Consternación en el Partido Popular. Cuando en la tarde noche del pasado 22 de enero un comunicado de la Casa del Rey anunciaba que Mariano Rajoy había declinado el encargo real de formar Gobierno, después de haber anunciado hasta la saciedad que naturalmente que sí, que Mariano se presentaría a cuerpo gentil en la tribuna de oradores para defender su investidura aún consciente de perderla, porque era una obligación en el líder del partido que había “ganado” las elecciones el 20D, la noticia cayó como una bomba entre la nomenkaltura del partido y no digamos ya entre simples militantes y/o votantes. Nadie tenía ni idea. Ni siquiera el pobre vicesecretario de Organización, Martínez-Maíllo, obligado a decir a las 9 de la noche lo contrario de lo que había dicho a las 3 de la tarde, porque el “no” de Mariano le había cogido con las calzas a la altura de los zancajos.
Hay quien sostiene que la decisión de cambiar de rumbo se tomó a mediodía -la tomó Mariano con Pedro Arriola, el sabio Arriola, el hombre para todo, incluso para hacerse rico facturando al PP-, de ese 22 de enero, después de que la fatal arrogancia de Pablo Iglesias y su discurso faltón para con el PSOE le sirviera en bandeja la excusa que necesitaba para dar esquinazo a la invitación real, rehuyendo así el calvario de una investidura fallida. Mariano se protegía del oprobio tras el burladero del de la coleta. Y dejaba correr el turno. La mayor parte de la cúpula popular se inclinó por pensar enseguida –aunque se cuidó mucho de expresar opinión en público, que bueno es el jefe- que Mariano había metido la pata al dejar pasar la ocasión, aunque asumiendo que, dada su natural condición de picha fría, por no hablar del valor de legionario que le abruma, la decisión de escurrir el bulto era casi inevitable. El laissez faire, laissez passer del personaje. El vengan días y caigan ollas.
Ni siquiera Martínez-Maíllo sabía que Rajoy iba a declinar en elcargo real de formar Gobierno
Hubo, sin embargo, quien pensó que aquella había sido la hábil maniobra de un candidato que no estaba obligado a inmolarse en vano. “Mariano tenía razón al esquivar una investidura que era un movimiento fallido ante un Parlamento a la contra, un acto sin ninguna utilidad constructiva, sin ninguna verosimilitud, un paripé que no iba a servir más que para hacer sangre sobre las venas vacías del personaje”, sostiene un diputado popular que conoce el paño. “Hizo bien en eludir esa comedia”. Con una condición, claro está. Con la condición de que hubiera contado adecuadamente las razones que le llevaban a adoptar esa postura. Explicarlo, primero, a su propia gente, y después detallarlo también de puertas afuera. Al no poder explicarlo, porque la espantá no estaba en el libreto, lo que era una decisión lógica ante un Congreso hostil se convirtió en una jugada de pícaro, una pillería impropia de un Jefe de Gobierno. Una treta inimaginable en el líder de un partido conservador, el más importante del país.
Los creyentes en la sabiduría intrínseca del gran líder pontevedrés quisieron pensar que detrás de la negativa a la investidura, detrás de la sangre congelada del líder inerme había una estrategia, había un plan B al desplante del “yo paso” con el que sorprendió a todos el día de autos. No había nada. Entreme donde no supe / y quedéme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo. Mariano simplemente volvió a Moncloa y se echó a dormir. Y allí ha perdido casi dos semanas sin mover un músculo, encerrado en la bodega, sin intentar conseguir apoyos, sin haber telefoneado siquiera, que se sepa, al líder de Ciudadanos, un Albert Rivera que al menos le hubiera escuchado con respeto. Mariano simplemente se ha dedicado a hacer lo que mejor sabe: nada.
Consternación en el Partido Popular
Ayer, miércoles 3 de febrero, hoy mismo, jueves 4, el gentío pepero en Génova y en el Congreso, la mayoría absoluta del partido que ha gobernado España durante 4 años para llegar a este puerto de espanto, se encuentra al borde del ataque de nervios viendo a Sánchez en el lugar de Rajoy, oyendo a Sánchez, imaginando a Sánchez en el papel de presidente cuando apenas ha dado los primeros pasos para lograr la investidura, pero intuyendo, barruntando, que el niño bonito puede salirse con la suya, que puede ser que gobierne con sus escuálidos 90 diputados, puede que logre el milagro, porque ha arriesgado, lo ha querido con intensidad, ha perseguido un poder que el pánfilo le ha regalado, esperando tal vez que alguien viniera a ofrecérselo a Moncloa con un ramo de rosas rojas en bandolera.
Sánchez se lo juega todo a una carta. Y puede que no sea tan difícil, porque tendemos a ponderar en exceso el papel de Podemos, porque Iglesias no dispone en realidad de más de cuarenta y pocos diputados propios
Tan encerrado en su mundo estaba, tan aislado, tan poco y mal aconsejado, que no fue capaz de interpretar las señales que Sánchez iban dejando como los perros tras cada farola: ¡quiero ser Presidente del Gobierno por encima de todo y a cualquier precio! Dispuesto a arriesgar al límite, porque, como alguien dejó escrito, para quien ambiciona intensamente el poder no existe vía media entre la cumbre y el precipicio. “Y van a por todas”, me asegura Federico Castaño. “Tanto él como su equipo están convencidos de que si logran armar un acuerdo de Gobierno conseguirán el respaldo de la militancia y también del Comité Federal”. Convencidos de que llegarán a Moncloa y además de que estarán allí cuatro años como mandan los cánones.
Sánchez se lo juega todo a una carta. Y puede que no sea tan difícil. Fundamentalmente porque tendemos a ponderar en exceso el papel de Podemos, porque Iglesias no dispone en realidad de más de cuarenta y pocos diputados propios, parlamentarios de estricta obediencia, puesto que el resto hasta 69 pertenecen a las mareas y demás historias. Pablo disimula con su verborrea arrogante la debilidad intrínseca de un grupo cuya autoridad no le corresponde. Le otorgamos una capacidad de maniobra y de veto de la que carece, por mucho que el CIS acabe de confirmar el sorpasso en caso de nuevas elecciones. Y en millones de españoles la esperanza de un pacto entre PSOE y Ciudadanos que sirva de columna vertebral a un nuevo Gobierno susceptible de conciliar la estabilidad de las cuentas del Reino con esas reformas inaplazables capaces de elevar la calidad de la pobre democracia española. Capaces también de enviar a la oposición a un PP obligado a realizar la travesía del desierto ganada a pulso por su abrasiva corrupción.
El ambiente tanto en Génova como en Moncloa es de funeral. El protagonista de la política española se llama ahora Pedro Sánchez. Como dijo Andreotti, “el poder desgasta sólo a quien no lo tiene”. Mariano es un segundón pasmao que rumia su destino en silencio, la música callada, la soledad sonora de Moncloa, mientras Sánchez se pasea por la actualidad como presidente de Gobierno virtual. “El problema ahora es más psicológico que objetivo”, señala el pepero arriba aludido, “consecuencia de haber cedido galantemente a Sánchez el papel de presidente, pero si no se mueve rápido, si no sale de su parálisis, entonces estará muerto”. Está muerto y posiblemente estemos ante el final de la derecha política que hemos conocido agrupada bajo las siglas PP. La hizo Aznar y la deshizo Aznar y su dedazo. Fin de la historia. Y necesidad de construir una nueva derecha liberal.