El Brexit es un buen ejemplo de los graves perjuicios que puede ocasionar el populismo y el irresponsable recurso de los líderes políticos, conservadores o progresistas, tanto da, a dar la voz al ‘pueblo’ para tratar de evitarse adoptar decisiones impopulares sobre cuestiones complejas y controvertidas, a sabiendas de que cualquier resultado ahondará la división social y dejará insatisfecha a casi la mitad de la población en el mejor de los casos. La irresponsabilidad de Cameron al plantear una consulta sobre la permanencia del Reino Unido (RU) en la UE, en la creencia de que saldría del envite políticamente reforzado su liderazgo, se saldó el 23 de junio de 2016 con una cruel derrota que puso en marcha el tortuoso proceso del Brexit. De seguir el populismo ganando terreno entre la clase política, no me sorprendería que a algún líder se le ocurra decidir en referéndum si su país entra en guerra y la declare en cuanto la opción bélica obtenga un puñado de votos más.
Inestabilidad política
A la dimisión de Cameron, ha seguido un período turbulento de enorme inestabilidad política en Gran Bretaña. Su sucesora en el cargo, Theresa May, que había hecho campaña a favor de la permanencia, invocó el artículo 50 del Tratado de la Unión en marzo de 2017 y negoció el Acuerdo de salida (Brexit) que las partes aprobaron en noviembre de 2018 y debía haberse hecho efectivo el pasado 31 de marzo de 2019. Pero May fue incapaz de recabar los apoyos necesarios en el Parlamento británico y dimitió después de haber acordado extender el plazo para consumar la salida al 31 de octubre de 2019. A May le sucedió Johnson quien, tras afirmar que prefería acabar en una zanja antes que pedir otra extensión, se lo pensó mejor llegado el momento y optó por solicitarla, ésta vez hasta el 31 de enero de 2020. Tras obtener mayoría absoluta los conservadores en las elecciones el pasado 10 de diciembre, el camino quedó expedito y la Cámara de los Comunes aprobó, por fin, la salida del RU después de 3 años de agrias discusiones en el Parlamento y dejando una sociedad dividida por el auge del más rancio nacionalismo supremacista inglés.
El 31 de enero se consumó la salida de los representantes de Gran Bretaña de las instituciones europeas y se inició un período que va a prolongar y quién sabe si a agravar las tensiones vividas en los tres últimos años, tanto en la política interna como internacional, y cuyo resultado final nadie se atreve a pronosticar en un mundo dominado por los gestos y el auge del nacionalismo. Contra lo que a veces se cree, el Acuerdo de Salida (AS) alcanzado entre la UE sólo concreta los compromisos futuros ya adquiridos por el RU hasta el momento de abandonar la Unión y establece un período de transición que el haberse pospuesto la salida termina el 31 de diciembre de 2020, aunque puede extenderse durante dos años más. Durante este período de transición, las relaciones entre el RU y la UE-27 registrarán escasas alteraciones, a excepción de los arreglos aduaneros introducidos para evitar el establecimiento de una frontera ‘dura’ entre la provincia británica de Irlanda del Norte y la República de Irlanda, un Estado miembro de la EU-27.
Pero nadie sabe cuál será el resultado final de la negociación que definirá el marco de las futuras relaciones al finalizar el período transitorio, ni cómo afectará a los contenciosos irlandés y escocés. En Irlanda del Norte, la salida de la UE sólo obtuvo apoyo mayoritario en los bastiones Unionistas y en Escocia la mayoría votó a favor de la permanencia. De hecho, el Parlamento norirlandés rechazó el AS el 20 de enero de 2020 sin ningún voto en contra. Por otra parte, Sturgeon, líder del partido nacionalista escocés, ya ha solicitado a Johnson celebrar un nuevo referéndum sobre permanencia de Escocia en el RU, y aunque el primer ministro británico ha rechazado la petición, aduciendo que el resultado del anterior referéndum vale para toda una generación, a nadie se le escapa que los nacionalistas escoceses no van a quedarse cruzados de brazos en caso de que las negociaciones entre el RU y la UE-27 encallen, y Escocia vea peligrar su acceso al Mercado Único europeo.
