El Gobierno reaccionó este jueves con su ya habitual perfil bajo a la cadena humana que atravesó Cataluña en la Diada. Pocos comentarios y escasas valoraciones. Un leve guiño cariñoso a su militancia en Cataluña por parte de la vicepresidenta y otra salida de tono del ministro de Exteriores fueron las declaraciones públicas más reseñables. Mariano Rajoy mantiene inalterable su estrategia convencida de que ahora la pelota está en el tejado de Artur Mas, que tiene que manejar la movilización secesionista con habilidad para no ser devorado por las fauces independentistas de ERC.
Todo sigue igual, aquí no ha pasado nada, es el mensaje del Gobierno. La movilización de la Diada, mediáticamente espectacular gracias al espectacular apoyo de TV3, no ha desbordado el margen de lo previsto. Incluso puede hablarse de un pinchazo. Menos participantes que en la Diada del año pasado, que fue mucho más espontánea y, sobre todo, algo que ha tranquilizado enormemente a Moncloa: ni un medio impreso internacional de relevancia acogía en su primera página la protesta de los secesionistas catalanes. Un revolcón para los planteamientos de Artur Mas que dedicó horas antes de la jornada reivindicativa a reunirse con una docena de corresponsales extranjeros para explicarles el sentido de la protesta.
Brazos cruzados
Soraya Sáez de Santamaría fue la encargada, este jueves, de tranquilizar los ánimos de las huestes de PP y sus simpatizantes en Cataluña. Hay que escuchar "a la gente que sale" pero también "a las mayorías silenciosas, a las que se quedan en su casa". Era la respuesta a quienes sugieren que el Gobierno se queda de brazos cruzados ante el reto secesionista y se olvida de los suyos, que están sufriendo hostigamiento y persecución en Cataluña por no acatar las consignas de la Generalitat. Y no hubo más salvo, de nuevo, el ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, quien, en contra de la línea oficial, reconoció que la Diada fue "un éxito de convocatoria, organización, logística y comunicación". Se le olvidó decir, como este jueves sugería otro miembro del Gabinete, que todo ese despliegue de medios, autocares, infraestructuras y camisetas amarillas, "lo pagamos todos los españoles". Un pequeño detalle al que el titular de Exteriores permanece siempre ajeno.
"Ahora el problema lo tiene Artur Mas, que tendrá que manejar esta riada independentista que él ha provocado", comentaban este jueves fuentes próximas al Ejecutivo. El presidente de la Generalitat no mencionó ni una sola vez la palabra independencia y ni siquiera la expresión "Estado Propio". Tan sólo recurrió a la habitual fórmula de exigir al Gobierno la celebración de una consulta para que "los catalanes puedan decidir su futuro político". Rebaja en el nivel de decibelios con relación al pasado año, cuando Artur Mas se subió al lomos del trigre de la magna manifestación de paseo de Gracia que derivaron en unas elecciones anticipadas en las que CiU sufrió un severo correctivo.
Alternativa endiablada
El presidente de la Generalitat, piensan en Moncloa, ha de maniobrar a partir de ahora entre dejarse llevar por el independentismo o mantener abierta la puerta de la negociación. Ambas posturas están preñadas de dificultades. Con la primera, puede resultar devorado por ERC. Con la segunda, puede defraudar a los cientos de miles que salieron en la Diada a las carreteras con la camiseta amarilla de la independencia.
No estaba allí por supuesto el PP, pero tampoco estaban el PSC e Iniciativa y ni siquiera estaba Unió. Otro punto importante con relación a la Diada del pasado año, en la que confluyeron estas tres últimas formaciones.
En esta tesitura, el portavoz de la Generaltat, Francesc Homs, ha salido del paso en forma muy ambigua, asegurando que antes de fin de año se fijará la fecha y el lema de la consulta. En suma, Mas gana tiempo. Pero no se sabe muy bien para qué. Se encuentra en una tesitura de difícil solución. Mariano Rajoy le intentará ayudar en la medida de lo posible pero siempre, como ya se apuntó en este diario, si se aleja de ERC y se centra sus reivindicaciones en el ámbito de la legalidad y la Constitución. Una maniobra llena de riesgos.
En Moncloa se piensa que se ha salido de este trance mucho mejor que el año pasado. La Diada del 2012 fue una sorpresa para todos, tanto para el Gobierno central como para el de Cataluña. Este año no ha habido sorpresas. Se mantiene vivo el mismo problema que creó Artur Mas con su deriva secesionista y será Artur Mas quien ha de resolverlo.