Carlos Dívar se fue este jueves… y no sólo de fin de semana. El presidente del CGPJ más ‘caribeño’ de la historia de la Justicia española ha cogido finalmente la maleta y se ha marchado. Le ha costado, sí, porque le había cogido cariño a ese sillón que le permitía tener coche oficial, varias decenas de escoltas y un sueldo más que respetable. Aunque, eso sí, algo justo para un hombre tan viajado, que al final tenía que echar siempre mano de la visa oficial para pagarse esos sencillos hoteles de cuatro estrellas en Marbella y las cenas en restaurantes de lujo a base de tortillita francesa a los que invitaba a un misterioso personaje que resultó ser su escolta de confianza. Tan apurado iba de cash, que si le entraba la vena cultural y quería visitar unas cuevas prehistóricas, no le quedaba más remedio que guardarse la vergüenza en el bolsillo y pedir, por favor, que le dejasen pasar sin pagar.
Se va, sí, a una jubilación en la que podrá presumir de haber sido el primer máximo representante de la judicatura española que tiene que salir por la puerta de atrás. Y también de ser el primero y único que ha podido presidir un bicentenario del Tribunal Supremo. Qué más da que el rey prefiriera ir de funeral a Arabia que hacerse la foto con él. O que los miembros del Gobierno que acudieron a aquel acto estuvieran más pendientes de esquivarle que de aplaudir su discurso. Para cuando llegue la próxima celebración de este calibre, él y nosotros estaremos todos calvos y nadie se acordará de que hubo una vez un presidente de los jueces al que le gustaba pasar varios días al borde del mar de relax tras pasar unas pocas horas de trabajo.
Se va, sí, pero sin que sus colegas de toga, los mismos que el otro día le dieron la espalda en los fastos del Supremo, le hayan querido sacar los colores aceptando la querella que habían presentado contra él por malversación de caudales. Total, eran ‘sólo’ 30.000 euros del erario público, una cantidad que gana a duras penas cualquier parado con hijos en los dos años que le dura el desempleo. Se va, sí, pero con algunos compañeros del CGPJ viendo la paja en el ojo ajeno y defendiendo a un Dívar que en su condición de ‘viga’ se había convertido en el mayor lastre para la credibilidad de la justicia española.
Se va, sí, pero dejando tras de si una estela de privilegios a prueba de la mayor crisis económica de la historia de España y, lo que es peor en el caso de juez, afianzando la idea de que la justicia no es igual para todos, sobre todo para aquellos que viajan en vehículo oficial. Se va sí, pero él sigue convencido de que es inocente y no tiene que confesar ni confesarse, que los malvados son los otros, los que destaparon sus vergüenzas en la prensa cuando en las buenas familias, incluida la jurídica, los trapos sucios y las facturas sin aclarar se lavan en la intimidad de sus reuniones a puerta cerrada.
Se va, sí, pero a estas alturas que le quiten lo ‘viajao’. Porque ha dimitido, sí, pero de devolver un euro al erario de lo que se ha gastado en Marbella y otros lugares de España, no ha dicho ni mú. Siempre ha sido un hombre discreto.