Hay otro aspecto del laberinto político en que nos adentra el Brexit incluso más preocupante que las crisis ‘internas’ que pueden explotarle al RU en los próximos meses. El 8 de mayo de 2020 se cumplirán 75 años desde el final de la II Guerra Mundial, el último de los innumerables y trágicos conflictos que con alianzas variables enfrentaron a las principales potencias europeas de cada momento histórico. Nunca los europeos en su dilatada historia han disfrutado de un período más largo de libertad y concordia y prosperidad económica, una época cuyo rasgo más singular ha sido, precisamente, que los líderes políticos europeos se han visto obligados a no levantarse de la mesa de negociación y salir dando un portazo, a realizar el siempre difícil y con frecuencia ingrato ejercicio de ponerse en la piel del otro, y elevar la mirada por encima de los estrechos intereses nacionales de cada uno para alcanzar acuerdos desde una perspectiva más inclusiva e integradora. Gracias a esta tenaz labor de cooperación política, los nacionalismos exacerbados se han mantenido a raya en la UE y todos, líderes y ciudadanos de a pie, hemos convivido con enormes dosis de cordialidad, dejando al margen los arraigados estereotipos y las enconadas rivalidades nacionales. Pues bien, este ejemplar e insólito ejemplo de convivencia civilizada, sin precedentes en la conflictiva historia de Europa, podría empezar a resquebrajarse el 31 de enero de 2020, si los fantasmas de la desconfianza y los demonios nacionalistas escapan de sus hasta ahora bien selladas lámparas.
Incertidumbre económica y efectos del Brexit
El Brexit va a producir también un aumento considerable de la incertidumbre en la UE. La puesta en marcha del Mercado Único en 1992 constituyó un gran avance en el proceso de integración económica que ha otorgado seguridad jurídica a empresas y entidades financieras para establecer sus sedes sociales, localizar sus inversiones y actividades productivas y distribuir sus productos en un espacio libre de aranceles, fronteras físicas y costosas trabas administrativas. Asimismo, los ciudadanos de cualquier país de la Unión pueden fijar ahora su residencia libremente en cualquier Estado miembro, un gran avance en el proceso de mestizaje pese a que la ciudadanía europea no sea todavía un sustituto perfecto que otorgue a los ciudadanos ‘extranjeros’ los mismos derechos políticos y sociales que a los ‘nacionales’.
La incertidumbre reside en que nadie sabe cuál será el resultado final de la negociación que ahora empieza entre la UE y el RU ni cómo su resultado afectará al comercio de bienes y servicios y a la libre circulación de las personas, tanto entre el RU y la UE como entre el RU y el resto del mundo, ni tampoco qué tensiones se pueden desencadenar en el seno de la propia UE, si algunos Estados pretenden otorgar al RU acceso al Mercado Único sin que éste acepte limitaciones significativas a su soberanía. En un divorcio tan complejo, los negociadores tendrán además que atar bien los cabos y establecer mecanismos de arbitraje para resolver civilizadamente las futuras discrepancias que a buen seguro se producirán.
El documento que presentó el Primer Ministro al Parlamento británico en noviembre de 2018, presenta los resultados de diversos estudios realizados por el Banco de Inglaterra y otras instituciones. Contempla cuatro escenarios posibles definidos en el Apéndice 1:
- No acuerdo. Termina la negociación sin acuerdo y los intercambios con el RU se gravan con los aranceles aplicados por la UE a países preferentes (most favored nation) y se establecen costes de transacción por barreras no arancelarias (non trade Barriers) en línea con las que lastran el el comercio con países sin acuerdos de trato preferente.
- Acuerdo libre comercio tipo FTA (Free Trade Agreement): no hay aranceles sobre los intercambios con la UE, pero sí costes no arancelarios al quedar el RU fuera de la Unión Aduanera y los intercambios sujetos a mayores controles regulatorios y administrativos.
- Acuerdo libre comercio tipo EEA (European Economic Area): no hay aranceles en los intercambios con la UE, pero sí costes no arancelarios por los mayores trámites administrativos que comporta quedar fuera de la Unión Aduanera. El RU permanecería en el Mercado Único, a cambio de aceptar la libertad de circulación de personas y la legislación y los estándares de la UE
- Libro blanco: se minimizan las fricciones comerciales tanto en el comercio con la UE como el resto de países, pese a quedar el RU fuera del Mercado Único y de la Unión Aduanera.
El escenario 4 constituye más un escenario idílico desde el punto de vista de los intereses del gobierno británico que una opción realista. Por ello, centraremos la atención en los escenarios 1 y 2 y 3 que además de afectar a los flujos comerciales y de personas son incompatibles (al menos los escenarios 1 y 2 con el mantenimiento de una frontera ‘blanda’ entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda.
