1) La inyección de fondos a los bancos españoles no llega directamente desde la UE, sino que se entrega primero al Estado vía Fondo de Restructuración Ordenada Bancaria. Esto significa que el Reino de España responde por el crédito, justo lo que preocupa a los inversores, quienes observan cómo de este modo la deuda española podría acercarse peligrosamente al cien por cien del PIB en 2015. Y todo ello sin que haya signos de una recuperación de la economía lo suficientemente fuerte como para devolver el dinero. Los estudios de Rogoff y Reinhart certifican que cualquier endeudamiento por encima del 90 por ciento del PIB supone un lastre para la actividad debido al pago de la deuda y la ausencia de inversión. Por ello, sería mucho mejor que Europa hiciese ella sola la dotación de los fondos. Así además contribuiría a separar el riesgo estatal del bancario, un vínculo que arrastró a Irlanda hacia el rescate total.
2) El Estado no se endeuda en 100.000 millones para invertir en infraestructuras, innovación y desarrollo, algo que aumentaría nuestro potencial de crecimiento. En lugar de eso, España toma prestado el dinero para ponerlo en un negocio ruinoso como las antiguas cajas, un sector en pleno proceso de reconversión industrial incapaz de obtener beneficios con los que retornar las ayudas. Y para colmo nos empeñamos en mantenerlo en pie a costa de subvenciones. ¿Acaso no sería más barato y eficiente desguazarlo? Los supervisores españoles argumentan que así estamos protegiendo los depósitos. No obstante, el mercado exige que se actúe con decisión y se liquiden los bancos en dificultades. Éstos se pueden despiezar asignando, por un lado, los depósitos y todo lo sano a las entidades fuertes y, por otro, colocando los activos tóxicos en unos ‘bancos malos’ que gestionen poco a poco su venta y liquidación.
3) La UE está dividida respecto a qué vehículo emplear para recapitalizar a la banca española. Sin embargo, los dos instrumentos con los que cuenta suscitan serias dudas entre los inversores. El primero es el Fondo de Estabilización Europea (FEEF), un mecanismo temporal y que consiste principalmente en avales para las emisiones. Tiene el problema de que si se usa para España o Italia, éstos ya no podrán ejercer de avalistas y dejan cada vez más sola a Alemania y Francia respaldando las emisiones de bonos destinadas a los rescates. Además, conforme se deteriora la economía, las rebajas de calificación crediticia de sus garantes encarecerán las colocaciones de deuda.
Por eso, algunos como alemanes y finlandeses prefieren el fondo permanente, que dispondrá de dinero contante y sonante, entra en vigor en julio y coexistirá con el FEEF. Bautizado como el Mecanismo Europeo de Estabilización (MEDE), éste presenta sin embargo un inconveniente que asusta todavía más al mercado: tiene estatus preferente a la hora de cobrar en caso de quiebra. Al igual que el señor del frac, los hombres de negro serían los primeros en la cola para reclamar las deudas, evitando que el resto pueda recuperar sus préstamos y por consiguiente ahuyentando la inversión. Es decir, cualquier emisión de deuda española perdería su condición de prioritaria y quedaría subordinada a los préstamos europeos. El simple hecho de que exista esta posibilidad ya expulsa a los compradores de títulos de España, disparando la prima de riesgo.
4) Una vez recapitalizados los bancos, todavía hay que estabilizar la otra ratio que inquieta a los inversores: el déficit público. Los ingresos extraordinarios de la burbuja se han desplomado, y ahora debemos subir impuestos o reducir nuestro Estado del Bienestar, lo que a su vez empeorará la actividad y por tanto reducirá aún más la recaudación, alejándonos de la meta de déficit en un peligroso círculo vicioso que se agrava cuando además tenemos que costear unos intereses al alza. Los inversores han estudiado las perspectivas macroeconómicas que el FMI ha aplicado a la banca y si estos parámetros se trasladan al comportamiento fiscal del Estado, el mercado teme que España pueda necesitar un rescate total.
5) La cifra anunciada para el rescate de España es insuficiente. A los 100.000 millones les falta un cero, sostienen algunos inversores quizá exageradamente. Sumados el sector público y el privado, el país registra unos niveles de endeudamiento del 300 por ciento del PIB. Esto quiere decir que ha de reducir su deuda en al menos 500.000 millones. Las entidades han prestado esos recursos y ahora deben achicar sus balances brutalmente, por lo que pueden precisar más de los 100.000 millones. Por otro lado, los agentes privados ya están ajustándose el cinturón con el fin de reducir la carga, lo cual hunde la actividad y enquista el círculo recesivo de la economía. Y el hecho de que el Estado y la banca experimenten tantas dificultades para financiarse implica que la economía real no consigue una gota de crédito. Todo ello conduce a los inversores a pensar que hará falta más dinero.
6) Ni el Gobierno español ni los líderes europeos inspiran confianza. El Ejecutivo de Rajoy se la jugó con las elecciones andaluzas, con el baile de cifras de déficit y queriendo imponer el ritmo de los recortes por su cuenta y riesgo. Pocos en el mercado se fían del Gabinete popular. Y lo mismo sucede con Merkel y compañía: han anunciado demasiadas veces grandes planes que luego llegan tarde y con menos de lo esperado. La canciller no ha sabido explicar a sus votantes las consecuencias de la ruptura del euro, y su método de dejar al fuego a los periféricos para que éstos se disciplinen está chamuscando la recuperación de la economía europea y mundial. Pese a que la UE ha presentado un plan con el objeto de garantizar todos los depósitos de la eurozona, éste no funcionará mientras un país pueda salir del euro, pues ¿cómo van a respaldar todos los ahorros de un país? Merkel debe presentar cuanto antes una integración que proteja al euro. En tanto Europa no respalde explícitamente a España e Italia, los mercados seguirán atacando.
7) Las elecciones helenas del 17 de junio pueden arrojar un Gobierno en contra de los rescates que termine forzando la salida de la eurozona y desencadenando un efecto dominó.