ha perdido tres posiciones desde 2007 y está en el puesto 17 de los 28 estados miembros.
Una suave tendencia a la recuperación se congeló en 2015 y, desde entonces, España ha retomado una dinámica perdedora incluso en la comparación consigo misma. En 2016, el gasto total de Moncloa en I+D creció un tímido 0,7%, lejos del 3,3% que creció el PIB en el mismo año. Así, el peso en el PIB del gasto en I+D cayó tres décimas entre 2015 y 2016, del 1,22% al 1,19%, muy lejos del 2,1% al que ha dicho hace poco aspirar el Gobierno de cara a 2020 y que sobrevuela todavía como una 'promesa' poco creíble y, sobre todo, distante.