El día de inauguración del TAV (Tren de Alta Velocidad) vasco cada vez se ve más lejos, y tal es la demora que antes de que siquiera naciera, sus travesías ya estaban listas. Mientras el resto de infraestructuras necesarias para poner todo en marcha estaban aún en proceso de aprobación o construcción, los 23 túneles por los que más pronto que tarde pasaría ya estaban terminados en 2014.
Ese mismo año Bruselas aprobó una nueva normativa de seguridad más exigente que la última de 2008 (según la cual fueron ejecutados) por la que obligaba al Gobierno vasco a revisar los túneles terminados, para actualizar sus infraestructuras y crear nuevas salidas de emergencia. Empezar la casa por el tejado nunca fue buena idea, pero en este caso mucho menos. El 60% del recorrido del AVE es bajo túneles, lo que da una idea de la magnitud de la reforma. La Unión Europea hacia otro lado, pero en ningún caso lo ha olvidado.
A todos los gastos añadidos al presupuesto inicial a lo largo de los años por imprevistos, se suman ahora 52 millones de euros por esta reforma, de los que casi 38 estarán destinados al enlace alavés-vizcaíno y otros 14 a Gipuzkoa. El desembolso corre a cargo de la entidad pública Adif, que no tiene tantos problemas de dinero como de tiempo. A pesar de que podrá cofinanciarse por fondos europeos a través del programa ‘Conectar Europa’, debe tener todo listo antes de la fecha de salida del Tren de Alta Velocidad, que el Gobierno central ha aplazado a 2023.
Para entonces, habrá pasado más de una década por aquellos túneles. La espera ha hecho daño a cada uno de ellos (Induspe, Udalaitz, Mendigain, Olabarrie, Ganzelai, Galdakao, Zaratamo, Beasain Este, Ordizia-Itsasondo, Legorreta y Tolosa-Hernialde), y ahora toca remediarlo. Treinta años después, sólo se ha logrado crear una infraestructura de forma interna, pero aún no circula ningún tren y las conexiones con el resto de España siguen cerradas. La ‘alta’ velocidad de este tren ha sido un auténtico fiasco.
Error tras error
Corrían los años 80 y ya se hablaba de la 'Y' vasca. Debe este nombre a que las tres capitales vascas pretendían encontrarse en un punto intermedio de Euskadi, en lugar de hacer un trazado de forma triangular con el vértice en Vitoria, como impone la lógica. Por aquél entonces, las expectativas puestas en el proyecto, el más ostentoso en Euskadi hasta el momento, eran casi tan grandes como el presupuesto reservado para el mismo. Pero pronto se dieron cuenta de que sólo sería un atadero de errores y gasto.
Para empezar, el primer paso no se dio hasta años después, en 2006. Los planes han estado siempre sobre la mesa, pero la crisis económica, la amenaza de ETA y los problemas socio-políticos no han permitido avanzar al ritmo esperado. Los 175 kilómetros de trazado que debería tener se reducen a un recorrido medio de apenas 35 minutos. Los ciudadanos ya no creen ni en el proyecto ni en la alta velocidad, y ahora sólo ven en ello un derroche de dinero público. Si echamos cuentas, la factura del AVE vasco ha sufrido un sobrecoste de 2.000 millones y ha estado en manos de dos presidentes de Gobierno y cuatro ministros de Fomento.
El AVE vasco existirá, pero de momento no lo hará más allá de sus fronteras. La conexión necesaria con Burgos para llegar hasta Madrid está aún en fase de estudio; mientras que el vínculo con el país vecino, Francia, no se espera hasta 2019. Además, Pamplona ha dado marcha atrás en el plan, y quiere cambiar la ruta hasta Vitoria, mientras hasta ahora se esperaba que pasara por las montañas para conectarse en medio de la vía hacia San Sebastián. Cuando parece darse un paso hacia delante, son dos para atrás. Con tanto fracaso, quién sabe si algún día llegará a disfrutarse.