El Cuadro 1 resume las consecuencias macroeconómicas para la economía británica de los cuatro escenarios. En la primera línea de cada celda aparece en rojo la caída en los distintos escenarios contemplados y en la segunda línea, en paréntesis, el rango de valores posibles.
Cuadro 1. Consecuencias alternativas de la salida del RU de la UE
Los resultados del Cuadro 1 permiten extraer varias conclusiones generales. Primera, los efectos del Brexit sin cambios en la política migratoria serán negativos para la economía británica y para los ciudadanos británicos. En caso de no acuerdo, el coste en términos de pérdida de PIB y PIB per cápita sería muy elevado, 7,7 y 7,6 por ciento, respectivamente, en caso de no alcanzarse un acuerdo, cifras superiores a la caída de la producción en la Gran Recesión. Las caídas del PIB y del PIB per cápita resultarían también muy elevadas, 4,9%, incluso si las dos partes alcanzaran un acuerdo de libre comercio tipo FTA, exento de aranceles, y sólo con un acuerdo tipo EEA, que implica aceptar la legislación de la UE y la libertad para emigrar al RU, el orden de magnitud de la caída, 1,6%, sería similar al de una recesión modesta. Segunda, si el RU restringiera la libre circulación de personas e impusiera controles migratorios para anular en términos netos la inmigración procedente de la EEA, los costes en términos de caída del PIB y del PIB per cápita podrían alcanzar 9,3 y 8,1 por ciento, respectivamente en caso de no acuerdo y alcanzarían 5,4% con un acuerdo tipo FTA.
Lo peor está por llegar
Pocos economistas comparten la visión optimista de que la salida de la UE supondrá un revulsivo para la economía británica que atraerá más inversiones y despertará el interés del resto del mundo en firmar acuerdos comerciales con el RU. De momento, la realidad desmiente esa visión alimentada por los políticos pro-Brexit para fortalecer el respaldo social de sus formaciones. La evidencia no lo respalda. Un estudio publicado por el Banco de Inglaterra en agosto de 2019 alertaba de los efectos negativos que el Brexit ya había tenido en las empresas británicas en los tres años posteriores al referéndum: reducción de las inversiones del 11% y caída de la productividad del 5%. The Economist resumía en dos gráficos muy clarificadores la situación. El panel izquierdo muestra que las sendas de la inversión real de las empresas en Otros países del G7 han seguido creciendo desde la fecha del referéndum, en tanto que en el RU se han estancado. Y el panel derecho indica que el porcentaje de empresas británicas que consideran el Brexit la principal fuente de incertidumbre aumentó 20 puntos porcentuales en 2018, y aunque el porcentaje se redujo al alcanzarse el acuerdo de salida firmado con la UE en noviembre de 2018, el porcentaje volvió a repuntar en el segundo semestre de 2019.
Un mensaje para los euroescépticos. Los efectos de la salida desde el pasado 31 de enero han sido imperceptibles hasta el momento, como corresponde a que las diferencias entre estar dentro de la UE una vez adoptada la decisión de salir o estar fuera durante el período de transición son insignificantes, más allá de la salida simbólica de los representantes británicos de las instituciones europeas. Pero a buen seguro que estas diferencias se dejarán notar cuando se aproxime el final del período transitorio, fijado el próximo 31 de diciembre a menos que Johnson pida extenderlo, y se despeje la actual incertidumbre sobre el alcance de las futuras relaciones entre la UE-27 y el RU. Si se confirmara que el gobierno Johnson apuesta por hacer “el acuerdo lo más duro posible”, como apuntaba The Economist el pasado 2 de febrero, los efectos podrían situarse entre los más perjudiciales, los que aparecen en las columnas “Acuerdo tipo FTA” y “No acuerdo” en el Cuadro 1. Resulta paradójica la actitud retadora del actual gobierno británico, cuando todo el mundo sabe y mejor que nadie los negociadores de la UE, que el RU es la parte más débil en el proceso de negociación, porque el peso de sus exportaciones a la UE en su PIB es muy superior al de peso las exportaciones al RU de la UE-27. Así que hay pocas dudas sobre quién se llevará la peor parte. ¡Dios salve a los británicos!
Supuestos en los cuatro escenarios empleados en las simulaciones: