No resulta novedoso, ni mucho menos, que en el sumario del caso Nicolás aparecen relatados diversos hechos turbulentos que rozan el surrealismo. Entre todos ellos destaca uno especialmente rocambolesco que se antoja, además, decisivo para dirimir si Francisco Nicolás Gómez Iglesias es o no un estafador de poca monta. Se trata del testimonio de un empleado de banca que se barruntó las intenciones del joven cuando éste apareció en la entidad junto a Francisco Javier Martínez de Lahidalga, el empresario presuntamente estafado por el Pequeño Nicolás.
Este testigo, J. A. M., declaró ante el instructor del caso en el juzgado de Instrucción número 2 de Madrid el pasado 16 de diciembre. En su declaración, este banquero explicó al juez cómo Francisco Javier Martínez de Lahidalga y su esposa se presentaron en la oficina del banco el pasado 9 de octubre con intención de retirar dinero en efectivo porque “una persona del Gobierno le ha dicho que le embargarán sus cuentas corrientes”. Por ello, solicitaron 15.000 euros en ese momento y quedaron en volver al día siguiente.
Al ver al joven, el banquero pensó que se trataba de “un pasante del abogado del cliente”. Pero el cliente le informó de que "era la persona del Gobierno que le iba a ayudar con el tema del embargo"
Siempre según la versión de J. M. A., el 10 de octubre aparecieron en el banco el citado empresario y Francisco Nicolás. Al ver al joven, el banquero pensó que se trataba de “un pasante del abogado del cliente”. Pero el cliente le informó de que "era la persona del Gobierno que le iba a ayudar con el tema del embargo". En concreto, el Pequeño Nicolás “se presentó como ayudante de la Subsecretaría del Estado de Presidencia”, tal y como puede leerse en la declaración del testigo. Y ahí empieza un relato de los hechos que, como otros pormenores del caso, parece sacado de una película de Berlanga.
Relato surrealista
El empresario y el joven empiezan una suerte de función. Primero hablan sobre un asunto fraudulento en Andalucía que más bien suena a excusas peregrinas. El empresario comenta al banquero que desea sacar “todo el dinero que hay en las cuentas”. El banquero responde que no puede disponer de todo el efectivo “por incumplimiento de la ley de blanqueo de capitales”. Surge una discusión y, de pronto, Nicolás coge su móvil y afirma, ante la cara atónita del banquero, que va a llamar a la vicepresidenta del Gobierno. “Soy Francisco Nicolás, ¿me puedes pasar con el subsecretario?”, afirma, antes de abandonar el despacho.
El joven reaparece en la escena para asegurar que “con el tema del blanqueo de dinero no hay problemas”. Y afirma al empleado del banco que ellos se ocupan de todo
Parece un sainete, pero no lo es. El joven reaparece en la escena para asegurar que “con el tema del blanqueo de dinero no hay problemas”. Y afirma al empleado del banco que ellos se ocupan de todo. La conversación continúa por estos extraños derroteros hasta que Fran vuelve a abandonar la sala para hablar por teléfono. Eso sí, antes de salir deja sobre la mesa un dossier donde puede leerse la leyenda “Gobierno de España”. Cuando el banquero va a echarle un vistazo, el empresario le da un manotazo en la mano y le dice que “no sea indiscreto”.
Una mentira
El banquero en cuestión empieza a sospechar que algo no está claro. Cuando Nicolás regresa de nuevo, la charla deriva a hablar sobre alguien que trabaja en el Ministerio de Industria. El presunto estafador afirma que conoce al susodicho y que había comido con su hijo “hace quince días”. El empleado de banca se da cuenta de que miente porque el tipo sobre el que hablan no tiene hijos mayores. Cada vez tiene más claro que se trata de una estafa a su cliente. Entretanto, Nicolás le muestra “fotografías con diversas personas relevantes” e, incluso, le habla sobre el director general del banco.
Pese a sus sospechas, el banquero continúa con su trabajo, disimulando. Según afirma al juez, no dice nada a sus interlocutores porque “son clientes muy importantes y se juega su puesto de trabajo”. Nicolás afirma que la mejor opción para esta operación es abrir una cuenta corriente pero no a nombre del empresario o su esposa, sino de alguien de confianza -es decir, de él mismo- y depositar en ella el dinero. El banquero advierte al Martínez de Lahidalga de que puede perder la titularidad del dinero. “No me queda otro remedio, si no, me voy a quedar sin dinero”.
Los 20 años, claves
La gota que colma el vaso para el empleado de banca es la edad del joven. Al hacer las gestiones para abrir una cuenta a su nombre, comprueba en su DNI que solo tiene 20 años. Y le espeta: “eres un niño y no tienes estudios”. A lo que él contesta diciendo que “es estudiante de CUNEF y es agente del CNI”. A estas alturas del diálogo rocambolesco, el banquero tiene claro que se trata de una estafa y trata de dilatar la apertura de la cuenta. Por ello, queda con ambos en verse unos días después. Al despedirse, Francisco Nicolás ofrece al banquero llevarle a donde quiera en su coche –un Audi con los rotativos policiales puestos-.
El banquero decidió llamar a la esposa del empresario para comunicarle que se trataba de una estafa del Francisco Nicolás
Minutos después del encuentro, el empleado del banco pasa a la acción. Y decide llamar al empresario. Como este no le coge el teléfono, llama a su esposa, Rosa Ana Tarrero. Ella sí contesta y él advierte que, a su juicio, se trata de una estafa en toda regla. De hecho, la esposa confirmó ante el juez la existencia de esa llamada durante una declaración que prestó el mismo 16 de diciembre. Según afirmó el banquero al juez, era “una esta descarada”. Habrá que ver la versión del Pequeño Nicolás.