Poco antes de ser derrotada en las primarias, Santamaría tuvo que escuchar cómo su rival, Pablo Casado, le reprochaba su 'soberbia'. Venía a cuento de que la ya exvicepresidenta rechazaba toda posibilidad de celebrar un debate en televisión. "La soberbia no gana congresos pero pierde elecciones", dejó dicho el actual presidente del partido.
Así fue. En contra de muchos pronósticos y, desde luego, de sus propias cábalas, Santamaría sufrió una contundente derrota en las primarias de su formación para elegir al sucesor de Rajoy. Era la primera vez que se le permitía votar a las bases. Y lo hiceron. Un estruendoso bofetón a la 'vicetodo' y, al tiempo, un castigo implacable a los últimos años del hasta entonces presidente.
Dieciocho años ha estado en la vida política, como recordaba este lunes en su mensaje de renuncia. "Es lo mejor para la nueva dirección del PP, para mi familia y para mí", explicaba, con un puntito de arrogante sinceridad. "Lo mejor para la nueva dirección". Ni un minuto con Pablo Casado, el elegido por los afiliados, el 'deseado' de la militancia. No aceptó ni una de sus ofertas, no atendió ni una sugerencia. Casado incorporó a casi toda la candidatura de la 'vice', desde Isabel Bonig a Fernando Maíllo, pasando por Alfonso Alonso y Juanma Moreno. Sólo quedaron fuera dos irreductibles: Fátima Báñez y José Luis Ayllón.
Un importante eslabón en el PP
Santamaría, excelente formación, trabajadora infatigable y ambición por arrobas, se ganó la confianza de Mariano Rajoy al frente del grupo parlamentario del PP, en los tiempos duros de la oposición. Se convirtió en la colaboradora eficaz e insustiuíble. Al llegar a la Moncloa, en 2011, acaparó toneladas de cargos y responsabilidades, desde la vicepresidencia a la portavocía, pasando por la responsabilidad del CNI. Lo controlaba todo, lo sabía todo, lo decidía todo. La influencia de la 'vicetodo' se hizo tan inmensa que despertó, enseguida, rencores y enemigos. Un grupito de ministros, impulsados por José Manuel Soria y García Margallo, crearon el G5, que luego fue G7, compuesto por sus más firmes enemigos dentro del Gobierno. Uno a uno, fueron cayendo en desgracia, o terminaron en la calle tras episodios de escándalo.
Controlaba la relación con los medios, desde empresarios a periodistas y laboraba con ahínco por recibir un trato favorable y hasta encomiástico en la opinión pública. Siempre en cabeza de las encuestas, gozaba de una notable simpatía popular. De ahí que Casado acariciara la idea de ofrecerle la candidatura a la alcaldía de Madrid. "Soraya destroza a Carmena", se decía.
Su última etapa en Moncloa resultó un cúmulo de desastres. Rajoy la puso al frente de la 'operación diálogo', un empeño por reconvertir a los independentistas en gente razonablemente democrática. El gran naufragio del mandato de Rajoy se produjo en las tierras catalanas. Una herida cada vez más abierta, un terremoto todavía en danza.
Desalojada ya del Gobierno, con sus poderes desportillados, intentó una última cabriola. Se lanzó a la conquista del sillón vacío de Génova, convencida de su inevitable victoria. Nunca había perdido. La moción de censura era cosa de Rajoy. Ella podía derrotar a Sánchez y recuperar el trono de la derecha. Un joven audaz, con el que sintonizaba la militancia del PP, le ganó el pulso, en una batalla frontal con el aparato y el propio Mariano.
No lo superó. No admitió verse convertida en una más, en no controlar los cuadros de mando, en decir 'a tus órdenes, jefe', como le cantaba alegremente a Rajoy. Dos portazos le dio esta semana a Casado. DEn el Congreso y en Barcelona. Era el anuncio de su salida. El último gesto de su arrogancia. No se veía capaz de trabajar con esos muchachos que intentan ahora rescatar al partido de su declinar. Se va a casa. Dos años de incompatibilidades y luego, algún cómodo hueco en la empresa privada. "Mis mejores deseos", le ha dicho a Casado. Una variante de "¡ahí te quedas!"