España

Javier Ortega Smith y el poderío del dóberman

Francisco Javier Ortega Smith-Molina nació el 28 de agosto de 1968 en Madrid. Es el segundo de los cuatro hijos que tuvieron Víct

Francisco Javier Ortega Smith-Molina nació el 28 de agosto de 1968 en Madrid. Es el segundo de los cuatro hijos que tuvieron Víctor Manuel Ortega Fernández-Arias, abogado ya fallecido, y la argentina Ana María Smith-Molina Robbiati. El padre fue uno de los abogados más conocidos de España durante el franquismo y después, lo mismo que el abuelo; la madre pertenece a una riquísima familia argentina que hizo su fortuna con las propiedades inmobiliarias. Los Ortega-Smith son por lo tanto unos potentados que tienen valiosísimas posesiones tanto en Madrid como en Toledo y en Asturias. Javier tiene la doble nacionalidad hispano-argentina.

Ortega Smith estaba casi predestinado, pues, al mundo del Derecho y al conservadurismo político. Uno de sus primos, con el que se lleva extraordinariamente bien, es el militar retirado Juan Chicharro Ortega, presidente de la Fundación Francisco Franco. Ortega Smith hizo el bachillerato en Madrid, en el colegio San Agustín de Padre Damián. Destacaba antes que nada por lo alto (1,93), por lo bravucón, por lo achulado, por lo deportista… y por poco más, porque su inteligencia estaba en la zona media de la tabla, siempre lo estuvo. Comenzó Derecho en Toledo, en un centro de enseñanza vinculado a la Complutense, y se licenció en la universidad de Alcalá. Luego hizo una diplomatura en la Pontificia de Comillas. Aún hay quien recuerda una joya literaria que pergeñó el joven Ortega con 17 años: “No olvidar”, se titulaba, y era una semblanza apasionada de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española.

Hizo el servicio militar obligatorio en un cuerpo de elite del ejército español, las GOES (la gente solía llamarlo “Coes”), las fuerzas especiales, los “boinas verdes”. Allí sí que destacó y lo pasó muy bien. Empezó a trabajar como abogado y demostró que era metódico, puntilloso y pulcro seguidor de reglamentos y protocolos. Fue letrado de Santiago Abascal en 2012, cuando este llevó ante los Tribunales a unos “alborotadores” que le habían insultado en Llodio años atrás. Ahí conoció a Iván Espinosa de los Monteros y a su esposa, Rocío Monasterio, y nació entre los cuatro una amistad que ha sobrevivido hasta hoy. También destacó Ortega Smith en el juicio a los líderes independentistas del llamado procès, donde la acusación que llevaba el letrado tuvo un comportamiento duro, expeditivo y extraordinariamente puntilloso, pero sin usar nunca el Tribunal para montar numeritos políticos y hacerse publicidad. En lo profesional, fueron impecables.

Letrado de la minúscula fundación Denaes (Defensa de la Nación Española), Ortega empezó en política con alarmantes titubeos. Por la juventud sería. Comenzó a los 26 años en algo que se llamó “Foro” y que impulsaba Eduardo Punset, hombre centrista, divulgador científico, ministro con Adolfo Suárez y ex eurodiputado con el CDS. Qué pintaba un tipo claramente ultra como Ortega Smith en las listas electorales al Parlamento Europeo, detrás de Punset, es algo que pertenece al mundo de la magia y los encantamientos, o al de las paradojas unamunianas. En cualquier caso, sobre los resultados electorales de aquella ilusión, lo mejor será correr un caritativo velo.

Con sus amigos Abascal, Espinosa y Monasterio, fue miembro fundador de Vox (17 de diciembre de 2013). Lo apuntaron como vicepresidente. Para el nuevo partido, que cabía literalmente en un par de taxis, fue providencial la presencia de Ortega Smith. Todo partido que echa a andar necesita tres personas: uno que piense (este era Iván Espinosa), otro que ponga la cara y al que se le dé bien hablar (Abascal) y un tercero que tenga dinero. Este fue el cometido de Ortega Smith.

Dinero y más cosas. Echao p’alante como era, Ortega Smith, deportista, se había colado en Gibraltar para colgar en el Peñón una gran bandera española. Una “machada” juvenil, se dirá. Sí, pero es que Ortega entró y salió del territorio británico nadando, lo cual añade a la inútil gamberradita tintes casi olímpicos. Sobre todo porque el patriótico nadador en aguas bravas tenía ya unos 38 años, lo cual demuestra su buena forma física. Esto fue dos años y medio después de la fundación “en solitario” de Vox.

El partido, que seguía siendo poco más que una reunión de amigos, tuvo un impresionante golpe de fortuna en el otoño de 2017, cuando los independentistas catalanes lanzaron un órdago al Estado con el “referéndum” ilegal de independencia del 1 de octubre de aquel año. La sociedad española reaccionó por fin al golpe. A las banderas catalanas y esteladas que cubrían desde hacía años muchos balcones en toda Cataluña respondieron de pronto millones de banderas constitucionales que colgaron de las ventanas de todo el resto de la nación. Los ciudadanos se enfadaron. Mucho. La inoperancia, la torpeza y los titubeos del gobierno de Mariano Rajoy provocaron un “corrimiento de tierras” político como no se había visto en España desde las elecciones de octubre de 1982. Millones de votos se desplazaron súbitamente desde el PP hacia aquel partidito minúsculo, Vox, al que hasta entonces, en las elecciones, votaban ellos mismos, sus familias y algunos amigos. Así pues, el independentismo catalán y puigdemontesco es el responsable directo, por no decir único, de que España tenga hoy una extrema derecha numéricamente equiparable a la francesa, la Italiana, la austriaca o la de otros países semejantes.

