Las relaciones no funcionan. La bicefalia instalada en Génova hace apenas dos meses, echa humo. Dolores Cospedal y Fernando Maíllo no forman un tándem perfecto. Ni siquiera una buena pareja. Hay roces y tensiones, comentan en fuentes de la formación. La estructura diseñada por Mariano Rajoy en el Congreso Nacional está a punto de derivar en un fiasco. Cospedal no se resigna a su nuevo papel, más ornamental que ejecutivo. Maíllo, investido de plenos poderes, marca su territorio.
La última escaramuza ha llamado la atención en el partido. Dos de los leales a Cospedal en Andalucía, José Antonio Nieto y José Enrique Fernández Moya, presidentes locales en Córdoba y Jaén, respectivamente, y ambos secretarios de Estado, no podrán renovar en su cargo en el partido. Génova no lo permite. "Los estatutos de Maíllo", como se les conoce en el interior del partido, impiden la compatibilidad de ambos cargos, argumentan. Una medida un tanto arbitraria. Hay casos a cientos que lo demuestran. "Maíllo veta tan sólo a los fieles de Cospedal, esta guerra acaba de empezar", dicen en el PP andaluz.
El pulso soterrado crece, "y empieza a resultar muy incómodo", dice un conocido dirigente regional ajeno a la contienda. Maíllo también ha recibido su dosis de castigo, en forma de críticas sigilosas por su erróneo manejo del caso de Murcia, que culminó con la ruidosa dimisión del presidente regional y permitió a Ciudadanos anotarse una notoria victoria. "Maíllo tardó demasiado en reaccionar, se fió de Pedro Antonio Sánchez y se equivocó", se escucha en los pasillos de Génova. La versión oficial de los hechos, sin embargo, apunta a Rajoy, quien defendió al presidente imputado y dio orden de apoyarlo hasta la apertura de juicio oral.
¿De dónde salió este muchacho?
"¿Quién es su padrino?". Cuando Fernando Martínez Maíllo, 47 años, fue catapultado en verano de 2015, desde la presidencia de la Diputación de Zamora al puesto número tres en la cúpula de Génova, en el PP se afanaron en averiguar sus apoyos y a dilucidar nombre de su benefactor. Los otros tres vicesecretarios (Javier Arenas, aparte) tenían las raíces a la intemperie, su pedrigrí transparente. Javier Maroto provenía de la rama vasca del PP, vía Alfonso Alonso, vía Soraya Sáenz de Santamaría. Pablo Casado era el ‘rostro amable’ en las tertulias, aznarista de pro, marianista de última generación, brillante, moderno, “lo más parecido a Ciudadanos que circula por aquí”. Andrea Levy llegaba de Cataluña amparada, según decían, por Moragas y Sánchez Camacho.
¿Y Maíllo?, ¿quién apadrinaba a Maíllo?, ese político prácticamente ignoto en Madrid. Conocía a la perfección, sin embargo, el entramado territorial del partido, dada su condición de vicepresidente de la Federación Española de Municipios. Tenía excelentes relaciones con el exminsitro José Folgado, también de su tierra. Y muy poco más. Se escarbó en su pasado y, con sorpresa, se descubrió que Mariano Rajoy asistió a su boda en Benavente, excelente menú del famoso 'El ermitaño’, allá por 2011. Muy poco más salvo que tenía excelente cartel entre las bases y una enemiga feroz con Juan Vicente Herrera, el presidente de su comunidad y poco entusiasta, asimismo, de Mariano Rajoy.
Un triángulo en el vértice
Fernando Maíllo aterrizó en Génova con la misión de hacerse cargo de la cocina de la formación. El PP venía de sufrir una hecatombe en las elecciones autonómicas y municipales y encaraba unas elecciones generales envueltas en tinieblas. Jorge Moragas, dirigía, Maíllo ejecutaba y Dolores Cospedal, seguía por allí, lamiéndose aún las heridas de las elecciones autonómicas de Castilla la Mancha, que le desalojaron del poder.
El partido estaba hecho trizas, "un auténtico guiñapo", en palabras de un cargo destacado. Las fuerzas emergentes, Podemos y Ciudadanos, apuntaban hacia el infinito y el PP languidecía entre espasmos, rebosante de dudas sobre el futuro, receloso de su presente y malherido por su reciente pasado. Maíllo se puso pronto a la faena. En pocas semanas se enfrascó en la labor de untar con vaselina la oxidada y malherida maquinaria de la formación mientras, con pulso firme y enorme tiento, iba pergeñando las listas electorales para la cita crucial de las generales diciembre.
Aquellas generales fueron también mal. Muy mal. Un terremoto. El PP perdió 3,5 millones de votos y se quedó en tan sólo 123 escaños. Un revolcón estrepitoso en el que tan sólo Rajoy lograba encontrar el lado bueno. “Hemos ganado y no se podrá formar gobierno sin nosotros”, tranquilizó a su tropa.
