De la noche a la mañana, acollonados por el juez Ruz, el rosario de imputaciones, la cuerda de presos y maleantes y, como colofón, la intensa rumorología sobre el CIS aviesamente difundida desde algunos despachos estratégicos, una gavilla de héroes del silencio, de tontilocos culiparlantes, de estómagos agradecidos y cerebros ralos, han dado en concluir que el principal problema que nos acogota no es el de una democracia debilitada, una transición traicionada y una Justicia contaminada. El problema se llama Rajoy. Y así lo espetan, quedamente, por los pasillos ocultos del Congreso, por los abrevaderos de lujo madrileños, por los saloncillos del poder.
No se trata de una campaña, ni de una ofensiva, ni de una conjura, siquiera menor. Nadie osa, formalmente, poner en cuestión al líder del partido que, no se olvide, goza de una mayoría absoluta en el Parlamento de la que carecen sus principales homólogos europeos, incluida la todopoderosa Angela Merkel. Pero brujulean como comadres esparciendo dudas, incógnitas y... cizaña.
"Le deben todo lo que son y ahora incluso juguetean a defenestrarlo"
El dedo de la 'divina providencia'
De pronto, en el PP, empieza a tambalearse el tabú de la intangibilidad de Rajoy, del culto del líder máximo, del sagrado respeto a quien le deben todo, la mayoría, el Gobierno, el despacho, el salario, la ocupación... y circula, aún de manera incipiente, la especie de que 'con Mariano no ganamos' y 'hay que cambiarlo todo".
Algunos de los receptores de este mensaje, veteranos en el partido, recuerdan que estos intrigantes no advierten que ellos serían los primeros en caer. "Le deben todo lo que son y ahora incluso juguetean a defenestrarlo". Nada serían (ahora, al menos, gozan de la categoría de monigote) si el dedo de la 'divina providencia' marianil no les hubiera sentado en la poltrona.
Se han aferrado a las difusas palabras de Esperanza Aguirre (a la que detestan) pronunciadas esta semana en lo de Carlos Herrera, "vamos a ver qué se plantea, no avancemos las cosas", para concluir que ya se ha dado el pistoletazo de salida en la carrera por la sucesión. La presidenta de Madrid respondió con escasa habilidad a la pregunta sobre la posible candidatura de Rajoy a las generales. Unas horas después, el propio presidente obvió esas palabras y le mostró su total apoyo, luego de espetarle aquello de que "Esperanza se equivocó como yo y como todos los que estamos aquí". Ecos de Granados y de Bárcenas, por supuesto. Ambos dirigentes del PP están salpicados por el mismo mal: haber nombrado, apoyado y mantenido en el cargo a personajes impotables pese a las carretadas de evidencias en su contra.
Los restos del naufragio
'Podemizados' y acollonados, buscan a alguien que pueda salvar los restos del naufragio, que oriente la nave hacia las rompientes de las urnas con cierta garantía de supervivencia. Asumida la máxima de que no hay más futuro que una legislatura de gobierno compartido con el PSOE, es decir, la gran coalición, apuntan algunos nombres que ejercerían esa función de buscar el consenso con los socialistas sin grandes dificultades.
Apuntan algunos nombres que ejercerían esa función de buscar el consenso con los socialistas sin grandes dificultades
Ponen sobre la mesa el nombre de Alberto Núñez Feijóo, un clásico en la figura del delfín, querido por el partido, de gestión impecable en Galicia y de imagen moderna alejada de las trampas de Madrid. Tuvo algún resbalón con un asunto incómodo, pero logró zafarse del oprobio y mantener su perfil de 'mirlo blanco', al decir de los estrategas políticos. "Me repugna", dijo el presidente gallego al estallar el caso Bárcenas, cuando nadie en el PP osaba abrir la boca.
Consciente de que el run-run empieza a cobrar cuerpo en algunos estamentos de su partido, Feijóo salió el miércoles como una bala para despejar todas las sospechas: "El candidato a las próximas elecciones es sin duda Mariano Rajoy". Y no hubo más. Cierre de filas absoluto con su presidente.
Soraya, dechado de perfecciones
En busca del sucesor, también miran hacia la Moncloa, donde la figura de Soraya Sáenz de Santamaría crece, con un espectacular espaldarazo tras la crisis del ébola. Joven, eficaz, laboriosa, figura fiel e imprescindible del presidente, Soraya aparece ahora como un inmaculado dechado de perfecciones. Ni siquiera los papeles de Bárcenas le han contaminado. Una ventaja con relación a Dolores Cospedal, la otra columna en la que se apoya Rajoy y que mantiene a duras penas la moral del partido en estos tiempos de descomunal zozobra.
A Sáenz de Santamaría la meten estos días en todas las quinielas. Primero, como aspirante a la alcaldía de Madrid. Ahora como excelente cabeza de lista en unas generales. Incluso deslizan que en Zarzuela no ven mal la apuesta. ¿Si el rey abdicó, por qué no va a hacerlo Mariano?, argumentan. En las próximas generales, además, el candidato del PP tendrá que vérselas con Pedro Sánchez o con Susana Díaz y, por supuesto, con la alegre turba de Podemos, que va a movilizar el voto joven en forma reseñable. Argumentan estos maniobreros que Rajoy es de otra época, de otros tiempos y que, además, representa mucho de cuanto ahora se rechaza y hasta se detesta. Muchos de nuestros votantes han dejado de creer en Mariano, te dicen estos trapisondistas peperos.
Argumentan estos maniobreros que Rajoy es de otra época, de otros tiempos y que, además, representa mucho de cuanto ahora se rechaza y hasta se detesta
La serenidad y la virtud
La mítica parsimonia de Rajoy, su inaudita templanza, su inconcebible sangre fría, ya no es virtud sino pecado. "Tanta serenidad es dolor", decía el inmenso Claudio Rodríguez. Cierto que la economía no remonta lo suficiente, que los retoques fiscales de Montoro no convencen, que el paro afloja pero no basta, que el asunto catalán sigue incendiado, que la corrupción no toca techo. Y que cada vez hay más gente que no advierte signos de liderazgo en el inquilino de la Moncloa.
Se anuncian medidas de regeneración democrática, se airean planes reformistas (los mismos que hace un año) se avientan iniciativas sobre la transparencia. Más vale tarde... Hay quien reclama cambios en el equipo de Gobierno, tan abrasado y yermo, para remontar hasta las generales. Pedro Arriola, el gurú de Rajoy, ha basado toda la estrategia del partido en el miedo a Podemos. Pero el problema es que mucho voto tradicional del PP no abandona su abulia, su fastidio, su hartazgo. De momento, ni siquiera el temor a un cambio radical le conmueve. En las autonómicas se verá.
Rajoy nunca ha hablado de si acaricia la idea de volverse a presentar a las presidenciales. En su entorno familiar y en su círculo de amistad, netamente gallego, se sugiere que está algo fatigado. Pero de ahí no pasan. Nadie en el partido duda de que intentará repetir mandato. Ocho años es la norma no escrita para permanecer en la Moncloa. Estos son los planes. Y no serán estos urdidores de insidias, quienes le hagan cambiar de opinión.