Mariano Rajoy ha ganado las elecciones de una manera impactante, como nadie habría vaticinado en 2008, cuando tanta gente le instó a dimitir y dejar el terreno a otros líderes. Ahora, tiene unas horas para sonreír, antes de afrontar su nuevo destino. La situación es muy complicada. Tanto o más que en 1996, aunque la hoja de ruta se totalmente opuesta: En el 96, Aznar quería entrar en el Euro, ahora Rajoy necesita que no nos echen o nos señalen definitivamente como país conflictivo.
La fecha del 20N llega con cierta incertidumbre en la deuda española, ya que la última subasta de bonos a 10 años, que se resolvió con una rentabilidad superior al 7%, provocó ciertos desajustes en el mercado. Según algunos cálculos, que toman la referencia del futuro, la rentabilidad está en el 6,73%, mientras que otros cálculos la situaban levemente por debajo del 6,50%. En cualquier caso, la última subasta y el tono del mercado sitúan el tipo a 10 años cercano al 7%.
Una cota paralela a la de Italia y similar a la que se encontró Aznar cuando ganó las elecciones el 3 de marzo de 1996. También la prima de riesgo, que superaba los 300 puntos. Asimismo, el desempleo superaba el 20% en ambos casos.
Aznar salió del paso con una hoja de ruta clara, que era el ingreso de España en el euro. Ahora, la de Rajoy es la contraria: lograr que no expulse a nuestro país de la moneda única, ni la sitúen en el pelotón de cola de una Europa de dos velocidades. Debe lograr sacudir la presión de los mercados, pero con menos instrumentos a su alcance.
El plan de choque de Aznar llegó con un recorte del gasto de 200.000 millones de pesetas, entre otras cosas congelando el sueldo de los funcionarios. Posteriormente, las bajadas de tipos del Banco de España dinamizaron la economía.
Rajoy no podrá hacerlo. Ni puede apretar más a los empleados públicos ni tiene un banco central. Desde Bruselas le exigirán unos fuertes recortes, aunque Zapatero ya lleva más de un año apretando a la sociedad, aunque desde muchos foros internacionales insisten en que es insuficiente de momento.
El nuevo presidente debe dar ya mismo con un mensaje creíble para los mercados. Aznar consiguió hacerlo en el pasado y tanto la bolsa como los bonos lo recogieron. Habrá que ver cómo reciben al gallego ahora. Rajoy sabe que los sables están afilados y ya ha pedido un tiempo muerto a los inversores aunque, visto el panorama en los meses recientes, no parecen muy dispuestos a ello.