Cuarenta y ocho horas antes del mensaje de Puigdemont en la noche del 1-O, Mariano Rajoy aseguraba a algunos de sus interlocutores, que "no se atreverán a poner en marcha la DUI". No la harán, está casi descartado, añadía. El presidente de la Generalitat es de otra opinión, como quiso enfatizar al finalizar la caótica jornada y antes aún de que se ofrecieran cifras del escrutinio. En su pletórico mensaje postelectoral, Puigdemont mencionó que su Gobierno trasladará al 'Parlament' el resultado de la votación para proceder a lo previsto en la ley del Referéndum, esto es, a proclamar la independencia. Límite: 48 horas. El pleno del miércoles será la fecha señalada.
Rajoy no creía en tal posibilidad, aún por concretar. La información que sobre el particular se manejaba en Moncloa resultaba imprecisa, de acuerdo con lo que comentan algunos miembros del PP. "Se equivocaron el 9-N y me temo que la han vuelto a pifiar", señalan con relación al CNI. El Centro Nacional de Inteligencia, dirigido por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, es ahora objeto de reticencias y alguna crítica desde el partido del Gobierno. También de altos cargos de la Administración que analizan, atónitos, lo ocurrido durante el 1-O. ¿Cómo pudimos llegar a esto?. Las palabras de su presidente, "no ha habido referéndum", apenas sirven de consuelo.
¿Dónde están las urnas?
Otra laguna del CNI, más operativa que de análisis, fue el de las urnas. ¿Dónde estaban las famosas cajitas de plástico?. Esta era la gran pregunta de las vísperas del 1-O. Durante semanas, los cuerpos de seguridad y los efectivos del CNI buscaron sin éxito la pieza más deseada del referéndum ilegal. Carles Puigdemont se jactaba, en declaraciones a los medios informativos, especialmente extranjeros, que "tenemos diez mil". Parecía una bravuconada. Pero las tenía. Desde hace al menos tres semanas, según narran ahora los propagandistas de la secesión.
Estaban ocultas, dicen en su relato del diario Ara, subvencionado por la Generalitat, en un pueblecito del sur de Francia, territorio de "Catalunya Nord", según la jerga secesionista. Hasta tan recóndita plaza, alejada del ámbito de la inteligencia del Estado, llegó el envío procedente de China. Contenedores de plástico, decían las etiquetas. Y lo eran. La empresa Smart Dragon Ballot Expert era el proveedor y cumplió con el encargo.
La ANC, organización de activistas al servicio del independentismo, financiada también por la Generalitat, organizó una red de distribución que no logró detectar la seguridad del Estado. Cuentan que las urnas se trasladaban hasta Cataluña en vehículos y furgonetas de particulares. De poco en poco, para no llamar la atención. Durante días se fueron distribuyendo silenciosamente por localidades de toda la región. Domicilios privados, parroquias, centros cívicos y ayuntamientos ocultaron los artefactos hasta el día señalado. Envueltos en papel de regalo, unas veces o en bolsas de basura, otras.
No utilizaban sus móviles ni redes sociales. Los participantes en la operación se comunicaban de palabra o, como mucho, a través de Signal, una aplicación al parecer más segura que otras mensajerías digitales. Y siempre con teléfonos de prepago, señalan estas fuentes.
Desembarco en los colegios
Dos semanas antes del 1-O ya se encontraba el material distribuido y a la espera del día señalado. El domingo, se procedió, por el mismo sistema de coches particulares e improvisados repartidores de la organización secesionista, con apoyo de la CUP y ERC y algún PDeCat, a depositarlas en los centros habilitados para el voto. Los Mossos franquearían las puertas o mirarían para otro lado durante el procedimiento de colocarlas en las mesas electorales. Así hicieron. Trapero había dado instrucciones muy firmes al respecto. Ni un contratiempo, ni un susto, según la narración, desbordante de épica, que efectúa el mencionado rotativo. Ni una urna fue captada por la inteligencia del Estado en la fase preparatoria del golpe.