Editorial

Felipe VI y Artur Mas: un encuentro inexplicable

  

La audiencia concedida por el rey, primer magistrado de la nación, al presidente de una Generalidad de Cataluña que capitanea el proceso de independencia de aquella región, además de estupor produce una enorme inquietud dada la trascendencia de un problema que, a nuestro parecer, no está siendo tratado con la energía exigible a las diferentes instituciones del Estado, entre las que se incluye la jefatura del mismo. Y no se nos diga que la audiencia forma parte de la normalidad institucional, como acaba de decir la vicepresidenta del Gobierno, porque en relación con Cataluña hace mucho que tal normalidad no existe: lo que allí tiene lugar es un proceso de independencia declarado, en cuyo desarrollo se vienen utilizando los instrumentos de que disponen los poderes públicos catalanes, contra los que el Gobierno -ni éste ni el anterior- no ha puesto objeción, salvo que se entiendan por tal las resoluciones que dicta de vez en cuando el Tribunal Constitucional, cuyo crédito y eficacia en Barcelona son perfectamente descriptibles.

Los predicadores de la secesión continúan impertérritos avanzando por una senda que a decir de muchos es camino a ninguna parte

El presidente de la Generalidad ha venido al Palacio de la Zarzuela en "son de paz", según sus palabras, con el proyecto de independencia y el borrador de decreto de convocatoria de las elecciones del 27-S bajo el brazo. Conociendo el paño del líder convergente y su acrisolado cinismo, no resulta difícil imaginar los términos de una conversación trufada de apelaciones a la tranquilidad y la calma porque, sabida es la monserga, ni Convergencia ni mucho menos su titular van a abogar jamás por la República, que lo que a ellos agrada es el pacto medieval con la Corona, tan querido desde siempre por los nacionalistas burgueses catalanes y vascos. De hecho, durante la Transición los chicos de CDC han mantenido a la Monarquía en un fanal, convencidos de que España y su monarca continúan anclados en el siglo XVI. No caen en la cuenta, o tal vez sí, de que existe una Constitución que ellos mismos contribuyeron a proclamar y de la que han sido una de sus vigas maestras, que establece la unidad del Estado, organizado en comunidades autónomas, bajo la forma de la monarquía parlamentaria y cuya reforma o revisión es prácticamente imposible en la dirección que pretenden.

Desestabilización radical del Estado

No obstante lo cual, y en medio de una suicida permisividad institucional, los predicadores de la secesión continúan impertérritos avanzando por una senda que, a decir de muchos, incluido el presidente del Consejo de Ministros, es camino a ninguna parte, pero que, en opinión de otros menos pusilánimes y más realistas, puede significar la desestabilización radical de un Estado que no goza precisamente del aprecio que cabría esperar tanto por parte de un establishment que lo ha utilizado en su provecho, como de amplios sectores de una sociedad desinformada y acomodaticia hasta la náusea. La sementera de incompetencia y desidia vertida sobre el solar español por tirios y troyanos durante décadas está en el origen del disparate de una minoría que pretende, contra los intereses de una mayoría en la propia Cataluña, independizar una región que representa el 20% del PIB español, con las consecuencias de todo orden, incluidas las económicas, que para todos se derivarían de la materialización de tal idea. Lo que en todo caso parece garantizado es la radical desestabilización política, ello en vísperas de unas elecciones generales que se presumen decisivas para el futuro inmediato de nuestro país.

Este es el contexto en el que el gran chamán convergente, el capitán de la aventura, el representante del Estado en Cataluña que lleva años pasándose la legalidad vigente por el arco de sus caprichos sin que nadie le tosa, ha sido recibido en la Zarzuela, y sin que, desde el Gobierno ni desde la Casa del Rey, se nos haya informado del alcance de una reunión que jamás debió celebrarse para preservar la dignidad de la jefatura del Estado, dignidad cuyo anterior titular dejó profundamente maltrecha. Contrasta, por lo demás, esta lamentable entrevista con las razones de neutralidad en año electoral esgrimidas por la Casa del Rey para no recibir a los representantes de Podemos, el nuevo partido que, aunque en las antípodas ideológicas de este diario, no pone en cuestión en su ideario la unidad del Estado y que, casualidades de la vida, son los que podrían cercenar el proyecto independentista catalán, dada la irrelevancia de PP y PSOE en aquella región. Conste, pues, nuestra disconformidad radical con la actuación de la jefatura del Estado en este asunto, y nuestra protesta por la falta de explicaciones sobre las razones de la audiencia y lo en ella hablado. Una constatación más, y van unas cuantas, de la pobre calidad de nuestra democracia.

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