El resultado contra todo pronóstico del último trimestre ha evitado que los datos del mercado laboral en 2019 fueran alarmantes. El crecimiento del número de ocupados entre octubre y diciembre (92.000, de ellos 78.400 en la comunidad de Madrid) respecto al trimestre anterior es el mejor desde 2006 mientras que el descenso de parados en 22.500 personas es levemente más elevado que en mismo trimestre de 2019 (21.700).
Esta situación ha evitado unos resultados anuales peores que venían anticipándose desde el verano. En todo caso, los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) confirman que en el último año se ha confirmado el frenazo en la creación de empleo (subida de 402.300 frente a los 566.200 del año precedente) y sobre todo en la reducción del paro (112.400 frente a la caída de 462.400 en 2018) en línea con la moderación del crecimiento económico. De seguir esta ralentización, al menos en estos mimos términos, España tardaría otros ocho años más en conseguir la misma tasa de paro que se registraba en el inicio de la crisis en 2007.
Después de seis años continuados de aumento del PIB, todavía queda por reducir el desempleo en casi 1,4 millones de personas para conseguir la misma cifra de hace 12 años, es decir, 1,8 millones, frente a los casi 3,2 millones que se registran en la actualidad. En cuanto al empleo, gracias a la reforma laboral, que ha permitido la devaluación salarial y el habitual uso de la temporalidad y la rotación, aún falta por reponer unos 800.000 empleos para alcanzar la cifra mítica de 20,8 millones que había en el inicio de la crisis. En todo caso, la reposición real de nuevo empleo en el sector privado debería ser de casi 1,1 millones más (entre asalariados y autónomos) ya que en la actualidad hay casi 300.000 empleos más en el sector público que cuando comenzó la crisis. Es el empleo público, a cuenta de un mayor gasto y ajeno a la aplicación de la reforma laboral, el que está salvando la estadística oficial.
La tasa de paro (porcentaje de desempleados respecto a la población activa) concluyó en 2019 en el 13,78% frente el 8,01% en 2007. La diferencia es de casi seis puntos. Su ritmo de descenso anual se ha atenuado de forma preocupante. Sólo es del 0,67% frente a la reducción del 2,10% de hace un año y, por ejemplo, de casi el 3% en 2015. Se trata de la menor caída desde el inicio de la recuperación económica en 2014. De esta forma, harían falta unos ocho más para conseguir la tasa del 8,01% de finales de 2007, que equivalía técnicamente al paro estructural de la economía española. Si, a esos ocho años pendientes aún para conseguir esa equiparación, se les suma los 12 que han transcurrido desde el inicio de la crisis, sale una factura enormemente elevada para el país ya que la economía habría necesitado nada menos que una veintena de años para volver a la posición de desempleo inicial si llega a suceder.
Ello es consecuencia obviamente del modelo de crecimiento que sigue basándose en los servicios a la espera de que los partidos políticos se ocupen más de la realidad económica y laboral que necesita el país que de su supervivencia. Nunca había durado tanto este desfase, ni siquiera cuando la crisis se produjo por otras causas exógenas propiciadas por el repunte del petróleo. Por ejemplo, en la última gran crisis económica, en los noventa (1993), se inició con una tasa de paro nada menos que del 22,87%, pero tres años más tarde se había bajado del 21% y en 1998 se situó ya por debajo del 20%. Es decir, se solventó con creces en menos de cinco años. El problema más importante es que el mercado empieza a acostumbrarse, salvo en el sector público, a operar con menos empleo (beneficia a la productividad aparente y a los excedentes) y a la amortizar puestos de trabajo pese a la exigua presencia de nuevas tecnologías. Además, en el último año se ha producido un nuevo efecto que va a afectar negativamente a la estadística inmediata de reducir el paro: empiezan a volver masivamente los extranjeros tras 12 años de crisis.
Crecimiento de la población activa
Por tanto, está creciendo la población activa, es decir, hay más personas con intención de trabajar. Lo que dificulta la posibilidad de rebajar las cifras del paro ya que el mercado es incapaz de generar el empleo que se demanda independientemente de las condiciones laborales. Su número aumentó en 2019 en 290.000 personas (dos tercios son extranjeros) frente a las 103.800 de hace un año. Se trata de la cifra más elevada desde 2008. Este guarismo suele crecer también cuando se intuye otra crisis ya que muchas personas empiezan a buscar empleo (nuevos demandantes de empleo) cuando ven problemas en los hogares o, por ejemplo, comprueban que corre peligro el empleo de la pareja o los familiares más próximos.
Lo más curioso es que en todas las crisis se ha actuado con reformas laborales durísimas, cuando ya que no había otra solución. Es por ello, a pesar de los anuncios realizados por algunos miembros del Gobierno, que la reforma anunciada de los aspectos “mas lesivos” de la última reforma laboral que hizo el PP en 2012 se quede en meros retoques (reducción de los convenios de empresa, ultraactividad, subcontratación, determinación de la contratación causal) porque el PSOE necesita que la estadística no caiga en picado.