España

Pecharromán: "La opinión pública no presiona para un pacto como el de la Transición"

El historiador Julio Gil Pecharromán (Madrid, 1955), ha estudiado a fondo la trayectoria de las formaciones de la derecha española. Profesor en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED),

  • Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados durante la sesión constitutiva de la Cámara Baja.

El historiador Julio Gil Pecharromán (Madrid, 1955), ha estudiado a fondo la trayectoria de las formaciones de la derecha española. Profesor en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en su último libro, 'La estirpe del camaleón' (Taurus, 2019), repasa la evolución desde la Transición hasta 2004, el fin del mandato de José María Aznar. Desde entonces, la derecha ha gobernado dos legislaturas y, ahora dividida en tres almas, deberá enfrentar posiciones en una moción de censura que Vox planteará contra el Gobierno de coalición.

- Usted sostiene la tesis de que la derecha ha sabido irse adaptando a lo largo del tiempo, desde la segunda república hasta ahora a través de un concepto de 'destrucción creativa'. ¿Hacia dónde va la derecha?

La derecha española –las derechas, en un recorrido histórico- ha mostrado siempre una gran capacidad de adaptación a las nuevas situaciones políticas y a las transformaciones sociales. Ello requiere una limitación del dogmatismo ideológico mediante giros pragmáticos que pueden ser muy radicales, aunque siempre dentro de los valores asumibles por la sociedad conservadora. Y, sobre todo, una disposición natural a disolver sin grandes problemas las organizaciones que han quedado obsoletas o que fracasan y sustituirlas por un nuevo modelo adaptado a las nuevas necesidades. Lo que podría denominarse "destrucción creativa".

Por ello, la vida de los partidos suele ser breve. Desde luego nada comparable a un PSOE con 140 años, o a un PCE a punto de cumplir un siglo. Así, la Unión Patriótica del general Primo de Rivera duró cinco años, la CEDA de Gil-Robles, cuatro, la Fuerza Nueva de Blas Piñar, siete años, el Partido Reformista Democrático de la Operación Roca, cuatro, el Partido Demócrata Popular de Óscar Alzaga, siete, la Unión del Pueblo Español de Adolfo Suárez, dos años, la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, seis, el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez, ocho años antes de hundirse en una larga agonía de la que no le sacó ni el dinero de Mario Conde… y así un extenso etcétera de destrucciones creativas culminadas con mayor o menor éxito en reagrupamientos bajo nuevas etiquetas y proyectos renovados.

- Luego Aznar logró conseguir aglutinar bajo las mismas siglas a muchas de esas corrientes que ahora parecen volver a abrirse. ¿Cuál fue la clave del éxito?

Cuando se creó el Partido Popular, en 1989, la derecha española llevaba siete años recuperándose del batacazo de 1982. Tras la desaparición de la Unión de Centro Democrático, Alianza Popular la había sustituido como principal opción frente al PSOE, pero como un partido de carácter estrictamente conservador que no superaba el 25% de los votos al Congreso, lo que se llamó “el techo Fraga”, mientras que los partidos liberales, democristianos o ultraderechistas eran inestables y apenas tenían presencia electoral. En la propia AP la etapa de Hernández Mancha marcó un período de división y retroceso, que parecía anticipar un colapso parecido al de UCD. De modo que cuando se produjo la transformación de AP en el PP, en su IX Congreso, estaba clara la nueva hoja de ruta: un partido sólidamente estructurado en una organización nacional, con un liderazgo indiscutido y una definición ideológica que superase la de liberal-conservador de la época de Fraga para adoptar la de centro-derecha, mucho más ecléctica y que, por lo tanto, permitía integrar en ese concepto vinculado a la idea de moderación a las diversas familias doctrinales de la derecha y a sus partidos, con excepción de la casi inexistente ultraderecha.

Con ello se logró la creación de un amplísimo sector político bajo las siglas del PP y el liderato de un José María Aznar que encabezó un importante relevo generacional, lo que también contribuyó a ofrecer nuevas ilusiones a su electorado. Aunque, por supuesto, no hay que olvidar que el progresivo desgaste sufrido por la imagen del PSOE en catorce años de gobierno en solitario, contribuyó a fortalecer la condición de alternativa del PP.

- Algunos estrategas de aquella época desembarcaron en Vox...

