Opinión

De comprar tabaco a comprar un ayuntamiento

Según Abalos, un ministro es un tipo indefenso ante buitres que no tiene ni siquiera firma

  • José Luis Ábalos a su salida del Supremo -

Ya no es una mera cuestión de determinar si se cometían delitos o no, de si hay responsabilidades penales o de si la moral en el uso de los recursos públicos es cuestionable. Es el modo en que se hacían las cosas, la naturalidad con la que todo un exsecretario de Organización y ministro se defiende de lo indefendible. José Luis Ábalos mantuvo ante el juez que conoció a Koldo García a través de Santos Cerdán, y que pronto lo acogió como su “asistente personal”. Curiosa figura la de este ‘personal trainer’ de la política para estar siempre en forma. Le iba a por tabaco, a la farmacia, le organizaba viajes, estaba pendiente de cuestiones de seguridad… “Me cuidaba”, dijo al magistrado del Tribunal Supremo que le interrogaba. Ese cuidado pronto tuvo premio. Koldo García fue designado consejero de Renfe y de Puertos del Estado. Es de suponer que no por sus conocimientos específicos de las infraestructuras ferroviarias o porque fuese un maestro técnico de la estiba. Sino porque sí. Porque todos lo hacían. Porque era norma común que los ministros privilegiasen a sus portamaletines con prebendas en consejos de administración de empresas públicas por aquello de cobrar unas dietas y de que alguien, alguna vez, lo llamase señor. 

Es entendible que Ábalos, como cualquier persona, trate de eludir acusaciones penales, imputaciones, juicios y demás procesos indeseables. Pero no es aceptable su argumentación. Según su visión de la política, un ministro es un ser indefenso rodeado de buitres que tratan de engañarle con pisos de lujo o pagando contra su voluntad las rentas de alquiler y las neveras ruidosas de las novias. Un ministro, vino a decir, es la nada, un tipo sin capacidad de firma porque su rúbrica ha quedado en una simpleza protocolaria. Un ministro es algo así como el tuno novato, un pardillo con cargazo que nunca se entera de nada. Porque de los contratos y adjudicaciones públicas ya se encargan los técnicos del Ministerio, los miembros de la comisión de subsecretarios y, en última instancia, el secretario de Estado, que para eso cobra.

La versión de Ábalos es inverosímil: un ministro de Pedro Sánchez sólo es un mindundi sin firma, un marciano sin capacidad para negociar, un pardillo sin decisión

Todo se despachaba a través del asistente personal, y el ministro ni siquiera conocía que un comisionista se manejaba por los pasillos y despachos del Ministerio “como Pedro por su casa”, subía en el ascensor reservado para él, y aparcaba su Porsche en las plazas de la élite ministerial. Ábalos dijo a Koldo que Víctor de Aldama no debía trasegar tanto por el Ministerio, que no lo quería ver por allí trasteando. Pero sí lo sentó a su derecha en Ferraz negociando con la oposición venezolana. No sé. Demasiado inverosímil todo para darle crédito. 

Un ministro de Pedro Sánchez era solo eso, un mindundi sin capacidad de negociar nada. Un marciano que andaba de Ferraz al escaño, del escaño a su Ministerio, del Ministerio a algún acto intrascendente en coche oficial, y cuando volvía a Fomento pasaba el tiempo fabricando pajaritas de papel. Todo muy realista y creíble. Ábalos avanzó ante el Tribunal Supremo la peregrina tesis de que fue víctima del engaño de un comisionista sin escrúpulos empeñado en pagarle chalés, y que su asistente se encargaba del sostenimiento de su pareja sin un motivo aparente. Porque sí. Por generosidad. Porque los García de toda la vida son así de desprendidos. Normal que el juez se extrañe de lo grotesco de la estampa porque nada cuadra. Nada.

 

En este PSOE hay quien, como Koldo, compra tabaco y asciende, y hay quien, como María Jesús Montero, compra alcaldías por Reyes Magos abriendo la caja común y disponiendo de 600 millones

Como mínimo, es novedosa esta aportación de Ábalos a la filosofía política de que cuanto más escala uno en la pirámide del poder, menos manda, menos pinta. A lo sumo, puede contratar a alguien que le vaya a por tabaco y a por aspirinas. Antiguamente, ‘ir a por tabaco’ era otra cosa. Uno desaparecía del mapa dejando plantada a su mujer. Ahora, ir a por tabaco te proporciona un puesto de consejero en Renfe. Visualizo a los técnicos del Ministerio y al secretario de Estado con camisa blanca, manguitos y visera calibrando minuciosamente los números para las licitaciones públicas, comprobando cada dato y diciéndose para sus adentros que un ministro no es nadie. Que ellos deciden. Que va. No es lo que hacían o dejasen de hacer, sino el cómo lo hacían. El desparpajo, la cachaza, este surrealismo de escopeta nacional en el que el ministro es una rémora ociosa y los técnicos, los iluminados que deciden.

Hay quien compra tabaco y asciende, y hay quien compra alcaldías abriendo la caja común. Ha ocurrido en Jaén, donde la vicepresidenta María Jesús Montero, a quien se atribuye el ordeno y mando para su desembarco definitivo en el PSOE andaluz, se ha comprado una alcaldía por Reyes Magos con una condonación de la deuda del Ayuntamiento. Unos 600 millones de euros. Calderilla de todos por un sillón para ella. Es la ventaja que tiene disponer de la llave de la caja. ¿Es ilegal una condonación de deuda? No, no lo es. ¿Es ilegal disponer de fondos públicos para batallas personales vinculadas a la recuperación de cuotas de poder? Tampoco lo es. El problema no es el qué. Es la desfachatez del cómo. El problema es de legitimidad en la utilización del poder, de esta libre disposición para decisiones arbitrarias y desiguales que hemos aceptado como moneda de cambio. Es cosa de borrachera de poder.

 

Hemos normalizado a los koldos, los chalés que nadie sabe por qué se pagan, el tráfico de mascarillas, los viajes a costa del cáncer, las firmas sin valor de los ministros, y las versiones de ciencia ficción ante el juez

Podrán maquillarlo con la idea cierta de que una formación de tres paisanos de Jaén que decidieron imitar a Teruel Existe han cambiado de opinión. De que el alcalde del PP les ha defraudado y le retiran su apoyo. Bien está, es la democracia. Sin embargo, es la obscenidad política que subyace la que debería situar a España de una vez por todas ante el espejo del abuso de poder y de la desviación ética. Hemos normalizado a los koldos, los pisos que nadie sabe por qué se pagan, el tráfico de mascarillas, los viajes a costa del cáncer, las firmas sin valor de los ministros y las versiones de ciencia ficción ante los jueces.

Hemos normalizado el delito, la compra de favores, la venta de concejales, y hemos aceptado con espontaneidad lo más espurio de la vida pública. Y nos hacen creer que eso, a fin de cuentas, también es democracia. Como dijo Ábalos al magistrado, él se limitó a hacer con su asesor personal lo que hacían todos porque era lo común. Es la lógica de un sistema corrupto de ‘firma protocolaria’, mercenarios de ayuntamiento, pajaritas de papel, neveras con ruido, chicas de compañía y ministros que no se enteran de nada. De hecho, varios acaban de descubrir que un tal Aldama se metió en su whatsapp sin permiso. Pardillos indefensos. No es que pretendan que los crea un juez. Es que además quieren que los creamos todos.

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