"Pedro Arriola decía que la encuesta válida era la última que se hacía antes de la campaña, porque la que se hacía después arrojaba pequeños cambios que se neutralizaban mutuamente (...) Pero ahora cerca del 40% se deciden durante la campaña".
De esta forma intentaba justificar el pasado miércoles José Félix Tezanos el fracaso del sondeo preelectoral andaluz del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). El instituto público no supo predecir ni de lejos el resultado que arrojaron las urnas y la irrupción de Vox con doce diputados en el Parlamento andaluz. Tampoco las casas privadas.
Desde la llegada de nuevos partidos como Podemos o Ciudadanos en 2015, el paradigma del comportamiento electoral ha dado un doble vuelco. Primero, porque el número de indecisos ha crecido parejo a la explosión de opciones electorales y, segundo, porque la gente cada vez decide su voto más tarde.
Según expuso Tezanos, antes del año 2000, el 80% de los encuestados decía votar al mismo partido y había pocas posibilidades de cambio. Tradición familiar, clase social o contexto regional, eran los factores clave para un comportamiento aparentemente fijo. Ahora la cifra de aquellos que dicen votar siempre por el mismo partido no superan el 33%.
En este sentido, el último sondeo conocido este jueves sostiene que sólo un 47,2% de los encuestados ha decidido ya a quién votar. Casi un 17% asegura estar dudando entre varios y cerca de un 30% cree que lo decidirá cuando estén "más próximas" las elecciones de mayo. Y todo con una quinta fuerza que hace cada vez más complejo el diseño de las campañas electorales. "Habiendo más opciones, la gente tarda más en recolocarse", resume el consultor político Luis Arroyo.
En circunstancias de estabilidad electoral, una campaña podía mover en torno al 4 o 5 por ciento del voto. Por tanto, no tenían mucho peso. En contexto de volatilidad y cambio político estamos viendo que el porcentaje de voto que se puede mover en una campaña puede estar en torno al 15 o 20%. Y esto se mezcla con que en la actualidad, casi un 30% de la gente está decidiendo su voto en las últimas dos semanas. Esto no significa que la gente esté dudando entre todas las opciones. No es lo mismo cuánto voto se mueve y cuánto voto se decide tarde.
Es la diferencia de ir a una boda o a un restaurante chino. Con un menú cerrado es muy sencillo decidir; carne o pescado. En el chino es mucho más difícil porque hay muchos más platos.
Las campañas están siendo muy importantes en contextos tan volátiles, por lo que su diseño es fundamental. Por lo tanto, muchas veces no podemos estimar parte de los cambios porque hay embargos de encuestas en los últimos cinco días. Y los partidos están diseñando sus campañas por tierra mar y aire, mezclando técnicas analógicas o digitales. Nadie deja de hacer mítines o carteles, pero todos se vuelcan en redes sociales y quieren tener minutos de televisión.
Movilizar, convencer de que vayan a votar y convertir a votantes de otros partidos en votantes propios.
Para ello, los partidos cada vez segmentan más a los potenciales votantes a través de lo que se conoce como el microtargeting.
En las tripas del CIS sí hay información relevante. La fidelidad de voto del PP ha pasado del 80% en 2017 al 50% actual, que es la más baja de toda su historia.
O que los flujos del PP hacia Cs son del 16%, pero que los de Vox no han dejado de subir y ya están en el 15% casi. El PP se desangra en ambas direcciones.
Y lo que el PSOE consigue es esencialmente a costa de Unidos Podemos, en torno al 12%.
Eso es algo que no es diferente a lo que dicen otras encuestas.
Tampoco hay muchas maneras.
Tienen que medir cada paso y atender a intereses muy distintos en un entorno cambiante.