La app del coronavirus es un quebradero de cabeza para la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial (SEDIA) cuando en realidad debería serlo para el Ministerio de Sanidad, que vendría a ser el cliente que se beneficiará del desarrollo de la plataforma -además, obviamente, del ciudadano-.
Sin embargo, a Carmen Artigas, al frente de la SEDIA, el muro 'ministeriofuncionarial' se le ha atragantado. Acostumbrada al ritmo de la empresa privada, la agilidad del emprendimiento tecnológico, no es que la situación le haya venido grande, sino todo lo contrario.
El martes anunciaba el comienzo del piloto de la app en Canarias (La Gomera), en el que el Gobierno espera participen 3.000 personas. Un piloto que llega tarde, después de estar en pista durante semanas y congelado desde Sanidad. Artigas reconocía que en el mejor de los escenarios la aplicación definitiva estaría lista en septiembre u octubre de este año.
La incomprensión de Artigas se ha tornado en enfado. Ha apartado a aquellos que no se han ajustado al ritmo que exige, al tiempo que rechina los dientes cuando observa lo que sucede en Sanidad
Tiene poco sentido a no ser que se desate un rebrote de dimensiones considerables. Corea del Sur o Singapur lanzaron sus desarrollos a pocas semanas del inicio del contagio en sus territorios y han sido las armas con las que se ha combatido la enfermedad de forma efectiva.
Los pasillos del la SEDIA son permeables, y la incomprensión de Artigas se ha tornado en enfado. Ha apartado a aquellos que no se han ajustado al ritmo que exige, al tiempo que rechina los dientes cuando observa lo que sucede en Sanidad.
App interruptus
Salvador Illa ha puesto un coche en marcha con el freno de mano puesto. España tenía que tener una app -llámalo postureo-, pero el hecho de que se pongan sobre la mesa los datos de los ciudadanos para su uso no gusta en la cartera de Sanidad. Conclusión, ni sí, ni no, ni todo lo contrario. Tenemos sobre la mesa una aplicación interruptus; ha nacido muerta porque nunca la quisieron viva.
A este berenjenal hay que sumar nuestro maravilloso sistema autonómico. La derivación de competencias permitirá al jefe de cada tribu poner -o no- en marcha la aplicación para los suyos. Y luego está el hecho de que su uso sea opcional para el ciudadao -como no podía ser de otra manera-, y lo diferentes que somos, por poner un ejemplo, de los alemanes.
La app de la Comunidad de Madrid se la han descargado desde su lanzamiento en marzo unas 300.000 personas. En Alemania en menos de una semana la tienen en su móvil diez millones de ciudadanos. O el Gobierno del país sabe hacer marketing de una forma que nuestros gobernantes desconocen o no tenemos la misma cultura tecnológica y ponemos por encima de la salud el recelo a dar nuestros datos, a pesar de donar sin dolor alguno nuestros riñones a Google o Facebook.