Tras su exitoso La deriva reaccionaria de la izquierda, el ensayista Félix Ovejero (Barcelona, 1957), vuelve con una suerte de continuación de aquel: Sobrevivir al naufragio. El sentido de la política (Editorial Página Indómita). En este nueva entrega, más desencantada si cabe que la anterior —y siempre desde una perspectiva de izquierda—, el que fue uno de los padres intelectuales de Ciudadanos reflexiona sobre el fracaso de la política a causa de defectos tan en boga como el buenismo, el relativismo o el supremacismo moral.
En el libro, recuerda una frase de Juncker: “Sabemos exactamente lo que debemos hacer, lo que no sabemos es cómo salir reelegidos si lo hacemos”. ¿Aventura alguna respuesta a ese dilema?
Al menos hay dos. La primera consiste en dejar fuera del ámbito de lo votable las decisiones importantes y entregarlas a instituciones más o menos independientes. Es el caso del Banco Central Europeo. La otra, más cínica, consiste en mentir en las elecciones, prometer algo distinto de lo que, a final, se hace. Para seguir con el ejemplo de las decisiones económicas, piense con lo sucedido en Europa con la izquierda y las políticas austeridad que condenaba. Es el caso de Syriza o de Zapatero en mayo del 2010. Las políticas más duras las aplica la izquierda. Al cabo, siempre le resulta más fácil porque no encontrará la oposición en la calle de la derecha. Obviamente, ninguna de las respuestas es muy saludable si nos preocupa la democracia.
También, citando a Kant, señala que una democracia debería tener leyes que fuesen justas incluso si todos nos comportásemos como “demonios”. ¿La buena política es la que desconfía del género humano?
Yo no asumo ningún pesimismo antropológico. De hecho, en el libro hay un capítulo dedicado a criticar al homo economicus. Lo que digo es que, a la hora de diseñar las instituciones, hemos de asumir ciertas dosis de pesimismo. Casi por razones humanas. De otro modo, cuando fallan los resultados, lo único que nos preocupa es encontrar culpables, traidores, en lugar de reconocer que el problema es de fallos institucionales.
A la izquierda le resulta más fácil aplicar políticas duras porque no encuentra la oposición en la calle de la derecha
“El progresismo se ha vuelto contra el progreso científico”. ¿Cómo se explica?
Es una implicación de su politización del problema de la verdad, un eco del posmodernismo. Se concreta en la tesis “si no me gustan los resultados, entonces hay que vetarlos, son falsos o inmorales”. Al final, hasta la discusión se prohíbe.
En ese sentido, también dificulta la discusión que la llamada izquierda identitaria otorgue más importancia a quién profiere un argumento que al argumento en sí.
Toda esa basura que inapropiadamente se da en llamar “marxismo cultural” supone despreciar la objetividad, y el afán de verdad y universalidad. Es la inmediata implicación de la tesis de que la sociedad está dividida en burbujas epistémicas, incomunicadas y, lo que es peor, en considerar que eso es bueno, deseable.
En su opinión, ciertas ideas propician más que otras que se cometan injusticias. ¿Sería el nacionalismo una de ellas?
El nacionalismo es como el racismo o el sexismo: justifica limitar los derechos de ciudadanía de los otros. ¿Qué quieren en España? Ni votar ni redistribuir con los conciudadanos. Privarlos de derechos de modo superlativo, que en eso consiste el levantar una frontera donde no existe.
El nacionalismo es como el racismo o el sexismo: justifica limitar los derechos de los otros
Recientemente, la alcaldesa de Vic llamó a los “catalanes autóctonos” a hablar exclusivamente en catalán con aquellas personas que por su aspecto o acento “no parezcan catalanes”. ¿Es posible un nacionalismo sin xenofobia?
Cualquier nacionalismo que apele a la identidad es inseparable del desprecio a los diferentes. En el caso del catalán, se quiere convertir en extranjeros a los que hasta ahora son conciudadanos. Si además, como es el caso de Cataluña o el País Vasco, la identidad real de las gentes no se parece a la invocada, y se hace obligado “construirla”, la política resulta inmediatamente identitaria. Por eso se regula hasta cómo deben hablar entre sí los profesores de instituto. Ni Franco.
Por su parte, el presidente de Podemos en el Congreso, Jaume Asens, ha declarado que la obligación de la izquierda es “cortarle el paso al nacionalismo de imposición de la derecha”. ¿Por qué cierta izquierda solo se opone al nacionalismo cuando éste es de raíz española?