El centro-derecha, tal y como se utilizaba para definir la línea política del PP, era una especie de mixtura doctrinal que englobaba corrientes ideológicas diversas, que podían convivir en el seno del partido. Pero durante las décadas del cambio de siglo se fue asentando en forma creciente un sector que preconizaba la “revolución conservadora” tal y como la habían protagonizado Ronald Reagan o Margaret Thatcher en sus dos vertientes extremas: el neoliberalismo económico y el neoconservadurismo político.

Este sector, conocido como 'neocon', asumió una función doctrinal desarrollada en fundaciones y gabinetes de estudios próximos al PP y halló su mejor expresión en FAES, la gran fundación que presidió Aznar tras su salida del Gobierno. Los 'neocons', que radicalizaron mucho su visión durante la etapa de [José Luis] Rodríguez Zapatero, fueron en gran medida un movimiento crítico con la política de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santa María, que estimaban falta de energía frente al avance de la izquierda y los separatismos. Y cuando surgió Vox y, sobre todo, cuando se convirtió en fuerza parlamentaria, no pocos de ellos se identificaron con sus postulados.

- Con la salida de Cayetana Álvarez de Toledo hemos oído hablar mucho de la batalla cultural...

La diputada popular relacionó su cese, en la comparecencia ante los periodistas, con la batalla cultural que, a su juicio, tenía que librar la derecha para defender sus valores frente a la labor de captación social de la izquierda y los nacionalismos independentistas. Aunque es un argumentario defensivo que se ha repetido muchas veces en el tiempo -y los años de la Segunda República son un buen ejemplo- su formato actual procede de la ofensiva doctrinal neoconservadora desplegada a partir de 2004 para asentar una “cultura política” y que tuvo su primer objetivo en la crítica a lo que denominaron el 'buenismo' que habría predominado en el PSOE de Zapatero y que consideraban socialmente devastador.

No se trataría de reaccionar defensivamente, sino de responder a las políticas de la izquierda y al separatismo con propuestas alternativas, que Álvarez de Toledo relaciona con “los valores de la Ilustración”, esto es, del liberalismo primigenio. Ya se dio la batalla, por ejemplo, en el terreno de la interpretación de la reciente historia de España con la ofensiva que desde la izquierda se denominó “revisionista”. Y si se planta cara a otros temas –la libertad de enseñanza, el feminismo, la pugna de los nacionalismos- los neoconservadores del PP creen posible cerrar la brecha abierta por Vox y recuperar, en palabras de la diputada “muchas voces progresistas que empiezan a estar hartas de la espiral identitaria radical”, lo que parece señalar al espacio centrista que hoy ocupa Ciudadanos.

- ¿Y cómo se ha llegado hasta aquí? Es decir, a ver de nuevo tres ramas separadas, en las que se siguen planteando viajes a eso que llaman centro... 

La transición en el seno del PP entre la etapa de Aznar y la de Rajoy se realizó sin sobresaltos, pese a mediar una sorprendente derrota electoral. La estructura presidencialista del partido, su disciplina interna y la necesidad de aunar fuerzas para recuperar el poder facilitaron la transición de liderazgos. Pero ya en los años de gobierno popular habían surgido algunas fracturas como la que encabezó Juan Ramón Calero en 1996, en busca de un retorno a la línea conservadora que estaban abandonando los liberales del “clan de Valladolid”.

El gran problema estuvo en la actitud del PP ante la cuestión autonómica y las relaciones con la derecha nacionalista de CiU y PNV

Pero, en mi opinión, el gran problema estuvo, en esos años, en la actitud del PP ante la cuestión autonómica, el tratamiento de la política antiterrorista y las relaciones con la derecha nacionalista de CiU y PNV. Sería el punto de arranque de esas dos nuevas ramas de la derecha, que protagonizan Ciudadanos y Vox, que en los últimos años han roto el sólido bloque de unión de derechas que encarnaba el PP. Aunque Ciudadanos nació en el contexto catalán con una imprecisa definición socialdemócrata, su salto a la política nacional y su adopción de la etiqueta liberal progresista respondía al propósito de disputar al PP de Rajoy el espacio centrista que ocupaba. Y gran parte de los dirigentes de Vox, fundado en 2013, procedía directamente del ala más conservadora del Partido Popular –Vidal Quadras, Abascal- de la que en los años siguientes se nutrió electoralmente, probablemente en mucha mayor medida que de los reducidos votantes de la ultraderecha antisistema. Ello le plantea a Casado el dilema de moverse hacia el centro, para tapar la brecha de Ciudadanos, o profundizar la línea conservadora, para frenar la marcha hacia Vox de otra parte de su electorado tradicional.

