El liberalismo está en crisis. Necesitado de nuevos recursos intelectuales y programáticos. Las sacudidas populistas que sufre en casi todos los países occidentales ponen en evidencia sus flaquezas. De ahí la urgencia de revisitar y reformular sus planteamientos. Especialmente debido a la amenaza que pende sobre la vigencia de la democracia misma al cuestionarse los cimientos liberales sobre los que se sostiene desde las revoluciones atlánticas a nuestros días.
El liberalismo debe volver a ser un instrumento eficaz frente al miedo y la incertidumbre. Debe abordar una respuesta propositiva y reformadora a los retos que plantea una posmodernidad que ha hecho que todo lo que era sólido política y económicamente en las sociedades abiertas del siglo XX, esté ahora en cuestión. Eso significa que debe repensar la defensa de un relato sobre la política que invoque una nueva estrategia de emancipación del ser humano que le devuelva su confianza en la ciudadanía frente a los efectos más perversos de la globalización, y que tienen que ver, básicamente, con la revolución digital y el cambio climático.
Hablamos de resignificar la libertad humana frente al determinismo que se insinúa detrás de la inteligencia artificial; de la equidad frente a las dinámicas de desigualdad y exclusión que provocan las grandes corporaciones tecnológicas; de los derechos, impulsando una nueva generación de ellos que, asentada sobre la transformación digital de nuestras vidas y los medios que las hacen posible, nos de seguridad jurídica e, incluso, propiedad sobre los datos que impulsa la nueva economía de plataformas.
El liberalismo debe volver a ser un instrumento eficaz frente al miedo y la incertidumbre
Pero una libertad que reivindique, también, la Naturaleza como el espacio en el que se haga habitable nuestra personalidad y donde se proyectan confortablemente nuestras acciones. Precisamente este contacto con la experiencia de la Naturaleza nos ayuda a entender mejor el valor intransferible de la responsabilidad ecológica y la importancia del cuidado que tiene el medio y los otros que lo habitan. Una reflexión que debe impulsar también un compromiso liberal muy intenso con la emancipación femenina frente a estructuras patriarcales que subsisten cronificadas en nuestras sociedades y, sobre todo, por una lucha en favor de la diversidad que a todos los niveles logre el derecho del ser humano a la diferencia, sea cual sea esta.
Otra forma de liberalismo, por tanto, debe ponerse en marcha en el siglo XXI. Un liberalismo que reivindique la disidencia y la heterodoxia, la capacidad crítica y la emancipación del ser humano. Especialmente frente al poder o, en nuestro tiempo, los poderes, empezando por el tecnocrático. No hay que olvidar que está en la genética liberal abordar críticamente su relación con el poder para limitarlo y controlarlo a partir de un discurso que recela de él y de quienes los ejercen, pues, como recordaba Montesquieu: “es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder tiende a abusar de él”.
Por eso, el liberalismo sigue siendo necesario más que nunca. Quizá porque, entre otras cosas, hoy, más que nunca, un hiperpoder asociado a la tecnología se concentra en unas pocas manos, tal y como evidencian los llamados Big Four o GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) en los Estados Unidos. Para enderezar esta situación oligopolística que tiene fuertes implicaciones económicas y políticas es necesario un liberalismo renovado. Un liberalismo para el siglo XXI que proyecte reflexión sobre los grandes temas de nuestro tipo: desde el transhumanismo a la revolución contra el plástico pasando por la brecha de género o la regulación de los algoritmos. En fin, un liberalismo con capacidad crítica para reclamar más libertad, más competencia, más equidad y más responsabilidad.