Durante la Segunda Guerra Mundial, el archipiélago canario se consolidó como un enclave estratégico de gran relevancia en el Atlántico, atrayendo el interés de potencias como Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos. Mientras los submarinos alemanes aprovechaban los puertos canarios para reabastecerse, los británicos y estadounidenses veían en las islas un punto crucial para sus operaciones navales y aéreas. Esta situación convirtió a Canarias en un epicentro de la inteligencia militar, con informes detallados que abarcaban aspectos geográficos, socioculturales y logísticos, esenciales para planificar intervenciones o proteger intereses aliados. Un hotel ya desaparecido en Las Palmas, en 1974, fue escenario de las negociaciones de la CIA con miembros de la flota cubana de pesca, empresa estatal de La Habana para la generación de divisas con el respaldo de la URSS.
La plaza de Las Palmas y Tenerife, ya antes, era habitual para organismos como la Oficina de Inteligencia Naval (ONI) y la División de Inteligencia Militar (MID) estadounidense compilaron informes clave, como el Field Monograph of Canary Islands y el Survey of the Canary Islands, que destacaban las fortalezas y debilidades del archipiélago como escenario bélico. Estas evaluaciones sirvieron no solo para respaldar posibles operaciones militares, sino también para coordinar esfuerzos con los aliados, convirtiendo a Canarias en una pieza estratégica en el tablero internacional de la Segunda Guerra Mundial. En la Guerra Fría, Las Palmas y Tenerife se convierten en bases del negocio pesquero de todos los países de la órbita soviética.
A mediados de la década de 1960, Cuba emprendió un ambicioso proyecto para desarrollar una poderosa flota pesquera. Con el respaldo de la Unión Soviética y otros países del bloque del Este, se adquirieron numerosos buques pesqueros de última generación, muchos de ellos construidos en astilleros españoles, alemanes orientales, japoneses y polacos. Entre los buques más destacados de esta flota se encontraban los inspirados en los diseños españoles de Pescanova, como el 'Mar Caribe', 'Mar Océano' y 'Mar del Plata'. También se incorporaron buques de mayor porte y capacidad, como los de la serie 'Atlantik' construidos en Alemania Oriental. Además, Cuba adquirió una flota de buques camaroneros y una serie de buques frigoríficos para el transporte y comercialización de las capturas, entre ellos el emblemático 'Océano Antártico', que en su momento navegó bajo bandera sueca.
En su apogeo, a finales de los años 70, la Flota Cubana de Pesca se convirtió en una de las más importantes del mundo, con una capacidad de captura que superaba las 200.000 toneladas anuales. Sin embargo, diversos factores, como la caída de la Unión Soviética, la crisis económica en Cuba y la sobreexplotación de los recursos pesqueros, provocaron un declive progresivo de la flota. Para el año 2001, las capturas se habían reducido drásticamente a menos del 10% de su máximo histórico.
En 1974 surge, sobre los intereses de EE.UU en Cuba, un caso emblemático: el de Juan Luis Acosta Guzmán, capitán de la flota atunera cubana y agente doble infiltrado en la CIA. Reclutado en Las Palmas, Acosta operó como 'Ángel' para la inteligencia estadounidense, pero en realidad servía a la Contrainteligencia cubana como 'Mateo'. Desde Canarias, él y su esposa Teresa Martínez Trenco, también infiltrada en la CIA, ejecutaron operaciones de desinformación que comprometieron los planes norteamericanos. Las islas sirvieron como punto de enlace para transmisiones cifradas y logística, utilizando equipos avanzados como el RS-804 y canales satelitales.
Canarias fue percibida como un bastión en el Atlántico, estratégico tanto para la guerra submarina como para la vigilancia aérea. Durante la Segunda Guerra Mundial, y extendiéndose al período de la Guerra Fría, las islas atrajeron el interés de las principales potencias, incluidas la CIA y la inteligencia soviética, debido a su capacidad para controlar rutas marítimas y facilitar operaciones navales. Estados Unidos consideró Canarias como un posible punto de apoyo militar, tanto para la defensa de Europa Occidental como para misiones en África y América Latina. Mientras tanto, las actividades de la inteligencia cubana en el archipiélago, apoyadas por agentes dobles como Acosta y Teresa, representaban una amenaza constante para los intereses estadounidenses en la región. La infraestructura portuaria y aeroportuaria de las islas no solo facilitó el comercio y la navegación, sino que también las convirtió en un punto de tránsito para el contrabando de información, equipos de espionaje y agentes. Las redes de inteligencia aprovecharon estos activos para mover mensajes cifrados y recursos de manera relativamente discreta.
Operando bajo el nombre en clave 'Ángel' para la CIA, Acosta logró manipular durante trece años a la inteligencia estadounidense. Durante este tiempo, envió información falsa y desinformación utilizando un sofisticado equipo de comunicaciones valorado en 250,000 dólares, mientras recibía un salario que aumentó de 250 a 1.700 dólares mensuales gracias a su supuesta eficacia. El matrimonio logró establecer una red de operaciones en Canarias y otros puertos europeos, especialmente en España. Desde Las Palmas, Cádiz, Barcelona y Tarragona, los agentes enviaban mensajes cifrados con información estratégica falsa, utilizando equipos como el RS-804 y transmisiones vía satélite a la central de la CIA en Langley. Según un informe presentado por el Gobierno cubano ante la ONU, Teresa ayudó a introducir en Europa libros de códigos y otros materiales clasificados bajo el control del oficial de la CIA Duanne Thomas Evans.
Acosta Guzmán, además de cumplir misiones específicas relacionadas con Nicaragua, logró pasar tres veces el detector de mentiras sin ser descubierto, dos de ellas en España. Entre las informaciones obtenidas en confianza, se incluyó el plan estadounidense para acabar con la revolución sandinista, que implicaba bombardeos, ataques terrestres desde Honduras y Costa Rica, y un bloqueo marítimo contra Cuba. En sus frecuentes viajes de pesca, el capitán aprovechaba para alimentar la relación con sus contactos de la CIA, mientras acumulaba cerca de 100,000 dólares en cuentas bancarias estadounidenses que nunca podría retirar. En una intervención posterior, Fidel Castro subrayó la importancia de los Órganos de Seguridad cubanos para desarticular operaciones enemigas. “La CIA subestima a nuestros órganos de seguridad y jamás podrá contra este pueblo organizado”, afirmó con orgullo. Este caso, junto a otros similares, reflejó no solo la capacidad de penetración de la inteligencia cubana, sino también las tensiones geopolíticas en las que las Islas Canarias se convirtieron en un escenario crucial durante la Guerra Fría.