 - A propósito de este último, me gustaría saber cómo interpreta una afirmación de su líder. "Nosotros no sólo huimos de las etiquetas, sino también de las ideologías. Por eso no nos declaramos liberales, ni conservadores, ni democristianos, ni euroescépticos, ni de la alt-rigth, ni del Tea Party, ni de nada de eso. Sólo nos interesan las ideas que puedan ser útiles para España ahora, hic et nunc, y no las que fueron útiles en otros tiempos o lo sean en otros lugares. A problemas nuevos, nuevas soluciones. No podemos responder a problemas nuevos con recetas viejas". 

Esta frase parece corresponder a una nueva corriente de extrema derecha que se ha asentado con éxito en Europa durante las últimas décadas y que los analistas denominan nacional-populismo. Considera que las ideologías encorsetan la acción política, al igual que lo hacen las instituciones democráticas, y que la gestión pública debe desarrollarse en unas vías de pragmatismo muy amplio a fin de aportar soluciones rápidas y taxativas a las demandas sociales de resolución de problemas.

Desde una perspectiva teórica, esta argumentación me remite a “la cuarta teoría política” desarrollada por Alexander Duguin, una de los principales figuras intelectuales de la actual ultraderecha rusa, influyente en el pensamiento nacional-populista español, que en la obra homónima (publicada en España en 2012), propone arrumbar por caducados el liberalismo, el comunismo y el fascismo y devolver a Europa un sistema de valores basados en el nativismo étnico frente al multiculturalismo y en la recuperación de la identidad moral cristiana frente a la secularización de las sociedades del continente.

- El Financial Times señalaba que mientras otros países han dejado a un lado las tensiones políticas para unir fuerzas, en España las diferencias parecen acentuarse... ¿Por qué ante una crisis de emergencia nacional no surge un nuevo consenso como el de la Transición?

La situación actual y la Transición no son comparables. Entonces se salía de una larga dictadura, los partidos y la clase política se estaban formando, existía una ilusión generalizada por alcanzar un modelo homologable con la Europa democrática y, aunque las ideas sobre cómo lograrlo eran muy dispares, se entendía que era preciso un grado de entendimiento y colaboración de toda la sociedad para alcanzar esa meta. No existía, además, el Estado de las autonomías, que apenas se estaba poniendo en marcha, con lo que el modelo de gestión pública era muy diferente y la monarquía gozaba de un gran prestigio.

Durante casi cuarenta años la política española ha vivido una división estructural entre derechas e izquierdas y una imagen bastante falsa de bipartidismo

Durante casi cuarenta años la política española ha vivido una división estructural entre derechas e izquierdas y una imagen bastante falsa de bipartidismo, que ha conducido a que entre 1976 y 2019 no haya habido un solo gobierno estatal de coalición de partidos, con partidos gubernamentales sin mayoría parlamentaria casi siempre, y que a el PSOE y el PP, radicalmente enfrentados, no hayan asumido nunca, ni lo asuman en estos momentos tan graves, la posibilidad de una colaboración gubernamental, ni siquiera parlamentaria. Eso es algo difícil de entender en el resto de Europa. Y la opinión pública tampoco parece presionar mucho a favor de un consenso exitoso como el que la memoria popular atribuye a la Transición, que en estos últimos años ha sufrido además fuertes descalificaciones desde los medios políticos y la historiografía académica.

- Puestos a reinventarse y, al hilo del debate sobre la monarquía... Dígame, ¿por qué no hay una derecha republicana? Usted ha estudiado en profundidad la figura de Alcalá-Zamora...

La derecha republicana de Alcalá-Zamora no es buen ejemplo para animar su imitación, porque constituyó un auténtico fracaso. La derecha sociológica, lo que podríamos llamar la sociedad conservadora, no parece experimentar los fervores casi místicos de otras épocas hacia la institución monárquica, y menos aún con la profunda crisis de valores en que esta se ve inmersa estos días. Pero su norte es la estabilidad, la salvaguarda de valores sociales que ve amenazados por la izquierda, y en ese sentido la continuidad familiar en una jefatura del Estado vinculada al concepto de nación española y de orden constitucional y no sujeta a arriesgados procedimientos electorales, ofrece grandes ventajas. Creo que hoy una derecha republicana solo es posible en el campo de la extrema derecha o de los independentismos.

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