Cinco siglos después de que Colón dejase el Puerto de Palos de la Frontera para comandar La Pinta, la Niña y La Santa María en su primer viaje transatlántico, una de sus estatuas ha terminado navegando en un estanque de Virginia. No es la única.
Las protestas contra el racismo tras el asesinato de George Floyd a manos de un policía en Mineápolis han derivado en una oleada de derribos de esculturas de personajes históricos relacionados con el esclavismo como Robert Milligan, Edward Colston y Leopoldo II.
Por otro lado, a pesar de haber sido considerada por varios críticos como la mejor película de todos los tiempos, 'Lo que el viento se llevó' ha desaparecido ahora de la plataforma HBO después de que un guionista estadounidense asegurase en un artículo que perpetúa los estereotipos más dolorosos para los negros. La película volverá a aparecer en la plataforma, pero acompañada de una aclaración sobre su contexto histórico.
Vozpópuli ha hablado con un grupo de historiadores para que analicen el movimiento 'Black Lives Matter' y sus reivindicaciones.
"Desde el punto de vista de nuestra disciplina, la historia, destruir restos del pasado no es positivo, porque nos priva de instrumentos para su conocimiento. Ahora bien, cualquier monumento puede trasladarse de sitio, recibir un nuevo significado, ocultarse a la vista del público...", considera Juan Pan-Montojo, vicepresidente de la Asociación de Historia Contemporánea y profesor de la UAM.
"Los historiadores, si los cambios se hacen de forma que no se pierdan elementos informativos, no podemos ni debemos tener una posición frente a esas decisiones", añade.
Pan-Montojo señala que destruir estatuas es una acción colectiva muy expresiva y de gran resonancia mediática que pretende recurrir a políticas de la historia para cambiar el presente. "Cuando se destruye un monumento a un esclavista se está diciendo que nuestra sociedad no puede ni debe honrar a esclavistas para evitar que se den esos fenómenos en el presente", opina.
¿Recordar o destruir?
"Como ciudadano, me parece una visión por una parte alicorta y por otra ingenua, además de parcial. Alicorta porque es mucho más interesante recordar que un monumento fue construido en un momento determinado del pasado a pesar de todos los problemas morales que nosotros vemos, y que quienes lo erigieron no veían o no querían ver, que destruirlo. La conversión en un museo sobre el nacionalsocialismo de los Parteitagsgelände de Núremberg, las explanadas creadas por el nacionalsocialismo para sus jornadas del partido, me parece más inteligente que su destrucción", expone.
"Es una visión ingenua, además, porque borrando huellas del pasado no se reforma el presente: la acción colectiva vinculada a esa destrucción sí puede ser un instrumento de cambio, pero no el resultado final de la misma. La sociedad de Bristol va a ser igual de racista, o de poco racista, con o sin estatuas de esclavistas", comenta.
Es, añade, una visión parcial y simplificadora porque si juzgamos con nuestros estándares morales el pasado, no podríamos tener un solo monumento ni recordatorio a nadie, salvo a personas casi desconocidas o transformadas en mito.
"Se pueden retirar estatuas si se documenta y se conserva el monumento. Los representantes políticos de la sociedad tienen todo el derecho a hacerlo. Creo, como ciudadano, que sería mejor reinterpretarlos, dejándolos en su emplazamiento, pero concedo que no siempre es la mejor solución".
Para Miguel Alonso, investigador de la Universidad Autónoma de Barcelona, el derribo de estatuas es un elemento reivindicativo más dentro de las protestas. "Existe un poso de racismo estructural en el sistema estadounidense que, por otro lado, tiene que ver con la historia del país. Bien pasada la Segunda Guerra Mundial todavía había espacios de segregación de los negros. El racismo que entonces estaba incardinado en el sistema político, jurídico, social, económico y cultural no se ha eliminado de un plumazo", explica.
"Una estatua no es un objeto neutro ni decorativo. Cuando pones una estatua en un lugar público, estás conmemorando y homenajeando a la persona que está representada. Estás, en definitiva, haciendo un uso político de la historia. Si se pretende hacer una revisión del racismo subyacente tiene sentido hacer una revisión del pasado nacional", opina.
Según Alonso, transformar el paisaje urbano puede servir para transformar los referentes sociales. Ahora bien, advierte, toda esa resignificación y reflexión social y política entorno a los referentes históricos que nos definen como nación o como pueblo no es óbice para que la historia se interprete aplicando categorías morales actuales: "Es anacrónico".
"Hay que entender la historia en su contexto y se pueden hacer revisiones sociales y políticas y que los historiadores extraigamos por qué se eliminan o permanecen ciertos referentes y aportar las explicaciones convenientes", apunta.
El objetivo de las protestas
Para Toni Morant, profesor de historia contemporánea de la Universidad de Valencia y miembro de la coordinación del Aula de Historia y Memoria Democrática, el movimiento 'Black Lives Matter' es mucho más que las imágenes de derribo de estatuas. "Surge como protesta y reacción al continuado racismo estructural e institucionalizado presente en nuestra sociedad", afirma.
