País Vasco

Cuando votar con mascarilla no es tan distinto pero huele raro

Casi todos vestimos mascarillas y unas cintas en el suelo fijan la distancia de seguridad. Somos cuatro gatos votando pero desconozco si eso apunta a una baja abstención o es casualidad 

  • Imagen de un colegio electoral de Vitoria.

El primer sobresalto llega cuando descubro en mi tarjeta censal que me han cambiado el colegio electoral. Es una pena porque, como en los dos últimos años hemos votado tanto, ya me había acostumbrado al lugar, conocía el camino, la ubicación de mi mesa electoral y la cabina que había que utilizar para mantener el secreto del voto. Al descubrir que tengo que ir a otro sitio por la dichosa pandemia, pienso en cómo naturalizamos y asumimos como normales cosas que no lo son. 

Antes votaba en un instituto y ahora voto en el pabellón deportivo de otro instituto. Por aquello de los espacios más abiertos y los techos más altos, ya saben. Mientras hago cola descubro que el patio de este colegio está repleto de pintadas reivindicativas. No piden el final del racismo o defienden la lucha contra el cambio climático. Reclaman libertad para los condenados por el caso de Alsasua y, sobre todo, "independencia y socialismo" —en euskera "independentzia eta socialismoa", con ese "ETA" marcado en un rojo clarificador—. 

Al leerlas pienso que vivimos una época desmemoriada en la que algunos siguen igual que siempre. Y luego reparo en que lo de naturalizar y asumir como normales cosas que no lo son tampoco es algo novedoso por la covid-19. Porque otros virus siguen injertos en nuestra sociedad. Pero rápidamente destierro estos pensamientos, porque en este extraño 12-J toca votar y contarlo. 

Hubo un tiempo, y no tan lejano, en que podría ser hasta heroico ser apoderado de un partido en unas elecciones vascas, pero ahora estamos en una época desprovista de heroísmos

La cola es ordenada porque hay unas cintas en el suelo que fijan dónde debe colocarse cada uno para guardar la ya célebre distancia de seguridad. Casi todos los votantes llevamos esa mascarilla obligatoria que, recuerden, solo hace tres meses les parecía innecesaria a nuestras distinguidas autoridades. En la entrada del polideportivo reconvertido para la ocasión hay dos mujeres que reparten simpáticamente gel hidroalcohólico y te indican dónde está tu mesa electoral. 

Lo primero que me topo es al grupo de apoderados. Hay cosas que nunca cambiarán en las citas con las urnas. ¿Qué hacen realmente estas personas colocadas allí por los partidos? Vigilan que todo transcurra con normalidad, imagino, pero lo de este domingo es de todo menos normal. Hubo un tiempo, y no tan lejano, en que podría ser hasta heroico ser apoderado de un partido en unas elecciones vascas, pero ahora estamos en una época desprovista de heroísmos y épicas. Reflexiones aparte, no es posible esquivar ese olor a desinfectante. 

Es un tanto chocante votar en un lugar tan amplio y repleto de canastas y porterías, pero supongo que eso es algo que siempre ha ocurrido en algunos sitios. Lo relevante desde el punto de vista demoscópico es que somos cuatro gatos votando. Siempre se ha dicho, quizás tópica pero acertadamente, que los electores suelen ser madrugadores. No tengo ni idea de si esto es una casualidad o un indicador de una baja abstención, porque lo cierto es que las encuestas dicen que votará el mismo 60% que aquí vota siempre. Pero me invade una sensación de vacío. 

Das tu número de DNI, te buscan en la lista, te apuntan y te permiten introducir el sobre en la urna. Pero, eso sí, esta vez te piden que te bajes la mascarilla para comprobar que no eres un impostor

Los responsables de la mesa electoral, que por supuesto visten escrupulosamente con mascarillas y guantes, siguen el protocolo tradicional. Das tu número de DNI, te buscan en la lista, te apuntan y te permiten introducir el sobre en la urna. Pero, eso sí, esta vez te piden que te bajes la mascarilla para comprobar, comparando con la foto identificadora, que no eres un impostor. "Con la barba y el pelo corto parezco otro, pero soy yo", bromeo para distender el ambiente. Sonríen y me desean un buen día. Lo bueno de que la amabilidad sea un valor en desuso es que te sienta mejor que nunca.   

En la puerta de salida también hay un dispensador de gel hidroalcohólico pero ya no hay quien lo dispense, como si solo hubiera que preocuparse de la salud de la gente para que vote y luego cada uno que se las componga como quiera. Votar en estas condiciones no ha sido tan distinto, ni mucho menos heroico, pero sí ha sido extraño. No puedo huir de ese olor a desinfectante. 

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