La economía estadounidense prácticamente duplicó en el tercer trimestre de 2011 su crecimiento respecto al segundo: del 1.3% al 2.5%. Una subida intertrimestral anualizada o, lo que es lo mismo, un aumento que hay que agarrar con pinzas: ayer este medio informaba del desplome de la confianza del consumidor en octubre, mayor de la esperada. El PIB lo publica el Departamento de Comercio.
Se da así la paradoja de que los norteamericanos siguen consumiendo cuando sus expectativas están por los suelos. Existen otras razones para desconfiar del crecimiento de EE UU: el aún elevado interés hipotecario -4,11%, aunque apunta hacia abajo-, la caída de la refinanciación a la vivienda que afecta a los consumidores, altamente endeudados…
El dato de hoy constituye un balón de oxígeno, sobre todo porque ayer sonaba un retorno a la política de estímulos promulgada por la Reserva Federal (Fed) al principio de los males económicos. La Fed, a la que también se pide que baje los tipos, terminó con esta práctica hace un mes. Aunque bien es cierto que las dos anteriores Quantitative Easing (política de estímulos) tampoco lograron que las familias se beneficiasen de las bajadas de interés.
Hay más motivos para recelar del dato intertrimestral anualizado: el consumo de bienes apenas varió (0,35%), a diferencia del de servicios (1,38%). Tampoco supusieron un cambio sustancial las exportaciones netas (0,22%). Por no hablar del gasto público, que se sitúa en 0%.
Han sido, en definitivas cuentas, los gastos de los hogares en productos imprescindibles (energía, salud, transportes) lo que ha impulsado el PIB estadounidense. Un artículo de The New York Times lo recordaba el martes: “¡Es el gasto del consumidor, estúpido. En los últimos 35 años la inversión privada nunca ha sido el motor del crecimiento económico estadounidense; el consumo privado y público, sí.