El áspero primer discurso de Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados, el pasado 2 de marzo, significó un doble hito para Podemos. Su voz resonaba por fin en las Cortes y el alegato de su líder acompañaba el hecho con un regreso a los orígenes combativos de la formación: verbo duro contra la 'casta' y mano tendida hacia la 'gente'. Pocos podrían haber sospechado que aquella primera intervención de Iglesias escondía la gestación de la crisis interna más importante que iba a vivir el joven partido desde su fundación.
Podemos se ha rajado como una granada madura: rebeliones territoriales, divergencias entre las 'familias', fin del idilio mediático, anemia macroscópica y dudas sobre su habilidad pactista. Cinco frentes abiertos, aunque –oficialmente– ninguna guerra declarada. De la euforia postelectoral del 20-D a la quiebra de una narrativa exitosa. A falta de buenas noticias, Pablo Iglesias ha apelado estos días a "la belleza, al brillo en los ojos de Podemos". Munición simbólica cuando el pragmatismo no basta.
1. Rebelión territorial
La rebelión provincial en Podemos no es nueva. Una de las debilidades históricas de la formación, fruto de la peculiar forma en la que ha ido sumando sucursales por las distintas autonomías, es la inestabilidad y debilidad de sus líderes regionales. Podemos tiene un alma descentralizada, pero un corazón centralista. En Galicia, Cataluña, País Vasco o Madrid, entre otras comunidades, el partido no ha dado aún con la fórmula pacificadora. Acusaciones de personalismo, de autoritarismo, de fraude en las primarias… El 8 de marzo tuvo lugar la dimisión de Emilio Delgado, hasta entonces secretario de Organización en Madrid, por desavenencias con el líder regional Luis Alegre. No fue una renuncia más. Su dimisión no solo abría otro frente territorial –esta vez en la delegación más importante del partido– sino que destapaba la espita de una crisis mucho mayor, que afectaba a los propios cimientos ideológicos de la formación.
2. Crisis 'familiar'
Emilio Delgado era un fiel de Íñigo Errejón, portavoz en el Congreso. Su enfrentamiento con Luis Alegre, devoto de Pablo Iglesias, hizo evidente que algo dentro de la cúpula orgánica de Podemos no iba tan bien como los líderes querían hacer ver. La lucha entre 'familias' (la corriente errejonista, más posibilista y pactista, la corriente pablista, más beligerante y la corriente anticapitalista, la extrema izquierda) afloraba a los medios de comunicación, que no han desaprovechado la oportunidad para especular a lo 'Juego de Tronos' con los dirigentes podemitas. Esta división es negada por el núcleo fundador del partido, que habla de “especulaciones periodísticas” al tiempo que recuerda que la fuerza de Podemos son sus círculos, es decir: su voluntad colectiva. Pero, lo cierto es que el cese fulminante del secretario de Organización Sergio Pascual, pocos días después de la dimisión de Delgado, dejaba en evidencia la presunta unidad interna. Por primera vez y sin medias tintas, Podemos –por boca del propio Pablo Iglesias– reconocía errores y fallos. Pascual, cabeza de turco, fiel a Errejón era borrado del mapa. ¿El ganador? Todos dicen que el mismísimo Iglesias, cuyo poder se ha visto incrementado. ¿El perdedor? Más allá de nombres propios, el partido ha sufrido una erosión que, también por primera vez, no es fruto de los ataques mediáticos, sino de sus íntimas maniobras internas. El argumento del 'enemigo exterior', tan utilizado estos meses pasados por los líderes de la formación, ya no será suficiente.
3. Fin del idilio mediático
Estas dos crisis previas son al mismo tiempo causa y consecuencia de otra mayor: Podemos no goza ya de la gracia de la pureza de cara a la opinión pública. Dos meses de negociaciones para formar Gobierno y luchas intestinas por el poder han abierto la veda mediática. Nada más inoportuno para un partido nuevo que resquebrajarse a plena luz del día sin todavía haber llegado a la pubertad. Filtraciones sobre el argumentario de la formación (y diversos trapos sucios y curiosidades del día a día de la formación), publicación de presuntos informes policiales que les acusan de financiación ilegal o análisis para todos los gustos sobre el incierto futuro del partido en medio de la crisis institucional que atraviesa el país. Desde los primeros éxitos electorales, Pablo Iglesias y el resto de líderes de Podemos han mantenido una relación ambigua con la prensa, entre el amor a las tertulias y el recelo por lo que consideran un trato injusto por parte del cuarto poder. "Los medios de comunicación tienen que tener control público", ha repetido Iglesias en muchas ocasiones. Podemos, que desde el comienzo se caracterizó por un manejo exquisito de los tiempos mediáticos, parece haber perdido esta fortaleza que le diferenciaba de los viejos partidos. La publicación, con nocturnidad y a la antigua manera, del cese de Pascual, ha caído mal incluso en medios afines. La sagacidad comunicativa que ha guiado hasta ahora los pasos de Podemos, también empieza a difuminarse.
4. Los sondeos, ambiguos
Los primeros sondeos postelectorales, realizados un mes después de los comicios del 20-D, eran optimistas con Podemos. Así, según una encuesta de Metroscopia para El País, el partido de Pablo Iglesias sobrepasaría en votos y escaños al PSOE. Pero apenas un mes después, y tras la esquiva manera de negociar de los podemitas durante las dos semanas en las que Pedro Sánchez fue candidato a la investidura, nuevos sondeos (tanto de El País como de Sigma Dos para El Mundo) castigaban a Podemos con la pérdida de hasta 9 escaños (no así la encuesta del CIS, que confirmaba el sorpasso a los socialistas). La última macroencuesta del CIS, posterior a esa primera de febrero, aunque no preguntaba directamente por los partidos, sí lo hacía por los pactos. El resultado: una mayoría de la población se inclinaba por que los partidos llegasen a acuerdos, lo que en principio parece chocar con la férrea voluntad del sector duro de Podemos de forzar nuevos comicios y no apoyar al PSOE en su aventura de coalición.
5. Torpeza pactista
Este último punto se enhebra con el final del anterior. La crisis interna en Podemos es el resultado de su inmaduro desarrollo, pero también del momento político decisivo que vive el país. Dos meses de especulaciones, mesas a cuatro, negaciones, acusaciones y vuelta al diálogo han debilitado la cohesión de la formación de Iglesias. La voluntad monolítica con la que Pablo Iglesias entró el día 2 de marzo en el Congreso se ha ido debilitando. Voces autorizadas como la de Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, o del exeurodiputado Carlos Jiménez Villarejo, han pedido públicamente que el partido llegue a acuerdos o, cuanto menos, facilite la formación de gobierno. Versos sueltos que ligan con sectores de la formación más abiertos a ciertos pactos –núcleo errejonista– y que chocan con la intransigencia de los puristas.