El mayor trastorno de nuestra izquierda es su defensa del nacionalismo identitario. Ya puede uno ser partidario de los soviets que si critica al nacionalismo, inmediatamente, se lo califica de facha. Es una mentira del nacionalismo que la izquierda ha contribuido a extender: España es facha, por definición. Cuando la realidad histórica es exactamente la contraria. Y la conceptual: hoy un español se ve discriminado para acceder a posiciones laborales en una parte de su país por razones lingüísticas. O piense lo que sucede con la redistribución: ahora se critica si Madrid elimina sus impuestos. Oigan, ¿y en qué se creen que consiste el federalismo fiscal? Si cada uno tiene competencias en sucesiones o el IRPF, nadie las tiene.
En Cataluña se regula hasta cómo deben hablar entre sí los profesores de instituto. Ni Franco
En el libro se muestra partidario de una renta básica. ¿Cómo valora, pues, la propuesta de Pablo Iglesias para que los ciudadanos que no lleguen a un umbral de renta determinado perciban entre 600 y 1.200 euros?
La renta básica se caracteriza por su incondicionalidad, para todos con independencia de sus circunstancias. En eso consiste su vinculación con la idea de ciudadanía, en asegurar un mínimo que impida a las personas verse sometidas a chantajes revestidos de “elecciones libres”, a que puedan decir que no, por ejemplo, a trabajos penosos o no sentirse atadas o sometidas a sus parejas porque no les queda otra. Eso no es lo que propone Iglesias. Y lo sabe, porque en su día defendía la renta básica. Por lo demás, cuando uno es vicepresidente de gobierno, lo que debe hacer es llevar propuestas de ley al Parlamento. Lo otro es lo de siempre en Podemos: palabrería.
Ciudadanos, partido del que usted firmó el manifiesto fundacional, pasó el año pasado de 57 escaños a apenas 10 diputados. ¿En qué se ha equivocado el partido?
Cuidado con vincular la calidad de las propuestas a los resultados electorales. De otro modo, uno en Cataluña debería defender el nacionalismo. Cs tenía que haber hecho una apuesta por ser un partido de izquierdas explícitamente antinacionalista. Pero ese barco zarpó hace ya muchos años. Por cierto, con la contribución de muchos de los que ahora se rasgan las vestiduras. Ahora ya no tiene esperanza ninguna. No se puede ir cambiando de ruta en cada legislatura a riesgo de que no quede nadie en el barco. La única posibilidad es otro partido. O que el PSOE se rompa.
Si quienes se proclaman “socialistas” o “feministas” acaban defendiendo ideas alejadas de lo que siempre designaron, no quedará otra que abandonar esas palabras
En España hay un espacio político por cubrir, por razones de principio y, ya ve, de eficacia electoral: la izquierda antinacionalista. Después de todo el PSOE, una cáscara intelectualmente vacía, está en compañías mucho más reaccionarias que Vox, con partidos que apelan a variantes de la etnia para negarse a redistribuir. Vox es un partido conservador. Esos son reaccionarios y algunos probadamente golpistas.
En la conclusión de la obra, apunta que si la izquierda real continúa alejándose de la izquierda ideal, “llegará un día en que tengamos que plantearnos de qué hablamos cuando hablamos de izquierda”. ¿Estamos cerca de ese día?
En la trastienda de este libro, como de algunos otros anteriores, de defensa explícita del socialismo, de reconstruir del ideario, hay una reclamación de una izquierda ilustrada, racional, la de toda la vida. Mi propuesta es, en ese sentido, estipulativa o analítica, pero uno no puede estar toda la vida alejándose de los usos extendidos de las palabras. Me sucede algo parecido con el feminismo. Creo que hay lugar para reclamar una tradición emancipatoria radicalmente igualitaria que asegure a las gentes una plena libertad a la hora de elegir cómo quiere vivir. Ahora bien, si quienes se proclaman “socialistas” o “feministas” acaban defendiendo ideas alejadas de lo que siempre designaron, y todos acaban asumiendo los nuevos contenidos, pues, me temo, o nos quedará otra que abandonar las palabras. La desgracia es que con el maltrato de las palabras, al final, se acaban por maltratar las nobles ideas que durante mucho tiempo designaron esas palabras.