Casi un mes se demoró Ana Pastor en fijar fecha para la moción de censura presentada por Pablo Iglesias. Fue en junio del pasado año. Podemos se quejaba de la actitud retardatoria de la presidenta del Congreso. No entendían las razones. "Lo urgente para España no lo es para el PP". "Tienen secuestrado al Parlamento". Las voces desde la formación morada aterrizaban con estrépito sobre la cabeza de la titular de la Cámara Baja. Pastor no respondía, no entraba al trapo.
Tras mantener la última conversación con un Rajoy ya censurado, la fiel escudera fijó finalmente el 13 de junio, martes, para la celebración del debate. La excusa oficial era que el calendario parlamentario estaba a rebosar y no se podían interrumpir ni cancelar determinados asuntos en marcha. Pedro Sánchez optó por la abstención y el PP siguió en la Moncloa.
Ahora ha sido todo diferente. Apenas cinco días transcurrieron entre la presentación sorpresa de la moción socialista y su celebración en el plenario de la Cámara. Incluso el propio Sánchez se sorprendió por la celeridad de la convocatoria. ¿Qué había pasado? Ana Pastor, una vez más, siguió las instrucciones dictadas por su presidente. Con otra excusa líquida: Ahora el Congreso está más desahogado de tareas.
Los criterios y las opiniones tanto en el seno del Gobierno como en el propio partido no eran coincidentes. Algunas voces alababan las prisas. "Cuanto menos tiempo tenga Sánchez para negociar los apoyos, más difícil le será sacar la moción", decían en el grupo parlamentario popular. En cinco días es imposible convencer a gente tan diversas y tan dispersa.
Suturar las heridas
En la opinión radicalmente contraria se encontraban señalados miembros del Ejecutivo de Rajoy y varios veteranos del partido. No entendían las urgencias. "No es el estilo de Rajoy. Hay que darle tiempo al tiempo. En un mes de negociaciones, ese frente termina rompiéndose", decían. Es muy complicado mantenerlos tanto tiempo unidos, "por más que deseen visceralmente la caída de Rajoy". Hubo amagos de disputas, entre diputados de ERC y el PSOE que daban la razón a esta teoría.
Rajoy, sin embargo, optó por la vía 'exprés'. Por acortar los plazos. Sáenz de Santamaría le convenció, aseguran ahora fuentes de aquel Ejecutivo. El PNV acababa de apoyar los presupuestos y no iba a cambiar súbitamente de parecer. 'Partido leal y serio', decían los populares. Pensaban también que Sánchez no tenía nada atado, "era puro postureo, sacar la cara, arañar minutos de protagonismo para evitar el desplome atroz de los sondeos", apuntaban.
"Está claro que fue un error. Quizás ir más despacio no habría cambiado nada, aunque lo dudo, pero seguro que esta velocidad nos mató". No hubo opción a sembrar cizaña entre los rivales ni a alimentar las discrepancias internas. Y otro punto clave: El zarpazo de la sentencia de la Gürtel estaba demasiado cerca, "aún sangrábamos por la herida. Era preciso haberla dejado suturar".
Todo salió al revés de lo planeado por Santamaría. Casi la segunda edición de la famosa 'Operación diálogo'. Los vascos fallaron y Sánchez sedujo, vertiginosamente, a los separatistas catalanes. La exvicepresidenta, durante la fatídica tarde del jueves de la moción, permaneció en su escaño, guardando el presidente con su bolsito, mientras ministros, colaboradores y Dolores Cospedal sufrían una larga sobremesa en el Arahy. "Un presidente no dimite", pensaba Rajoy en esas tormentosas horas. Le aterraba la imagen de la cobardía y la deserción.
El 'punto final'
El otro gran enigma en la defenestración de Rajoy fue el anuncio de su dimisión al frente del PP. "Es el punto final", señaló este martes a la cúpula de su partido. Nadie sabía nada, salvo unos pocos fieles, que recibieron la noticia en la noche de la víspera. Algunos dirigentes de Génova apuntaban que el presidente tomaría un tiempo de "descompresión" antes de anunciar su salida. "No se va. Por ahora. Quiere un relevo controlado, pretende tutelar el cambio". Sin 'dedazos' ni imposiciones, pero aún con el título de presidente sobre los hombros. "Y luego, quién sabe, a lo mejor, se lo piensa", añadían los más fieles.
La decisión fue clara y tajante. Llegó la hora del adiós. El pasado fin de semana el expresidente no se movió de Madrid. Al mediodía del sábado se reunión primero con su equipo de trabajo, José Luis Ayllón, Carmen Martínez Castro, para preparar un texto con su posible despedida. Almorzó luego con un nutrido grupo de ministros y algún colaborador, en un restaurante muy popular y exclusivo de El Pardo. Un encuentro emotivo, confiesan algunos de los asistentes, en los que nada se habló de su posible renuncia.
Celebró el domingo un cónclave familiar. Las opiniones de sus hermanos Mercedes y Enrique son siempre imprescindibles. Se sumó a este conciliábulo, según fuentes solventes, la propia Ana Pastor y su esposo José Benito, el acompañante en los paseos matutinos del expresidente cuando está en su tierra gallega. Y por supuesto, el criterio de Viri, su esposa, Elvira Fernández, fundamental y definitivo en este tipo de decisiones. Le apoyaba hace apenas unos días cuando anunciaba que quería seguir y le respaldó e impulsó a anunciar su renuncia.
Rajoy, entre lágrimas contenidas y emoción sin contener, anunció el martes, ante una pasmada y casi catatónica cúpula de su partido que se iba, que lo dejaba todo, que abandonaba la política y que se pondría a'a las órdenes' del nuevo presidente. "A la orden es a la orden", remachó, pensando en José María Aznar, el fundador del PP, que esa misma tarde le devolvería la bofetada.
El hombre que controla los tiempos, según expresión legendaria entre los populares y algún periodista, dio un viraje absoluto a su costumbre de dilatar decisiones. Empujado por Santamaría pisó el acelerador de la moción, sin dar tiempo a alguna ayuda inesperada del destino. Animado por su esposa, decidió decir adiós a todo aquello y enfrascarse en el Mundial de Fútbol como antídoto a toda posible depresión.