La idea de que tras el oro olímpico los juegos llenan también de oro las arcas públicas es un mito que se instauró en 1964 cuando Tokio utilizó esa cita para reconstruir el país tras la Segunda Guerra Mundial. El crecimiento de su economía saltó hasta el 26,1%.
Pero desde entonces, sólo dos países han conseguido rentabilizar la cita olímpica. Los principales académicos del mundo concluyen que los juegos de la era contemporánea sólo han sido rentables en dos ocasiones en 50 años. Sólo han conseguido beneficiarse los países en desarrollo y, sobre todo, dispuestos a gastar enormes sumas de dinero público en infraestructuras.
Los países ya desarrollados pueden contar con un impacto neutro en el mejor de los casos o con pérdidas milmillonarias como las que sufrió Grecia en Atenas 2004. Los efectos para los países desarrollados son, según los expertos, mínimos y pasajeros.
Éste es el análisis del impacto que cada cita olímpica ha tenido en el país que la acogió antes, durante y después del evento en las últimas cinco décadas.
- Tokio 1964: Japón fue el precedente que ha permitido crear el mito de los juegos salvadores de la economía. Tras la derrota bélica la economía había quedado destrozada y la reconstrucción del país se hizo con el deporte como hilo conductor. Japón realizó una inversión de 6.825 millones de dólares desde cuatro años antes de que albergara la competición. El gasto público creció a ritmos de entre el 15 y el 18,5% antes del año olímpico y esa inversión siguió creciendo después: en 1965, Tokio invirtió un 14,4% más que el año anterior, según recoge la NCUU de Taiwan. Fue el Japón de la posguerra el que sirvió para acuñar en el imaginario colectivo la idea de que los juegos eran la mejor fórmula de reactivar una economía en tiempos de paz. Esa idea se extendió incluso pese a que al año siguiente, en 1965, Japón entró en recesión cuando no pudo mantener los ritmos de inversión de los años precedentes.
- México 68, Munich 72, Montreal 76, Moscú 80 y Los Ángeles 84: Todas las competiciones durante las siguientes dos décadas reportaron pérdidas económicas para quienes las acogieron. Munich perdió 687 millones de dólares y Montreal fue en 1976 quien dio la voz de alarma definitiva al reportar unas pérdidas de 1.228 millones de dólares tras el evento, según las cifras de la Universidad de Drexel. Montreal tuvo que crear un impuesto especial para sanear una deuda olímpica que tardó unos 30 años en devolver.
- Seúl 1988: Korea repitió la misma estrategia que Japón había usado tras la posguerra: que los juegos sirvieran de excusa para un enorme gasto público que comenzó 6 años antes de los juegos y que llegó a los 3.296 millones de dólares. El Gobierno aumentó sus inversiones un 14,3% ya en 1982 y 336.000 personas recibieron un empleo relacionado de manera directa o indirecta con la actividad olímpica. Para evitar la resaca que había vivido Japón, tras la celebración, Korea siguió aumentando su gasto público: en 1989, el año posterior a los juegos, aumentó la inversión pública un 21,1% y en 1990 otro 20%.
- Barcelona 1992: Y entonces llegó la cita de Barcelona 1992. Los análisis más rigurosos han sido publicados por la Universitat Autónoma de Barcelona y recogen la apuesta por las infraestructuras que hizo la ciudad. Sin embargo, la competición tuvo lugar en plena crisis económica de los 90 y el saldo económico de los juegos fue neutro con el mejor de los cálculos. Pese a que el 35,9% de las inversiones se destinaron a la red de carreteras, la crisis se comió los beneficios esperados. Los mayores beneficios fueron, lógicamente, para Cataluña pero el país vivió una caída calcada a la del resto de la Unión Europea que se prolongó en cuanto se cerró el grifo de la inversión pública que pasó de crecer un 13,3% en 1992 a apenas un 3% en 1994.
- Atlanta 1996: El patrón de “efecto neutro” se repitió en una economía grande y desarrollada como la de Estados Unidos. Su PIB, que había crecido a tasas de entre el 5 y el 6% antes de los juegos siguió haciéndolo exactamente a esos niveles después. También la inversión pública quedó inalterada y el nivel de empleo apenas subió un 0,7%.
- Sydney 2000: Los juegos de Australia son la excepción al patrón de neutralidad entre los países avanzados. La inversión pública en campañas de publicidad de turismo y en la construcción de infraestructuras fue sencillamente monstruosa. El gasto del Estado comenzó 6 años antes de los juegos y se triplicó hasta alcanzar los 122.000 millones de dólares australianos, unos 82.600 millones de euros y esos niveles se incrementaron todavía más después de los juegos. El turismo creció un 8,7% y 500.000 extranjeros acudieron al reclamo australiano hasta convertir esos juegos en los más rentables de la historia. Como contrapartida, Australia generó su propia burbuja inmobiliaria que estalló el mismo año 2000, al terminar las competiciones.
- Atenas 2004: Los juegos fueron para Grecia un castigo económico. Grecia gastó más que ningún otro país hasta el año 2004: 12.000 millones de dólares de dinero público, exceptuando los de Sydney. Esa factura fue tal que terminó provocando una recesión inmediatamente después de la cita olímpica. En 2005 la economía se desplomó un 1,3% y, después, la Gran Recesión de 2008 terminó de arruinar a una economía que todavía arrastra deudas impagadas de esos juegos a día de hoy. El paro se mantuvo alto y los juegos apenas lo recortaron un 0,8%.
Los datos del FMI muestran el mismo patrón en el empleo.
Los efectos han sido siempre temporales y menos espectaculares de lo que los responsables políticos de la mayoría de países han pretendido en el mundo desarrollado. Con esta historia a sus espaldas, no hay respuestas sobre qué pueden dejar unos juegos como los del 2020 pero quienes defienden sus beneficios han comenzado ya a aludir a un argumento: los beneficios "intangibles" que pueden suponer como la popularidad de la marca del país.