Soraya Sáenz de Santamaría siguió la estela de Dolores Cospedal en su primera irrupción en la campaña para suceder a Mariano Rajoy. En la presentación de su candidatura, ante los leones parlamentarios, lanzó un mensaje sin dobleces. Aspira no sólo a ser presidenta del partido, sino a disputarle a Pedro Sánchez la del Gobierno. Cospedal, minutos antes, ya habló de ser ‘la primera presidenta del Gobierno de España’. Una apuesta por el feminismo frente a un gobierno socialista rebosante de mujeres. ‘En 2020 nos vemos’, parecía ser la advertencia de quien fue ‘número dos’ del anterior Gabinete.
La estrategia de Santamaría de cara a la campaña electoral que arrancó este sábado, incide en dos fases claras y diferenciadas. La primera, batir a su rival directa, es decir, a la exsecretaria general de la formación conservadora, su enemiga íntima. En forma sutil, pero machacona, la exvicepresidenta desliza su decisión de ‘ayudar a los compañeros’ que han de afrontar, a la vuelta de unos meses, unas elecciones autonómicas y municipales. Una cita electoral clave, luego de la derrota general que sufrió el PP hace cuatro años, cuando fue defenestrado de las principales capitales y de buena parte de sus feudos autonómicos tradicionales. En aquellos tiempos, era Cospedal quien conducía el partido. Por lo tanto, es a quien hay que adjudicarle aquel estruendoso tropezón. Una ‘perdedora’, en el cliché del equipo sorayista, quien incluso hace ostentación de su 'operación diálogo' en Cataluña, para muchos, una pifia descomunal.
“Los dirigentes que partíamos con más posibilidades, según las encuestas, éramos Feijóo y yo”, ha recalcado en varias entrevistas. Santamaría no ha sido hasta ahora vapuleada ante las urnas, entre otras cosas, porque no ha tenido responsabilidades electorales. Ni siquiera ha sido cabeza de cartel. Cospedal, sin embargo, se aferra al recuerdo de que echó de Castilla la Mancha al PSOE, una región en la que siempre habían gobernado los socialistas. Los herederos de Bono volvieron a mandar, es cierto, pero sin ganarle en la contienda.
Cospedal ha sido presidenta regional, candidata, ha dirigido campañas y hace gala de esa experiencia “frente a los que nunca han dado la cara”. Es decir, Soraya. Ni en las urnas ni frente a la corrupción del PP. Siempre de perfil. Esta frase se ha convertido en su lema: “He dado la cara muchas veces y muchas veces me la han partido”. Es decir, no se ha tapado en los momentos difíciles, no se ha ocultado en Moncloa, no ha escurrido el bulto.
Encuentros en la primera fase
El equipo de Santamaría, que cuenta con el respaldo de buena parte del los exministros de Rajoy y de algunos dirigentes autonómicos notables, piensa que la fase más complicada de la actual guerra de sucesión es la primera. El voto de los afiliados al corriente de pago. Puede haber enormes sorpresas, aunque la teoría general es que ese crucial cedazo lo pasarán ella y Casado. Ellos dos en la recta final, cara a cara, en frenética lucha por la herencia del marianismo. Cospedal, intuyen, ya habrá fenecido en el intento. Y será entonces cuando entre en el segundo tiempo de su bien diseñada línea de combate.
Casado, hasta ahora el hombre de la Comunicación de Génova, ofrece dos puntos débiles. El sinuoso e inaudito frente judicial, por el lío del máster y el título universitario, y su pasado como mano derecha de Aznar tras salir de la Moncloa. El ‘aznarismo’ puede ser un hándicap para quien se presenta como abanderado de la renovación. Esa supuesta debilidad será utilizada en la campaña de Santamaría. No directamente por ella, porque no es su estilo ‘bajar al barro‘, pero sí por su muy potente grupo de colaboradores.
Hace gala Casado de su juventud, 37 años, de ser el símbolo del relevo generacional, de su fiel trayectoria con los dos presidentes del partido con los que ha trabajado, su ideología liberal y su férreo compromiso con el partido. Santamaría apenas tiene vínculos estrechos con el PP, más allá de su militancia de a pie y su etapa en la portavocía al frente del grupo parlamentario. Ni siquiera tiene silla en el Comité de Dirección que montó Rajoy en Génova, de la mano de Fernando Maíllo, el fiel amo de llaves del PP de la organización.
Riesgos de fractura
Santamaría esgrime su experiencia de Gobierno, su trayectoria en Moncloa, su conocimiento de la Administración, de la sala de máquinas del Estado. También se apoya en su habitual valoración demoscópica, siempre en la cabeza de de los más valorados del PP. En suma, su objetivo es la presidencia del Gobierno más que la del partido.
Cospedal y Casado se sitúan en el terreno contrario. Ambos son personas de partido, aunque la primera ha ejercido labores de gestión y de Gobierno. Ambos comparten suficientes galones como para ponerse al frente de una formación huérfana de liderazgo y necesitada de un referente que la blinde frente a los riesgos de escisión o de fractura.
¿Por qué perfil apostarán los afiliados? ¿Por el que salve la unidad del PP o el que recupere el poder? Uno y otro no van necesariamente de la mano. Los compromisarios es posible que se inclinen por mantener la cohesión en el partido para, una vez lograda, dar el salto hacia la Moncloa. Esta es la disyuntiva en la que se mueve ahora Sáenz de Santamaría, ante un sendero que se bifurca. Sólo en uno de ellos tiene garantías de éxito. De ahí, cuentan en ambientes populares, su empeño en fulminar a sus dos rivales, por orden. Primero, Cospedal. Luego se encargará de Casado. “Soraya sólo apuesta sobre seguro”, recuerdan quienes la conocen.