Hace tres años, el 18 de noviembre de 2020 a primera hora de la mañana, Rosario Porto se quitó la vida en su celda de la prisión de Brieva (Ávila) ahorcándose con el cinturón de su bata. La madre de Asunta Basterra, que en 2013 fue condenada a 18 años de cárcel por el asesinato de su hija, ya había intentado suicidarse en dos ocasiones anteriores durante su estancia en otras prisiones, pero aquellos episodios fueron interpretados en su momento como un deseo de la reclusa, con fama de caprichosa, de llamar la atención o de evitar el traslado a otros centros penitenciarios. Aquella fría mañana abulense, a más de 500 kilómetros de su ciudad natal, Santiago de Compostela, Charo consiguió al fin su propósito. Pocos minutos antes había pasado la primera revista del día y nadie sospechó nada raro cuando no acudió a desayunar con el resto de internas. Allí, en el área de comidas, saltó la primera voz de alarma al ver que la interna no aparecía. Cuando los funcionarios acudieron a su celda, nada pudieron hacer por salvarle la vida. Había dejado todas sus pertenencias en perfecto orden y no escribió nota alguna de despedida, llevándose a la tumba los motivos que la empujaron a tomar la fatal determinación. Unos explicaron que estaba muy deprimida, aunque los especialistas le habían retirado el protocolo antisuicidios por estimar que su salud mental había mejorado de forma notable en los últimos tiempos. Otros alegaron que la culpa le atormentaba de tal forma que no pudo soportar más tanta tensión. Y no faltaron incluso quienes llegaron a sugerir que quizá aquel 18 de noviembre sólo quiso llamar de nuevo la atención, como en las ocasiones anteriores, y que sus previsiones de rescate fallaron.
Lo único cierto es que el suicidio de la abogada de 50 años supuso sumar un nuevo punto oscuro a una historia inexplicable que tuvo su origen en la madrugada del 22 de septiembre de 2013, cuando en la cuneta de una pista forestal de Teo, al lado de Santiago de Compostela, apareció tirado el cadáver de una niña china de 12 años de edad. De inmediato se supo que se trataba de Asunta Basterra Porto, cuyos padres adoptivos, Rosario y Alfonso, habían estado poco antes en la comisaría de la capital gallega alertando de su desaparición. Ambos eran bien conocidos en la ciudad. Ella, perteneciente a una acomodada familia, ejercía de vez en cuando como abogada y asistía con frecuencia a numerosos actos sociales o culturales, y él, periodista, colaboraba con varios medios de comunicación y disfrutaba de la buena posición de su mujer. En aquel momento llevaban una temporada divorciados, pero siempre habían dado la imagen de ser un matrimonio perfecto que adoraba a su pequeña hija, a la que habían ido a buscar a China cuando tan sólo era un bebé.
Dos días después, la madre de Asunta sería detenida como sospechosa de la muerte de su hija. El padre no tardó en caer acusado de lo mismo. Y el resto de la historia es de sobra conocida, porque muy pocas veces un crimen ha hecho correr tantos ríos de tinta, ha protagonizado tantos programas de televisión y ha suscitado tantos debates sobre los motivos que llevaron a esos padres, que jamás reconocieron las acusaciones, a matar a su hija tras drogarla durante varios meses con sustancias ansiolíticas. El juicio contra Charo y Alfonso fue muy largo y complejo, en él participaron decenas de peritos, médicos, policías, profesores y personas allegadas a la pareja, el tribunal popular tuvo acceso a mil documentos y la vida privada de los dos acusados quedó expuesta hasta la extenuación tanto en la sala judicial como en los medios de comunicación, pero lo cierto es que todas esas pruebas y declaraciones no lograron aclarar un sinfín de incógnitas cuyas respuestas quedaron, como dice la vieja canción, flotando en el viento.
Una investigación interminable, muchas dudas por despejar
Esos interrogantes no evitaron que la pareja fuese condenada a 18 años de cárcel, ella por ser la autora material del asesinato mediante asfixia y él por ser el cooperador necesario, delito que conlleva la misma pena. Sin embargo, una década después del asesinato de la menor y pasados ya tres años desde el suicidio de Rosario, cuyos restos descansan en el cementerio de Santiago junto a las cenizas de su hija, quienes siguieron muy de cerca el crimen continúan haciéndose las mismas preguntas que cuando la investigación echó a andar. Y son conscientes de que ese rompecabezas mal montado en su día no encajará bien jamás salvo que Alfonso Basterra cuente todo lo que sabe, por lo que el asesinato de Asunta pasará a la historia como un crimen absolutamente inexplicable.
¿Cuáles son esos interrogantes que quedaron sin aclarar tras una investigación tan larga? Además de las razones que llevaron a la pareja a deshacerse de una hija en teoría tan querida mediante un procedimiento tan inusual (sedación prolongada durante meses antes de ser asfixiada), resulta imposible no plantearse cuestiones tales como por qué el día del crimen, pocas horas antes de que Rosario diese muerte a su hija en el chalet familiar de Teo, los padres dejaron que la niña abandonase sola el piso de Alfonso pese a que la acababan de drogar con una fuerte dosis de ansiolíticos. Si el homicidio estaba tan bien planificado como se afirmó durante el juicio, ¿cómo se explica que la dejasen salir sin temor a que se cayese en plena calle o hablase con algún vecino o conocido justo antes de ser conducida al inmueble donde moriría? ¿Cómo logró Charo, de complexión muy menuda, sacar de su coche el cadáver de su hija sin ayuda y llevarlo hasta la cuneta sin dejar huellas del ‘arrastre’? Si ese era el día programado por ambos para dar muerte a la menor, ¿es lógico que Porto pasase la noche anterior con su amante lejos de Santiago? ¿Por qué no tomaron medidas para que el breve desplazamiento en coche de la madre y su hija desde el centro de Santiago hasta Teo no fuese captado por numerosas cámaras con la niña sentada en el lado del copiloto? Y sobre todo, ¿por qué Rosario aceptó desempeñar el papel de ejecutora principal del crimen y se encargó de ahogar con sus manos a la pequeña mientras Alfonso se quedaba en su casa leyendo? ¿En qué cabeza cabe, en suma, un argumento tan demencial?
Esa trama, que en ocasiones parece no tener ni pies ni cabeza, podremos verla pronto en las pantallas de televisión de la mano de Netflix y de Bambú, productora que acaba de concluir el rodaje de una miniserie basada en el asesinato de Asunta. Protagonizada por Candela Peña (Rosario) y Tristán Ulloa (Alfonso), de momento se desconoce si la producción televisiva ha pretendido dar una visión verosímil a la rocambolesca historia de esta pareja o si, por el contrario, la serie incidirá en los numerosos puntos oscuros que el juicio no pudo aclarar. En todo caso, el interés del público está garantizado. Y es que, diez años después, el crimen de la pequeña Asunta sigue siendo un absoluto misterio.