"Encarcelar a Urdangarín debe estar muy justificado". Un ministro de Justicia no suele pronunciarse en estos términos a 48 horas de que un tribunal decida si envía o no entre rejas al cuñado del Rey. Rafael Catalá, lo hace. Con enorme soltura. Y con reincidencia. Técnico civil del Estado, 57 años, nacido en Madrid, barrio de Usera, simpatizante del Atleti, Catalá es el ministro más accesible, abordable y entrevistable del actual Gobierno.
Su última proeza ha sido el tironeo con las fiscales en la rama murciana del caso 'Púnica'. Una correcta actuación de la Fiscalía apareció ante los medios como una impresentable cacicada del ministro, que doblegó la independencia de las representantes del ministerio público. Juan Manuel Maza, el fiscal general del Estado, puso las cosas en su sitio en su comparecencia de esta semana en el Congreso. "Si Catalá no hubiera salido en tromba, si se hubiera callado, si hubiera medido sus palabras, todo habría ido sobre ruedas. Maza le ha dado una lección de cómo manejar este asunto", comentaba un alto cargo del Gobierno. "Lo malo es cuando el ministro pretende llenar los silencios. Era Maza quien tenía que hablar. Pero Catalá se precipitó, como siempre", señala un destacado miembro de la magistratura.
Poco ayudó en este episodio el hecho que un periodista descubriera al ministro conversando con el presidente de Murcia, durante el Congreso Nacional del PP y en pleno estallido del escándalo púnico. Menos aún que Pedro Antonio Sánchez, jefe del Ejecutivo de la región de Murcia, desvelara en una radio, unas horas después, información reservada sobre su futuro procesal.
Omnisciente y verborreico
Habla de todo, opina sobre lo que toque y, generalmente, evita incurrir en la prudencia. Es el nuevo García-Margallo, el ministro incontinente, verborreico, pisacharcos... Tiene afán protagónico, provoca frecuentes incendios, arma polémicas, anima debates... Busca los micrófonos, coleguea con los periodistas, no huye de las cámaras. "Es resuelto y simpático", dice uno miembro de su equipo. "En general, nos hace quedar bien", añade.
"Fué Guindos el responsable de la designación de Soria y no Rajoy". "Panamá no es un paraíso fiscal, más bien tiene una cultura tributaria diferente". "La responsabilidad política por la corrupción se salda en las urnas". "Podemos tiene cercanía con los independentistas y el movimiento etarra". "Hay un poquito de exageración en la importancia estratégica del corredor del Mediterráneo". "Debería sancionarse con firmeza a los medios que publiquen filtraciones de investigaciones judiciales en curso". Una detrás de otra. Algunas de sus afirmaciones son verdades como puños. Otras, se acercan a lo razonable. No todas resultan ni convenientes ni siquiera bordean la corrección política.
Margallo de Cataluña durante una visita oficial a Sanghai, algo que producía notable irritación entre algunos miembros del Gobierno. Tenía bula, era el mejor amigo de Mariano Rajoy hasta que intentó erigirse en sucesor, en una torpe jugada con el exministro Soria, y cayeron ambos al precipicio. Uno más que otro.
Catalá, que mantiene con el presidente una relación estrictamente formal, se permite también una irrefrenable palabrería, algo infrecuente entre otros miembros del Ejecutivo. Es, eso sí, protegido, estrecho colaborador y muy próximo a Ana Pastor, de quien fue mano derecha en Fomento. Pastor sí es amiga del 'presi' y Catalá se siente amparado, de acuerdo con las versiones que circulan por el Ejecutivo.
No resultan tan generosos en el juicio otros miembros del Gabinete. Sáenz de Santamaría, por ejemplo, se sulfura cuando Catalá irrumpe en el 'frente catalán'. La vicepresidenta, promotora y conductora de la 'operación diálogo', no tieene una opinión excelente del titular de Justicia. En privado, lo pone a caldo, según confiesa uno de sus colaboradores. Hay varios ministros que comparten ese mismo criterio.
Catalá es un consumado paseante de despachos en la Administración. Ha ocupado al menos una decena de puestos de responsabilidad. Ha sido subdirector general de Ordenación y Política de Personal en el ministerio de Sanidad; director de Relaciones Laborales y de Administración y servicios en Aena; director general de la Función Pública; director general de Personal y Servicios del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes; Subsecretario de Hacienda; secretario de Estado de Justicia, director gerente del Hospital Ramón y Cajal; ministro de Fomento en funciones y ministro de Justicia. Ejerció la actividad privada como secretario general de Codere, la importante empresa del mundo del juego. "De la ruleta, a la cúspide de la Justicia", dicen algunos de sus detractores.
Un padrino y una madrina
Dos jalones resultan cruciales en su largo rosario de responsabilidades. Su encuentro con José María Michavila en el departamento de Justicia en el segundo gobierno de Aznar y su papel de 'número dos' de Ana Pastor en Fomento en el primer gobierno de Rajoy. El presidente le dispensa cierta estima, según algún colaborador próximo. Aterrizó en el departamento de Justicia tras la precipitada renuncia de Alberto Ruiz Gallardón, quien había dejado el ministerio en llamas. Jueces, fiscales, secretarios, letrados... todos en avanzado estado de cabreo.
Catalá actúa con más mesura. "Es mejor cuando gestiona que cuando habla", comentan en su entorno. En una cartera sacudida por las turbulencias, las tensiones y las tormentas políticas, Catalá se mantuvo en su puesto en el segundo gobierno de Rajoy. Tres fiscales generales han desfilado ya bajo su mandato. Todo un récord. Ha sacado adelante una reforma del Código Penal y de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que, al menos, ha aliviado la avalancha de asuntos a los Jugados. Mantiene el pulso judicial con los independentistas catalanes, acaba de consumarse un tímido recambio de piezas en las fiscalías y ahora se procede a la elección de la nueva cúspide del Constitucional.
Asuntos polémicos, mediáticos. Mucho ruido político, pulsos parlamentarios, tironeo partidista. Un panorama incómodo que Catalá conduce con suerte diversa y sin abrazarse al silencio. Nunca lo hará, confiesa la fuente mencionada. La discreción y el ministro Catalá no van de la mano.