Ni compromiso público alguno en la agenda ni desplazamientos fuera de Madrid. Esta ha sido la semana más atípica de Pablo Casado desde que llegó a la presidencia del PP. Tan sólo una escapada rápida a Bruselas para verse con sus correligionarios europeos tras las elecciones del domingo. Algo inaudito. Casado inmóvil, sin comparecencias, declaraciones, actos. "Está centrado en los pactos, es clave retener la comunidad de Madrid y echar a Carmena", señala uno de sus colaboradores.
Después de 18 años de la presidencia tranquila de Mariano Rajoy, el estilo celérico e itinerante de Casado desconcertó en Génova. Apenas se le veía por su despacho en la séptima planta, salvo en las reuniones de rigor. "Siempre está fuera, casi ni le vemos", decían con un deje crítico. "Un presidente también tiene que estar en Génova", reprochaban.
Demasiados actos, demasiado protagonismo, demasiados mensajes televisivos, le aconsejaban algunos colaboradores. "Casado escucha y atiende, pero luego hace poco caso", dicen estas fuentes. Buen orador, excelente parlamentario, vibrante dialéctico, es un verborreico contumaz. Le agradan los micros y es muy hábil en el regate dialéctico. Rajoy le colocó al frente de la comunicación del PP dada su habilidad mediática.
Allí donde nadie va
"Desde que me hicieron presidente sólo he pasado tres domingos en casa", comentaba Pablo Casado durante la campaña de las generales. Ha dado tres veces la vuelta al mundo, ha visitado todas las comunidades, todas las provincias, centenares de pueblos, sin descanso. "Desde que fue elegido ya he estado cinco veces aquí", comentaba al poner de nuevo los pies en Melilla. Allí donde nadie va, allí estuvo Casado, comentan en el partido.
Tras imponerse en las primarias, empezó la gira. Había que restañar heridas. El PP nunca había celebrado unas primarias. El experimento se convirtió en una pugna interna tirante y hasta cruel. El pulso entre Sáenz de Santamaría y Cospedal resultó muy tenso. "Iban a muerte". Y ganó Casado.
No hubo vacaciones de verano en la casa de la familia Casado. El presidente de los populares emprendió una gira interminable por todo el país, de sede en sede, de ciudad en ciudad. Pretendía poner bálsamo en los tremendos costurones producidos por la contienda. Atraerse a los barones reticentes, granjearse el respaldo de los dirigentes más escépticos, transmitir optimismo e ilusión, después de dos citas electorales en las que el partido había perdido más de tres millones de votos.
Nueva oportunidad
Teodoro García Egea, su mano derecha, hacía guardia en la sede nacional. Javier Maroto, el 'número tres' de la formación, engrasaba la estructura. El plan parecía funcionar a la perfección. La hiperactividad de Casado obtenía sus frutos. El partido recuperaba el tono. Entonces, Susana Díaz adelantó inesperadamente elecciones para el 2 de diciembre. Otra vez a la carretera. De nuevo los actos, discursos, entrevistas. Apenas se detuvo siquiera un par de días en Navidad.
Enganchó enseguida con los preparativos de la Convención Nacional de finales de enero y luego, súbitamente, sobrevino el adelanto electoral de las generales, esa jugada maestra de Sánchez que estuvo a punto de derribar a Casado. En el PP confiaban en que las legislativas no tuvieran lugar hasta otoño. El 'nuevo PP' estaba en plena gestación.
El líder de los populares se sumergió de nuevo en otra vorágine de campaña que se estrelló con unos resultados calamitosos el 28-A. Volvieron a reprocharle su obsesión por los actos y mítines en lugar de permitir el lucimiento de los candidatos locales o regionales. Cuca Gamarra e Isabel García Tejerina, al frente de la campaña electoral autonómica y europea, lograron que aflojara mínimamente el ritmo. Esta vez, el resultado que arrojó las urnas fue algo mejor.
Casado, si le permiten algo de tranquilidad los barones críticos, afrontará ahora las mutaciones que requiere el partido. No ha tenido tiempo ni quizás excesiva disposición. No ha estado ni un día en Génova en estos nueve meses. Ahora toca tomarse muy en serio la reestructuración interna del partido porque, en caso contrario, alguien lo hará por él.