Fueron meses de tribulaciones en los que el PSOE, Pedro Sánchez mediante, intentó un acuerdo de gobierno con Ciudadanos mientras que el PP se percibían extraños movimientos y abiertas conspiraciones que apuntaban a la cabeza del presidente. En ese clima de intriga shakesperiana, Maíllo se convirtió en el más fiel de los escuderos, el más laborioso de los lugartenientes, el más leal de los cancerberos. Rajoy, al frente de un maniatado gobierno en funciones, logró transmitir una cierta esperanza entre sus filas. La audaz torpeza de Pedro Sánchez colaboró abiertamente en su empeño. Maíllo, sin ruidos ni aspavientos, se hizo con las riendas del partido.
Moragas, mientras tanto, preparaba las nuevas elecciones, las del 26 de junio, la cita decisiva. El jefe de Gabinete del presidente, prácticamente instalado en Génova, dió un giro audaz a la estrategia, se cargó el plasma de Rajoy, le paseó por platós inauditos y convirtió al campaña electoral del 26-J en una arriesgda apuesta de todo o nada. El PSOE se hundió, el amenazante Ciudadanos perdió ocho diputados y el PP repitió victoria con un aseado avance de 14 escaños. La Moncloa seguía ahí y la continuidad se antojaba más asequible.
El cargo que ocupó Acebes
El resto, ya es historia. Laboriosa investidura, consolidación de los jóvenes de Génova y, en el Congreso Nacional de febrero, el zamorano incansable se convirtió, ya formalmente, en el supercapataz del PP, investido con el cargo de coordinador general, que antaño ocupó Ángel Acebes y llegó a ministro.
Dolores Cospedal se deslizaba penosamente muy en segunda línea, salvo en el penoso episodio del fallecimiento de Rita Barberá, su amiga. La secretaria general del PP probó el acíbar de lo que creyó traición cuando, inopinadamente, en la primera noche del Congreso Nacional de la Caja Mágica, la rutinaria votación de los nuevos estatutos casi la descabalgaron de su secretaría. Tan sólo 25 votos, de entre 3100 compromisarios (apenas votaron 600) evitaron lo que pudo ser la gran derrota y la enorme sorpresa del cónclave. El equipo de Cospedal puso en el punto de mira al zamorano rampante, organizador, a la postre, del debate y votación de los nuevos estatutos y la enmienda sobre incompatibilidades en los cargos. “Ha sido una jugada fea y sucia”, comentaron.
Las relaciones entre Cospedal y Maíllo, que nunca fueron demasiado afables, se tornaron incómodas. Recelos, desconfianza mutua y ausencia de feeling. Maíllo ascendía y Cospedal menguaba su presencia en Génova, sin perder el despacho, camino de la cartera de Defensa.
“Nunca nombres a quien no puedas cesar”, es una de las frases que menciona Rajoy a sus colaboradores. No cesó a Cospedal, a quien tanto debe por su sacrificio en el escándalo Bárcenas. Pero se la quitó de en medio. Con la falta de afabilidad que le caracteriza cuando habla de sus subordinados, el presidente describió la nueva situación de la cúpula del partido, emanada del Congreso Nacional, con gélidas palabras: “Cospedal pierde las mismas competencias que yo. Ninguno de los dos vamos a estar allí al frente del partido, lógicamente el día a día lo tiene que llevar Maíllo, y María Dolores y yo sólo estaremos los fines de semana y lunes", concluyó. Todo el PP tomó nota. Salvo, quizás, la propia aludida.
Esa ‘bicefalia asimétrica’, según la definición de uno de los más experimentados populares, quedó instalada en la cúpula de Génova con escasa vocación de continuidad. Maíllo, con excelente cartel entre la militancia, con buenas relaciones con los cargos medios y con un fino conocimiento de los altos mandos del partido, sacó brillo a sus recién colocados galones y se dispuso a afrontar su primer desafío crucial. La celebración de los congresos regionales, aplazados durante años y necesitados de una profunda labor de limpieza.
El crepúsculo de los líderes
Referentes históricos de la formación quedaron en la cuneta como Pedro Sanz, Juan Vicente Herrera, Luisa Fernanda Rudi o la propia Esperanza Aguirre, un mar de lágrimas en su adiós. Disputas enquistadas afloraron por cada esquina. Maillo impuso la ley, con firmeza y sin demasiado ruido. Situó a sus candidatos, sin excesivos contratiempos, en todas las demarcaciones en disputa.
A punto estuvo de sufrir un revés en Cantabria, donde el veterano Ignacio Diego se rebeló contra el aparato, pero perdió. Sólo mordió el polvo en Rioja. Un contumaz Ceniceros mantuvo su modesto cetro frente al poder de Madrid. Maíllo, en este caso, se tapó hábilmente. Cospedal y Soraya, por una vez militando en el mismo frente, apoyaban a Cuca Gamarra, la candidata derrotada. Perdió Génova pero no Maíllo. Las crónicas, al menos, apenas le mencionaron en esta agitada escaramuza.
Toca ahora afrontar los congresos locales. Otro paso importante. Otra tarea para Maíllo. Cospedal intentará enredar, dicen en el partido. Y el 'número tres' deberá, nuevamente demostrar que es el responsable de la sala de máquinas, del timón y del rumbo de Génova. Y habrá más líos, aseguran.