Veinticuatro horas antes de la alarma del CIS, Pablo Casado ya había sobresaltado al sector menos aguerrido de su militancia. Su acusación a Pedro Sánchez de preferir “las manos manchadas de sangre” provocó estupefacción entre sus filas. Incluso rechazo. Ese lenguaje, por excesivo y hasta tremendista, chirrió con un reguetón en la Capilla Sixtina.
La red se llenó de ‘sangre’ y eclipsó todo lo demás. Que no era poco. La frase en cuestión la pronunció Casado en Barcelona, ante sus lugartenientes de allí, perseguidos, hostigados, vilipendiados por el nacionalismo, con Cayetana Álvarez de Toledo como gran protagonista de la sesión. Se presentaba el programa electoral del partido, un trabajo hercúleo, 110 páginas, 500 propuestas, una especie de biblia del ‘nuevo PP’. Casado quiso demostrar fiereza con los separatistas, pretendió señalar con el dedo del descrédito a la política infame de acuerdos y promesas de Sánchez hacia Quim Torra, el prófugo de Waterloo y el malvado Otegi. “Se le fue la mano”, se escuchó en algún corrillo.
Fue tal el estrépito que el foco de atención se centró en la ‘sangre’. Las quinientas promesas quedaron difuminadas, aplazadas hasta el reflejo austero y formal de la prensa escrita del día siguiente. Una ocasión perdida. Otro patinazo para esos sectores críticos que disienten de la línea oficial en esta nueva era del partido. Otro error para quienes asisten con indisimulada desolación al desarrollo de la precampaña de su candidato. “Una cosa es arriesgar y otra, pasarse de frenada”, señalan decepcionados. Y ha habido más, como el aborto, el salario mínimo, escaramuzas innecesarias en jardines muy peligrosos. Pasos en falso que denotan improvisación y nerviosismo.
Un partido en declive
Más de 120.000 kilómetros lleva recorridos Casado desde que aterrizó en la planta noble de Génova. Un esfuerzo ‘sobrehumano’, dice, para despertar a un partido que estaba dormido, en declive, que ha perdido tres millones de votos en las últimas lizas electorales y que corre el riesgo de perder otros tantos más en las próximas. “Hay que ir a por todas, hay que demostrar que este es el verdadero PP, el que votaban y en el que militaban muchos de los que se fueron primero a Ciudadanos y ahora a Vox”, insiste una persona del equipo de Génova. “No tenemos tiempo, sólo hemos contado con nueve meses para afrontar unas elecciones generales; Rajoy y Aznar tuvieron cuatro años y sólo lo lograron vencer a la tercera”, recuerda este estrecho colaborador del presidente.
Este mes de enero, tras la Convención nacional en el que el PP plantó la semilla ideológica de su corpus doctrinal, Casado confiaba en que las generales se celebraran en otoño. Tendría oportunidad de recuperar algunos gobiernos regionales y varios ayuntamientos en los comicios de mayo. Una dosis de moral para afrontar el gran reto de unas legislativas. Sánchez se la olió, aprovechó el plante de los separatistas a su presupuesto y adelantó la cita con las urnas.
Esa maniobra le descuadró la agenda a Casado, que ha tenido que pisar el acelerador a fondo para recuperar en ‘sesenta días el tiempo perdido en siete años’, explican. Una misión casi kamikaze. “Te enfrentas a una situación mucho más difícil que la que tuvimos Fraga, Mariano y yo”, le había avisado Aznar en su proclamación como heredero de Rajoy. Ya lo está comprobando.
La gran limpia de las listas
La precampaña arrancó envuelta en turbulencias. El vuelco radical, la gran 'limpia' en los cabezas de lista al Congreso produjo un cimbronazo potente en la vieja guardia del partido, desplazada y anulada en las candidaturas. Del ‘marianismo’ tan sólo quedaron las raspas y Ana Pastor. “Había que hacerlo”, insisten en la ‘sala de banderas’ de Génova. Algunos fichajes provocaron sorpresa. Otros, rechazo. Suárez Illana, para reforzar a los discrepantes, montó una gran polvareda en su incursión en el debate sobre el aborto.
Crece en la interna del PP una corriente muy descontenta sobre el rumbo elegido. Se reprocha el protagonismo de Aznar y los suyos, tanto en las candidaturas como en el vértice de la formación, se censura la supuesta ‘derechización’, la deserción del espacio de centralidad, el radicalismo verbal, la innecesaria agresividad. Los barones más veteranos asisten con recelo a esta deriva, que algunos consideran calamitosa. Consideran inconcebible que Sánchez, que ha dedicado su breve mandato a lisonjear a quienes impulsaron un golpe de Estado, a inundarles de millones, a rendirles pleitesía, a engatusarles con el indulto, aparezca como el personaje imbatible en todos los análisis demoscópicos. “Algo estamos haciendo muy mal”.
Cuestiones como la recentralización del Estado, las políticas hacia la mujer, las propuestas sociales en inmigración, han levantado ronchas entre algunos dirigentes regionales. Núñez Feijóo contiene su enojo en tanto que Juanma Moreno se distancia y va a su aire. “Está obsesionado con Vox, cae en todas las trampas de Abascal, le estamos haciendo la campaña, que si las armas, los toros, los inmigrantes”, se escucha con insistencia en estos círculos refractarios a la actual dirección. Por contra, esta línea levanta pasiones entre el sector más joven, o el más ‘duro’, el que duda aún si seguir con el PP o pasarse a Vox, el que grita ‘dales caña’ en los mítines y reclama la política de ‘palo y tententieso’ a Sánchez y los separatistas.
Errores y patinazos
Voces amigas le recuerdan a Casado que ha de modular sus intervenciones, que ha de acompasar sus discursos, que ha de frenar su carrera, que no es preciso anunciar doce asuntos cada día, que hay que fijar los mensajes y no amontonarlos hasta la esterilidad. Que es imprescindible no meter la pata, evitar las torpezas, huir de los errores que salpican, día sí y día también, los actos públicos del PP.
“Pablo se ha sumido en una hiperactividad loable, pero ineficaz y, quizás, contraproducente”. Son quienes recuerdan que es preferible enarbolar los valores de un PP alternativa de Gobierno, partido de Estado, buen gestor, con experiencia, con estructura, con implantación, con seriedad. Estas virtudes las menciona Casado en sus mítines, pero quedan arrinconadas por la vocinglería con la que busca agradar los oídos de quienes quedaron hipnotizados por el verbo bronco, ‘valiente’ y directo del flautista Abascal.
Ninguna encuesta aventura una victoria de Casado. Ahora el PP lucha por alcanzar la fórmula andaluza, el pacto de las tres fuerzas de centroderecha, la fórmula mágica y única para expulsar a Sánchez de la Moncloa. Un empeño que cada día se antoja más lejano. No cunde, sin embargo, el pesimismo entre los más fieles a Casado. Se aferran a que el PP, como el PSOE, cuenta con un suelo electoral potente, unos 70 escaños, algo de lo que carecen Vox o Ciudadanos. Ahora se trata de sumar y llegar a los cien. Cuentan con el voto oculto, con ese 40 por ciento de supuestos indecisos y con que las urnas agrupen a los electores en torno a sus siglas. En suma, no han perdido la fe.