Economía

Testigo directo: viaje a la Atenas que ya ha dejado de creer en Tsipras

    

  • Antidisturbios en la plaza de Syntagma

Las televisiones del centro de Atenas enseñaban este miércoles por la noche el debate en el que Tsipras se jugaba buena parte de su credibilidad. Sabía que no iba a perder la votación, porque la oposición respaldaría el nuevo y durísimo rescate propuesto por la Troika, pero necesitaba que su partido, Syriza, no se deshilachara y le dejara con un dificilísimo futuro por delante.

La política se nota en la calle. Si en España antes no había debates políticos y ahora aparecen al calor de la crisis, en Grecia el fenómeno se multiplica. Las televisiones no dan otro tipo de programas que no sean mesas de debates en las que los distintos partidos políticos defienden con vehemencia las posiciones. Las terrazas están presididas con monitores y la gente local parece genuinamente interesada por lo que ocurre en ellas. Los atenienses saben que se está pasando un mal trago del que aún no se conoce la salida. Giannis es periodista, votó a Syriza y votó también 'no' en el referéndum, pero no parece convencido de que la línea que se sigue sea la correcta. Casi todo el mundo reconoce las buenas intenciones del Gobierno, pero la sensación general dice que son poco más que unos novatos en un berenjenal del que no saben salir.

Si en España antes no había debates políticos y ahora aparecen al calor de la crisis en Grecia el fenómeno se multiplica

Dimitri es conductor y trabaja para un agente de viajes. Votante de Syriza, se mueve con tanta agresividad al volante como en su vida normal, donde vive por y para el Olympiakos. Cuando sabe que eres español recuerda a gritos, y sin hacer mucho caso a la carretera, a Pablo Iglesias. "Hermanos de Syriza", dice en inglés, poco antes de coger el móvil en ese enjambre imposible que es la circulación ateniense. No es la única vez que el líder de Podemos sale a la palestra en conversaciones con griegos, Iglesias es una celebridad en Atenas y los votantes de Syriza esperan su éxito para que se cree un efecto de arrastre en la Unión Europea.

Un hombre mayor mira con atención la votación en el Parlamento griego. Foto: G.C.

"La gente hoy está triste", cuenta el martes un periodista español que lleva años trabajando en Atenas como freelance. El contraste es duro porque, parece ser, la semana anterior, con el referéndum, todo era esperanza. Grecia, que es un país de cientos de islas y 12 millones de habitantes, tiene un fuerte componente nacionalista y conservador. Incluso en la izquierda, dicen. Nombrar a Turquía es hablar del enemigo y cuestiones como los derechos de los homosexuales son aún tabú en Atenas, una ciudad sin mezquitas por su histórica mala relación con los vecinos. Los griegos se ven vejados por la Troika, en una semana han pasado de dar un golpe en la mesa a aceptar unas condiciones durísimas que restringen en buena forma su soberanía nacional. Y eso pesa. Los alemanes, que nunca fueron los mejores amigos, son ahora el otro gran satán en el país. Schaüble es tan conocido como los propios ministros griegos y nadie duda en señalarle como el muñidor de su vergüenza.

Siempre hay alguno que aprovecha la coyuntura. En la plaza Syntagma hace un intenso calor a las cinco de la tarde cuando se despliega el cambio de guardia, una pintoresca tradición del país. Allí aparece, micrófono en mano, un reportero rubio con una camiseta de la selección alemana de fútbol y la bandera germana. Lleva un cartel que tiende la mano a Grecia, pero solo con su indumentaria ha conseguido llamar la atención de los presentes en la plaza.

