Gary Becker, premio Nobel de Economía en 1992, demostró que el consumo de tabaco es sensible a las subidas de impuestos, especialmente en el largo plazo. Mientras, en el corto, el modelo que creó el economista americano muestra una mayor obstinación en el consumo de los fumadores, o, dicho en términos económicos, una menor elasticidad de la demanda de cigarrillos y de tabaco de liar. Este comportamiento, empíricamente repetido y constatado en múltiples estudios, es aprovechado por casi todos los gobiernos a la hora de subir impuestos. Este incremento fiscal se enseña a los estudiantes de primero de economía como una de las formas más rápidas de rellenar las siempre necesitadas arcas del Tesoro y se ha convertido en un clásico para cualquier ministro de Hacienda que quiere recaudar más.
Pero miremos más a largo plazo. Es indudable que estas subidas de impuestos afectan al consumo de tabaco y que contribuyen a la reducción de sus efectos indeseables, medidos tanto en coste de vidas humanas, como en gasto sanitario o en dependencia. Por esta razón, la Unión Europea, a través de la Comisión, lleva ya unas décadas tratando de establecer reglas del juego similares para toda Europa que eviten el tráfico de tabaco o situaciones alejadas de la necesaria equidad.
La nueva norma debería establecer una clara diferencia entre los productos que utilizan la combustión, mucho más dañinos para la salud, y los que no
En la actualidad estas reglas están definidas en la Directiva 2011/64, cuyo objetivo es "…garantizar el correcto funcionamiento del mercado interior y, al mismo tiempo, un elevado nivel de protección de la salud, tal como exige el artículo 168 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea". Uno de los objetivos del regulador es "mantener una unión económica, cuyas características son similares a las de un mercado interior, dentro del cual existe una sana competencia. Por lo que respecta al tabaco, la consecución de este objetivo presupone que (…) no distorsione las condiciones de competencia y no impida su libre circulación dentro de la Unión". En resumen, el objetivo final del legislador es proteger la salud de los europeos mientras que mantiene el buen funcionamiento del mercado interior mediante el establecimiento de estructuras justas y, en lo que respecta a los impuestos especiales, armonizadas.
Cuando la Comisión está a punto de alumbrar una nueva directiva, hay dos preguntas que hacerse: si ha sido eficiente la anterior y qué debería contemplar la nueva para adaptarse a las nuevas necesidades de los europeos.
Primero la salud, luego los impuestos
A la primera pregunta hemos tratado de responder Mayte Ballestar, Ismael Sanz y yo en un reciente artículo en Applied Economic Letters. Para demostrar empíricamente si la directiva generó homogeneidad fiscal entre países, analizamos el efecto de los impuestos especiales sobre el consumo de tabaco en Europa mediante un modelo de Inteligencia Artificial denominado Automated Nested Longitudinal Clustering (ANLC). Las principales ventajas de este método son la capacidad de manejar variables continuas como las fiscales, la selección automática del número de clusters y la capacidad de analizar todo tipo de conjuntos de datos, grandes y pequeños, incluso en tiempo real.
Los resultados son transparentes. Nuestro análisis muestra de forma robusta que el consumo de tabaco en los distintos países de la Unión Europea responde de forma diferente a los impuestos especiales y su sensibilidad (elasticidad) no es constante a lo largo del tiempo, lo que significa que el modelo actual dibujado por la Directiva 2011/64 no ha logrado su objetivo de eficiencia y armonización.
Este resultado es relevante cuando la nueva directiva pretende establecer para toda la Unión, por primera vez, las bases impositivas de los productos sustitutos del tabaco: cigarrillos electrónicos, tabaco calentado (HTP), etc. Hoy, cada país regula de forma distinta estos productos, confundiendo a los usuarios y evitando una respuesta europea única. Este hecho es de singular importancia en este momento, cuando a pesar del intenso debate científico que hay, la mayoría de la evidencia empírica señala que productos como el tabaco calentado y, en general, de vapeo son menos dañinos que los productos combustibles, dada la ausencia de combustión. Además, son efectivos como elemento de salud pública en el proceso de dejar de fumar. De hecho, parecen ser más efectivos que otros formatos, como atestiguan recientes análisis en revistas científicas prestigiosas como The Lancet, New England Journal of Medicine, etc.
Es necesario pedir, una vez más, que se escuche más a expertos y científicos y menos a los grupos de presión que tanta influencia tienen en los gobiernos europeos
Sin entrar en el debate científico, sí me atrevo a pedir que las autoridades europeas sean muy cuidadosas a la hora de legislar y que utilicen la ciencia como guía principal de todo el procedimiento. Esa misma ciencia viene utilizada para aplicar conceptos de reducción del daño en todos los sectores económicos, desde la comida al alcohol, pasando por los automóviles. En estos, los productos más dañinos tienen una presión fiscal más alta que los que producen un menor daño. ¿Si una tasación basada sobre el específico perfil de riesgo de cada categoría de producto existe, entre otros, en el sector energético, porque no hacer lo mismo en el tabaco? ¿Porque no aprovechar esta ocasión para reducir la inequidad de nuestra sociedad, dibujando una más eficiente protección de la salud pública?
Quizá sea importante pedir, una vez más, que se escuche a expertos y científicos y no a los grupos de presión que tanto poder tienen en este momento en los gobiernos europeos. Quizá sea importante pedir, una vez más, que se busque la solución mejor para los ciudadanos europeos, tanto desde el punto de vista de eficiencia y justicia fiscal como, mucho más importante, desde el punto de vista de la salud de los europeos. Quizá, en conclusión, sea importante no tirar otra ocasión más por la ventana.