La sucesión de José Manuel Vargas al frente de AENA no va a contribuir precisamente a mejorar las relaciones entre el Estado, propietario del 51% del capital del gestor aeroportuario, y sus socios en la compañía, especialmente el fondo TCI, segundo accionista de la empresa. La marcha de Vargas, cansado de que sus intentos de dotar a la compañía de un verdadero carácter de corporación privada fueran en vano, ha terminado por marcar distancias entre ambos bloques. Y el elegido para ocupar su puesto, Jaime García-Legaz (ex secretario de Estado de Comercio, entre otros muchos cargos públicos), que responde precisamente al perfil que los fondos no querían, añadirá un punto más de tensión.
El hecho de que la de Vargas fuera la crónica de una marcha anunciada hizo que el debate sobre quién debería ocupar su lugar se prolongara en el tiempo dentro de AENA y sirviera para medir la temperatura de la relación entre el Gobierno y sus socios. Si algo tenían claro los inversores institucionales es que el perfil del nuevo presidente tendría que ser similar al de Vargas. Al margen de las preferencias de cada uno, una idea se llevaba la palma en el capítulo de coincidencias: nada de perfiles ‘políticos’.
Hasta la mesa del consejo de administración de AENA y también por los pasillos de la planta noble había llegado la idea de que los instituciones, y muy especialmente TCI, no hubiera apostado de forma tan decidida por el proceso de privatización de la compañía si al frente de ella hubiera estado alguno de los antecesores de Vargas.
"No están dispuestos a que, cuando llegue la hora de la salida de Vargas, su puesto lo ocupe un político señalado a dedo por un ministro, como en las etapas anteriores de la empresa. De ser así, se pensarían mucho si continuar en AENA", apuntaba una fuente conocedora de la situación meses antes de conocerse la renuncia del todavía presidente del gestor aeroportuario.
Del entendimiento a los mensajes cruzados
Sin embargo, ha terminado por imponerse el criterio del Gobierno, que no deja de ser el que dirige los designios del Estado, aún accionista mayoritario de la empresa. Aun así, la posibilidad de encontrar un candidato de consenso, principalmente dentro de la propia AENA, era una opción nada descartable no hace mucho tiempo atrás. Pero el escenario ha cambiado. Y del entendimiento y las buenas palabras se ha pasado a los gestos y mensajes cruzados.
El fondo TCI, que cuenta con una participación de algo más del 11% en AENA desde la salida a Bolsa de la compañía, se alineó con Vargas en su cruzada por que ésta funcionara mucho más como una empresa privada, con el argumento de que su carácter semipúblico le restaba mucha competitividad en el mercado internacional, su única posibilidad para seguir creciendo.
Con su fundador y presidente, Christopher Hohn, sentado en el consejo de administración, el fondo respondió a su fama de inversor activo y perseverante en sus ideas hasta el final. Pero el Gobierno tuvo claro desde el principio que su situación de minoría hacía inviable una mayor privatización de AENA. Un tira y afloja que generó desgaste, mientras Vargas y sus aliados veían como pasaban por delante de ellos oportunidades de participar en privatizaciones aeroportuarias en el exterior. Y también, miembros de la alta dirección, considerados como muy valiosos, buscando la puerta de salida hacia otras empresas, algunas incluso de la competencia. Porque en materia de sueldos, AENA tampoco era un ejemplo de compañía competitiva.
Toma y daca
El último intento, casi a la desesperada, fue la frustrada OPA sobre Abertis para competir con la lanzada por la italiana Atlantia. La negativa del Gobierno echaba por tierra el intenso trabajo llevado a cabo por TCI, tras semanas frenéticas de encuentros con el mercado y el propio Ejecutivo.
El final de la historia, cristalizado en el consejo de Enaire (sociedad propietaria del 51% de AENA en manos del Estado) que decidió enterrar la operación, provocó un fuerte desencuentro, escenificado en el último consejo de AENA, en el que Vargas anunció su dimisión.
En paralelo, TCI comenzó a tomar posiciones en Abertis, hasta llegar a la participación cercana al 3% que posee en la actualidad. Esta semana, con motivo de la aprobación de la OPA de Atlantia por parte de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), TCI no ha desaprovechado la oportunidad para pronunciarse a favor de esta oferta, sin esperar a la posible llegada de una propuesta competidora que trata de articular ACS. Precisamente, una oferta que cuenta con todos los parabienes del Gobierno, al que no hace nada feliz que la concesionaria de infraestructuras acabe en manos del grupo transalpino.
Por ahora, el último episodio es la llegada de García-Legaz a la presidencia de AENA. Y no faltan los que esperan la respuesta.