Syntagma es el centro de la ciudad y el lugar donde se sitúa el parlamento. Las unidades móviles de las televisiones se dispersan por su diámetro y en el ambiente flota que ese, ahora mismo, es el centro del mundo informativo. También es el núcleo de las protestas del país, lo que se representa con crudeza el miércoles. Ya de noche suenan de fondo pelotas de goma y los antidisturbios se distribuyen por la plaza. Hay cócteles molotov y algo de violencia, aunque la cosa no pasa a mayores. Por las calles colindantes se ven contenedores de basura quemados y cabinas de teléfono reventadas. El miércoles, el día de la gran votación -nocturna, como todo lo crucial en el país- el ambiente está enrarecido. Hay huelga, en teoría general, pero la mayor parte del sector privado no secunda los paros. Los funcionarios tienen mala fama entre la población, les acusan de privilegiados y piensan que los recortes han perjudicado poco al funcionariado, por lo que no suelen ir detrás en sus reclamaciones.

Iglesias es una celebridad en Atenas y los votantes de Syriza esperan su éxito para que se cree un efecto de arrastre en la Unión Europea

En cuanto a la policía, no está muy presente en la ciudad. Antes sí lo estaba, cuentan españoles que vivieron la crisis, pero desde que manda Syriza han desaparecido o, por lo menos, están escondidos. No tienen fama de blandos precisamente.

Los bancos siguen cerrados y suele haber gente en los cajeros sacando dinero, especialmente a primera hora de la mañana. No son, en cualquier caso, grandes colas. Giannis, el periodista, dice que él y su abuelo sacarán todo su dinero en cuanto se levante la prohibición de sacar más de 60 euros. Cree que será algo habitual en el país. Es un problema de confianza, del mismo modo que Europa no cree en Grecia ellos ya no se fían del sistema bancario y prefieren tener los ahorros debajo del colchón. La gente piensa que en los próximos días, por lo menos, se subirá el límite de dinero que se puede sacar con la tarjeta. Un límite que para los extranjeros no existe. El país heleno tiene fama de ser laxo con los impuestos, de vivir en un constante de economía sumergida pero, según se dice, eso también está cambiando. Los restaurantes, que antes solían pagarse sin recibo alguno, ahora están obligados a dar la cuenta. Si no lo hacen, teóricamente, el consumidor puede marcharse sin pagar. Lo pone en sus cartas y se nota, porque sin pedir nada a nadie, y antes de que la comida haya terminado, aparece el recibo en la mesa. Otro corresponsal español dice que se lo están tomando en serio, aunque las normas en el país siempre están en duda. Nadie lleva casco, los conductores no llevan cinturón y hablan por el móvil y la gente fuma en los restaurantes. Todo ello está prohibido, pero se hace la vista gorda. En la mesa se oye que bastantes problemas tienen ya como para entrar en esos detalles.

Algunos nombres han destacado en los últimos años en el país, pero probablemente ninguno, quizá a excepción del propio Tsipras, como Varoufakis. El carismático ministro de Economía es uno de esos a los que hoy acusan de novatos, pero la cosa no queda ahí: también le ven como un traidor. Su dimisión no ha gustado, y preguntar por él siempre lleva a la misma secuencia de hecho, el griego responde primero con media risa y después poniendo en duda su actuación en los últimos días. El panorama político heleno, en continuo cambio, espera ahora una nueva estrella. Se apunta a esa rueda Zoi Konstantopoulou, presidenta del parlamento, muy carismática, y principal exponente del ala izquierda de Syriza, esa que reclama más rebeldía en contra de la Troika y que el miércoles votó 'no' a la propuesta de Tsipras.

Las calles no respiran pobreza, aunque si uno se fija algo más ve. La vegetación de la ciudad no parece tener ningún cuidado y las aceras, ya de por sí estrechas, se ven invadidas por las ramas de los árboles. En algunos lugares turísticos se ve a niños tocar instrumentos por las calles y, de noche, no son pocos los vagabundos que duermen en los soportales de los edificios. Nada, en cualquier caso, que no se pueda ver en otro lugar. La crisis es profunda, y hay cierto pesimismo de que todo vaya a peor, pero Atenas no es más que una ciudad como el resto del sur de Europa. La incertidumbre es común y solo los muy creyentes, en la política o en la religión, parecen conocer la salida. Un vendedor ambulante jamaicano, que ayuda a organizar un festival de reagge, lo recuerda en todas sus frases: "Dios se portará bien con los griegos, son buena gente".

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