"El derribo y destrucción de estatuas no es nuevo. Estas, pero también el nombre de las calles y, sobre todo en países anglosajones, los de determinados edificios públicos, no son registros asépticos de una historia pretendidamente neutra. Son símbolos de poder que reflejan qué valores primaban en el momento de su respectiva erección o nombramiento. Las protestas están intentando subvertir valores y contrarrestar relaciones de poder de nuestras sociedades mayoritariamente blancas", sentencia.
Morant coincide con Alonso y recuerda que el espacio público de nuestras ciudades es el lugar destinado a honrar, conmemorar e intentar perpetuar el recuerdo de personas o valores. "El derribo y posterior lanzamiento la semana pasada al puerto de Bristol de la estatua de Edward Colston, un conocido esclavista inglés del siglo XVII y responsable de la Royal African Company, es la constatación y reacción a toda una cadena de fracasos", considera.
Durante años, dice, una parte de la sociedad pidió que fuera retirada del espacio público y trasladada a un museo. "¿Cuánto más tienen que esperar? Habría que haberlo hecho por vías consensuadas y con debate social, pero ese debate tiene que darse y, necesariamente, tiene que tener una presencia importante voces no blancas", agrega.
Y sentencia que, bajo ningún concepto, se puede utilizar la coartada de que 'forma parte de la historia' a la vez que se niega el debate "para seguir asumiendo acríticamente la exaltación pública de símbolos del racismo, el colonialismo o la opresión".
Otros derribos: Lenin, Stalin, Ceausescu
El historiador de la Universidad de Valencia no recuerda la misma indignación ante el derribo de esculturas cuando cayó el bloque soviético entre 1989 y 1991 y por todo el centro y este de Europa se derribaron estatuas de Lenin, Stalin o de Ceausescu; o cuando en 2003 se derribaron en Iraq las estatuas de Sadam Hussein.
"Creo recordar más bien que esas acciones fueron jaleadas desde nuestros países occidentales –los mismos que se exaltan ahora- como muestra de la liberación de esos pueblos que –por fin- podían disfrutar de democracia y tomar la historia en sus propias manos", señala.
Para Morant, la cuestión "no debería ser por qué caen ahora estas estatuas de esclavistas, si no por qué no han caído antes y por qué como sociedades democráticas hemos permitido que se siguiera conmemorando y homenajeando en nuestro espacio público según qué personas y valores".
El historiador César Rina cree que una sociedad que no es esclavista, al menos en la forma que lo era en el pasado, no tiene mucho sentido seguir honrado en el espacio público la memoria de tratantes de esclavos.
"Creo que el derribo de estatuas tiene que ver con el impulso por hacer justicia en la calle, de alguna manera, tratar de enmendar en el presente siglos de injusticia. Todos los cambios de modelo, de nación, de régimen político, etc., se han hecho derribando estatuas. Todo el mundo identifica el asalto a la Bastilla con el triunfo de la Revolución Francesa o la victoria de Bush en la Guerra de Irak con el derribo en Bagdag de la estatua de Sadam Hussein", recuerda.
"Se pretende visibilizar el cambio de paradigma, o la pretensión para que cambie, aunque el recorrido de las últimas décadas no es demasiado halagüeño para la comunidad negra. Otro debate es si en esos derribos se están también tirando estatuas de personajes no esclavistas. Más allá de la ira y la confusión, nunca viene mal darse un paseo por nuestras calles y analizar a qué personajes están dedicadas las calles y qué valores expresan las estatuas", opina el profesor de la Universidad de Extremadura.
Rina no cree que se trate de revisionismo histórico entendido como negar el pasado, sino de negar el elogio a determinados personajes o actitudes del pasado.
Lo que HBO se llevó
El investigador extremeño tacha de "barbaridad" la retirada temporal del clásico 'Lo que el viento se llevó' de la plataforma HBO. "Es un signo de nuestros tiempos, bienpensantes, vacíos e intelectualmente infantilizados. Cada época produce sus obras de arte atendiendo a sus imaginarios y convicciones, y juzgarlas con ojos del presente nos hace más estúpidos, pues una de las premisas del tiempo es que nuestra generación o el tiempo que nos ha tocado vivir no son mejores a otros, sino diferentes", advierte.
Prohibir películas o novelas del pasado, apunta, transmite la sensación de que nuestro tiempo es superior moralmente, lo cual me produce risa. "La censura más peligrosa es la que se hace en nombre de valores positivos", asegura.
Para Pan-Montojo, de la UAM, también es "censura". "Para quienes compartimos los valores democráticos, ocultar creaciones es siempre un error. En el límite, no hay producto cultural inocente, de modo que habría que censurar todo.
Por el contrario, opina, no existe ninguna razón para censurar un producto cultural como libros, música, imágenes. "Todos, al menos todos los adultos, debemos poder acceder a todo porque ese acceso es un valor fundamental de una sociedad democrática", apunta.
Miguel Alonso considera que "el cine es hijo de su tiempo". "'Lo que el viento se llevó es un clásico de su tiempo. No se puede quitar la película y ya está. Se puede poner y explicar que da una visión sobre los negros y las jerarquías de EEUU", expone.
Morant opina que "quizá si en nuestras escuelas, universidades y medios de comunicación se estudiara y se tratara mucho mejor lo que significó la esclavitud y cuáles fueron sus consecuencias, no se tendría miedo a que nadie malinterpretara el contexto de la película y no se creería necesario poner un aviso", concluye.