Albert Rivera y Pablo Iglesias afrontan el 10-N sus cuartas elecciones generales en cuatro años. Y, sin duda, las más difíciles. Los dos someten al veredicto de las urnas unos liderazgos muy desgastados. La propia crisis de Estado y la resistencia de los partidos tradicionales amenazan con condenar a Podemos y Ciudadanos a la irrelevancia.
Iglesias y Rivera se enfrentan a las elecciones en un contexto complejo. Las encuestas no les sonríen y hay suficiente ruido en el seno de sus partidos como para intuir que un mal resultado amenaza con condenarles. Los dos arriesgan su futuro político el 10-N.
La irrupción de la nueva política es clave para entender los últimos años en España. Y, a pesar de sus enormes diferencias, han vivido vidas paralelas. Los dos son hijos de la crisis económica y la crisis de Estado. Los dos han tocado el cielo y han bajado al infierno. A los dos se les ha criticado su "hiperliderazgo".
Luces y sombras de la nueva política
Pero también es cierto que ambos han conseguido logros impensables hace sólo cinco años. Y el papel de sus organizaciones es actualmente decisivo en algunos gobiernos autonómicos y municipales. Otros creen que con el bipartidismo se vivía mejor.
La asignatura pendiente para Podemos y Ciudadanos es la gobernabilidad del país. Y es ahí donde tanto Iglesias como Rivera han sufrido para mantener sus organizaciones a flote. Es también uno de los motivos por los que ahora se enfrentan a una cita electoral determinante.
Podemos ha sido una montaña rusa casi desde el principio. Entre 2015 y la repetición del 2016, la formación que lideraban Iglesias e Íñigo Errejón trató sin éxito de superar al PSOE. Por el camino, se hizo con las alcaldías de Madrid y Barcelona y favoreció el acuerdo con el PSOE en algunas comunidades autónomas.
La paz duró muy poco. A partir de ese momento, el partido se enredó en una batalla fratricida que ganó Iglesias a Errejón en el congreso de Vistalegre II. A lo largo de estos años, la mayoría de los fundadores de Podemos han abandonado Podemos después de innumerables traiciones. Iglesias ha bunkerizado su liderazgo entre reproches y polémicas como la de su chalet.
Sin embargo, la moción de censura que ganó Pedro Sánchez dio a Iglesias la posibilidad de influir por primera vez en el Gobierno de la Nación. La experiencia duró poco tiempo. Y después de las elecciones de abril llegó la hora de la verdad.
Rechazar la vicepresidencia y los ministerios
Iglesias renunció a sentarse en el Consejo de Ministros para favorecer el acuerdo, pero a última hora rechazó la oferta de Sánchez: una vicepresidencia y tres ministerios. Podemos entendía que eran carteras testimoniales sin peso.
La negociación encalló después por la negativa del PSOE a plantear otra coalición y la exigencia de Iglesias de condicionar su apoyo a la presencia de Podemos en el Gobierno. Y en mitad de este galimatías, Podemos se vio fuera de la mayoría de instituciones en las que estaba tras unos resultados desastrosos en las autonómicas y municipales del 26-M.
¿Quién es el responsable de la repetición electoral? Es parte de lo que se dirime el 10-N. De momento, Iglesias parte con encuestas que le dejan prácticamente como está -sobre los 40 escaños-, lo que se puede entender como un respaldo de su electorado a la posición negociadora que mantuvo Podemos.
Pero lo ocurrido en Cataluña o la presencia de Errejón con su nueva marca amenazan las expectativas de Iglesias, al que hay muchos esperando si el resultado no es el esperado y Podemos sigue cayendo.
Auge y caída de Rivera
Por caminos distintos que han llegado a confluir en el mismo punto, Rivera se encuentra en un momento decisivo para Ciudadanos. El partido naranja no irrumpió con tanta fuerza como Podemos hace cuatro años, pero su crecimiento ha sido imparable desde entonces.
Negoció y aprobó dos Presupuestos Generales del Estado con Rajoy. Y con su apoyo crítico al PP empezó a dispararse en las encuestas. Su progresión, espoleada por la crisis separatista del 2017, se vio bruscamente frenada por la moción de censura. Un hito que algunas consideran el mayor error estratégico de Rivera por su precipitación a la hora de retirar su apoyo a Mariano Rajoy.
A pesar de todo, Ciudadanos inició el nuevo ciclo electoral con una victoria tan histórica como a la postre irrelevante de Inés Arrimadas en Cataluña y un resultado espectacular en Andalucía. La suma de Ciudadanos, PP y Vox permitió desbancar al PSOE de la Junta de Andalucía por primera vez en democracia.
Las elecciones generales fueron un gran éxito de Rivera, que planteó la estrategia de fagocitar al PP y se quedó a menos de un punto de lograrlo. Los 57 diputados del 28-A le colocaron como tercera fuerza política y un horizonte de sorpasso al PP. O eso esperaba el líder naranja.
Cs ignora los avisos
El 26-M fue un aviso, según sus críticos, que Rivera ignoró. El partido empezó a caer. Y Ciudadanos priorizó los pactos con el PP. Los dos gobiernan Madrid (Ayuntamiento y Comunidad), Castilla y León, Murcia y Andalucía. Pero la intransigencia de Rivera con Sánchez y su negativa si quiera a plantearle algunas medidas para desbloquear la investidura -lo hizo en el último minuto- provocaron un cisma. Y varios de sus dirigentes más conocidos abandonaron las filas naranjas de malos modos y con duros reproches a Rivera.
Rivera ha dado un giro de 180 grados a su estrategia para el 10-N presionado por unas encuestas angustiosas. Y su eventual dimisión si Ciudadanos se estrella es casi una pregunta obligada en cada entrevista que concede.
Rivera suele responder que no tiene apego al sillón, pero mantiene que nadie debe dar por muerto a Ciudadanos. Los sondeos garantizan la caída. La cuestión es en qué suelo la amortigua y sobre todo cómo juega ahora sus cartas si sus escaños resultan decisivos. En abril, la suma de PSOE y Ciudadanos garantizaba al Gobierno una mayoría holgada de la Cámara. La duda es si esa ecuación puede volver a repetirse o no.
El candidato naranja ha planteado un acuerdo con PSOE y PP que desbloquee la formación de Gobierno. Rivera confía en recuperar a parte de su electorado indeciso y desideologizado, que no entiende la política de vetos.