Ortega Smith siguió de vicepresidente (antes y hasta ahora, secretario general) de Vox. Eso no importaba mucho. El partido estaba diseñado de una manera inequívocamente vertical y todo el poder lo tenía el presidente, Abascal, que sabía en quién confiar. Los títulos eran lo de menos. El equipo de gobierno (Abascal, Buxadé, Espinosa) conocían bien los valores de Ortega pero también sus limitaciones. No movieron el organigrama.

Tuvo su gracia (pero es humor negro) lo que pasó el 8 de marzo de 2020. Mientras Vox, partido que se hallaba al borde del negacionismo de la covid19, cubría de insultos al gobierno por haber permitido la manifestación feminista del 8-M (en la que efectivamente se contagió mucha gente), ellos, los de Vox, reunían el mismo día y casi a la misma hora a 9.000 personas en la plaza de Vistalegre. Ortega Smith se presentó sudoroso, febril, temblequeante y mareado: estaba contagiado, lo cual no le impidió besar y abrazar a quien se le puso por delante y contagiar así a muchísimas personas más, entre ellas el propio Santiago Abascal. Pero la culpa, naturalmente, ¡la tenía Sánchez! Quién si no. Habría sido para reírse si no hubiese habido tantas vidas humanas en juego.

Ortega Smith sobrevivió y el partido también. Como pasa siempre, las cosas se torcieron cuando aparecieron los problemas. Estos los trajo un turbión imprevisible, indisciplinado y con un ego gigantesco llamado Macarena Olona. Es cierto que el partido no hacía más que crecer, pero con ella cerca del timón no había forma de controlar cómo ni en qué dirección crecía. Se ideó la famosa “trampa de Andalucía”; convencieron a Olona para que encabezase la candidatura de Vox en esa comunidad y permitieron que hiciese una campaña tan desastrosa, tan friki, que los resultados fueron inmejorables: “Macarena de Salobreña” no perdió, pero quedó convertida en irrelevante para Andalucía (mayoría absoluta de la derecha “tradicional”) y para el partido, de cuyo núcleo de dirección estaba ya física y mentalmente lejos.

El electorado percibió inmediatamente el comienzo del “desinfle” y las encuestas comenzaron a volverse lanzas. El Jefe Nacional del verde movimiento, el indiscutido Abascal, creyó llegado el momento de actuar según las enseñanzas de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: había que cambiar algo para que nada cambiase. Y un día, hace muy poco, sacó a Ortega Smith de la secretaría general para que “dedicase todas sus fuerzas a la candidatura por la Alcaldía de Madrid”. Por lo menos tuvo la decencia de no añadir que se trataba de “causas médicas no previstas”.

El leal, el voceón, el ladrador, el requetechulo, el irreductible Ortega Smith, que había aprovechado la época más feliz de su vida (COES aparte) para casarse, se vio de un día para otro privado de un cargo que no sabía para lo que servía y con el encargo de dedicarse a pretender otro que seguramente no logrará. Pero esa es la voluntad no solo del Jefe Nacional, sino de su amigo Santiago. Y ante eso un camarada, un perro fiel, baja la cabeza y obedece. Es lo que habría querido José Antonio.

Está por ver si Ortega será el único (mejor dicho: el último) o si la crisis se llevará a más gente.

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El dóberman es una raza canina creada en Alemania, a finales del siglo XIX, por el criador Karl Dobermann. Mezcló para ello otras razas como el Rottweiler, el Pinscher, el Manchester terrier y alguno más. Es un perro diseñado para la violencia: la intención del creador, que era recaudador de impuestos, era asustar y amedrentar a quienes pudieran tener la tentación de robarle… o a quienes se negaran a pagar. Lo consiguió.

El dóberman es, pues, un perro poderoso, extraordinariamente ágil, desconfiado, rápido y no demasiado listo, que tampoco le hace falta. Es mucho más fuerte de lo que hace suponer su aspecto delgado. Eso sí, es obediente como pocos a la voz de su amo. Quien es dueño de un dóberman no tiene motivos para temer a los demás. Aunque el dóberman pierde la cabeza cuando se ve empujado a la crueldad: no sabe parar y parece disfrutar con la violencia. Es de esos perros que, cuando lo ves y el amo te dice: “No te preocupes, que no hace nada”, no te lo crees de ninguna manera. Y haces muy bien.

Existe, sin embargo, una leyenda sobre el dóberman: hay quien dice que es el único perro capaz de volverse contra su propio amo, que lo ha criado desde cachorrito, y destrozarlo a dentelladas. Quién sabe, quién sabe.

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