Aunque muy remoto, existe un peligro real de que el Comité Olímpico Internacional (COI) decida en septiembre de 2013 conceder a Madrid la organización de los Juegos Olímpicos de 2020. Habitantes de un mundo aparte y al margen de cualquier práctica democrática, tipos dedicados en exclusiva a adjudicar tal evento cada dos años –Olimpiadas de verano e invierno-, cabe la posibilidad de que los señores del COI lleguen a la conclusión de que durante mucho tiempo no van a contar con ninguna ciudad europea dispuesta a presentarse a próximas ediciones de los JJOO en medio de la colosal crisis económica por la que atraviesa el viejo continente y, en consecuencia, decidan optar por la candidatura madrileña antes de que termine por cansarse.
Si bien lejana, tal posibilidad debería bastar para que nuestros dirigentes políticos tomaran la decisión de retirarse cuanto antes de la carrera. Los temores que, ironías aparte, expresamos en este diario en mayo pasado, con motivo de la nominación de Madrid como ciudad candidata a organizar las Olimpiadas de 2020 (Madrid y los Juegos Olímpicos: elogio del disparate), no han hecho sino confirmarse, para desgracia de todos. Por razones que exceden los límites de este breve comentario, pero a las que se ha aludido con profusión en los últimos meses, el Gobierno Rajoy ha fracasado a la hora de hallar una salida a la crisis que no pase por la intervención lisa y llana de nuestra economía.
La alternativa, a la vuelta de septiembre, pasa por la solicitud formal de ese rescate ante Bruselas. Nos enfrentamos, pues, a la dura travesía por el desierto de una crisis que, como se ha reiterado en tantas ocasiones, no es solo económica, sino fundamentalmente política e institucional. Años de crecimiento nulo o insignificante y de cifras de paro abrumadoras. Años de emigración para las nuevas generaciones de españoles mejor preparados. Años de decisiones trascendentales en el diseño del futuro político español. Pretender en estas condiciones seguir adelante con la aventura de organizar unos Juegos Olímpicos solo para satisfacer la ansias de vanidad –en el supuesto de que solo se trate de vanidad, que es mucho suponer- de unos pocos, es simplemente un dislate que como pueblo no deberíamos permitir.
Ya conocemos algunas de las circunstancias que están ocurriendo en Londres: hay menos turistas que nunca en la ciudad por estas fechas y el PIB del Reino Unido ha caído un 0,7% en el segundo trimestre de 2012. Dos de los iconos argumentales del lobby olímpico madrileño, por los suelos. Al margen del pobre desempeño deportivo de los atletas españoles en la capital británica, la pura verdad es que los Juegos son una ruina que España no se puede permitir en la situación actual.
Nuestra clase política tiene que darse cuenta de que la crisis que padecemos proporciona no sólo la excusa perfecta, sino el argumento irrebatible para que el Ayuntamiento y/o el Gobierno de la nación, en un ejercicio de responsabilidad colectiva, decidan aparcar el proyecto para tiempos mejores, enviando de paso el mensaje de austeridad y sentido común que de España están esperando fuera de nuestras fronteras. No es posible que quien está obligado a solicitar el rescate de su economía, siga pensando en despilfarros propios de país rico.
Radicalmente en contra de que Madrid pueda organizar unas Olimpiadas que, en la actual situación, solo servirían para mayor gloria de una pequeña elite política y de sus conexiones bastardas con cierto tipo de empresarios de la construcción, VozPopuli inicia hoy la publicación de un serial de siete artículos, obra de Juan Antonio Escudero, ex gerente del Instituto Madrileño del Deporte (Comunidad de Madrid), en el que se abordan los errores, ineficiencias y medias verdades de que está trufada la candidatura madrileña. Urge una retirada a tiempo: esperar a la más que probable desilusión del 7 de septiembre de 2013 en Buenos Aires sólo hará las cosas más difíciles a la hora de afrontar las decisiones equivocadas del pasado.