Carme Forcadell no dejaba de resoplar desde la segunda fila del banquillo de los acusados. Cabeceaba visiblemente contrariada. No tiene que ser fácil estar durante horas escuchando a unas personas hablando mal de uno mismo como si no estuviera presente. Era el día de las conclusiones finales de las acusaciones, algo así como el examen final después de cuatro meses de juicio. El momento para apuntalar la estrategia, el todo o nada. La Fiscalía desplegó una defensa cerrada de cuatro con dos centrales y dos laterales de vocación ofensiva. Esta vez no hubo fallos y hasta el fiscal Jaime Moreno se había aprendido los nombres de los municipios y los colegios en los que, a juicio del Ministerio Público, se culminó la rebelión en Cataluña.
Lo que pasó en el otoño de 2017 fue un golpe de Estado, una insurrección. Así abrió juego Javier Zaragoza, que volvió a ejercer el liderazgo en la puesta en escena al fijar en los titulares de prensa el listón del desafío soberanista. Fue una subversión, se animó luego la exfiscal general del Estado, Consuelo Madrigal, quien ve en la presunta malversación una violencia normativa de la Generalitat. Buena parte del relato de la Fiscalía se centró en esa violencia alentada por los acusados a través de su presión callejera y sus murallas humanas el 1-O.
El orden público
Desde que comenzó el juicio, allá por febrero, la sedición se hizo fuerte en las quinielas de los corrillos de los pasillos del Tribunal Supremo, casi como una tercera vía entre la rebelión y la desobediencia que proponen los acusados. Pero los fiscales se plantaron este martes en la sala con ganas revertir la tendencia. Y tanto insistieron que la sesión número 50 del juicio acabó convertida en un derbi entre las acusaciones. Desde el Ministerio Público torpedearon la tesis de la Abogacía de que no hubo violencia o que al menos esta no era el plan nuclear para llegar para la independencia. La letrada de los servicios jurídicos del Estado sostiene que lo que estaba en juego era el orden público.
No sale un rey por televisión a garantizar la Constitución si lo que está en juego es el orden público, dejó dicho el fiscal Fidel Cadena, quizá en su mejor intervención hasta la fecha. Nunca es tarde. Fiscalía y Abogacía del Estado empezaron juntas la causa convencidas de la rebelión pero el Ministerio de Justicia obligó a sus abogados a rebajar la acusación. Tras una tregua tácita mantenida durante el juicio, la cosa ha acabado irremediablemente en un fuego cruzado. Luego será el tribunal el que elija.
Tras la comida, el fiscal Zaragoza se quitó la corbata y paseó por el convento de las Salesas con gesto de alivio, muy distinto al de Forcadell. El juicio para él ya ha concluido pero le sobran algunas piezas. A la Fiscalía le ha pasado como cuando uno termina de montar un mueble de Ikea y comprueba exhausto que le sobran algunos tornillos que no sabe dónde van. Pueden ser importantes, pueden evitar que la estructura se venga repentinamente abajo, pero la reacción casi siempre suele ser meter los tornillos en un cajón y seguir como si nada.
El relato de Trapero
Eso le ha sucedido al Ministerio Público, no con los procesados rebeldes, sino con el enrevesado papel de los Mossos d’Esquadra. Han comprado el relato de Trapero y sus comisarios, pero sólo a trozos y en lo que refuerza sus argumentos. Es decir, en la reacción de Puigdemont cuando sus agentes le avisaron del riesgo de violencia si mantenía el referéndum. “Si hay violencia, convocó la independencia”, dicen que replicó el expresidente. Pero si te crees esto, encaja mal desdeñar el resto e insistir en que los Mossos son la pata armada del plan. 16.000 patas con pistola al cinto, concretamente.
La Fiscalía mete en el cajón junto a los tornillos que la policía autonómica tenía un plan para detener a Puigdemont, que se enfrentaron a Forn, que informaron al Ministerio del Interior de su dispositivo para el día de la consulta, que hicieron lo que pudieron aquella fecha, que no dieron órdenes a favor del referéndum… Si lo escuchas entero, cuesta creer entonces que los Mossos actuaron siguiendo las instrucciones de la Generalitat. El mueble está hecho, parece que aguanta, al menos de momento, pero sabemos que algo no cuadra.