Del pasmo al encontronazo. Quim Torra confirmó todos los pronósticos sobre su esencialismo nacionalista, su independentismo furibundo, su sectarismo sin fisuras. En su heterodoxo discurso de investidura, sin más eje ideológico que la secesión, hilvanó un bruñido rosario de ataques a las instituciones, empezando por la Corona ("Majestad, así no") y terminando por la judicatura (las "barbaridades procesales" de Llarena). Incluso acusó de malversación al ministro Zoido por la operación policial del referéndum.
Se comprometió insistentemente en culminar el 'procés', taimadamente interrumpido tras la proclamación de la independencia del 27 de octubre. Construirá la república, liberará a los presos y colocará en la presidencia a Puigdemont. "Resistiremos, insistiremos y le investiremos". No logró la mayoría absoluta para ser proclamado 'president'. Depende de lo que la CUP decida este lunes.
El único detalle del programa que se dignó a exponer ante la Cámara fue el de la confrontación con el Estado, la tensión, la crispación, y el choque frontal. Hasta las últimas consecuencias. "Llegado el momento, no hará como su padrino, éste no aflojará, este va hasta el final", comentaba un diputado de su grupo. Dijo no tener miedo a las represalias y asumió, junto a aquellos que integren su futuro Govern, todas las responsabilidades de lo que pueda ocurrir. Los separatistas, sabido es, sólo se arrugan cuando comparecen ante el tribunal.
Antiespañol obsesivo
"Es peor de lo que esperábamos", confesaban en la bancada de la oposición. Sus polémicos tuits le habían descrito como un antiespañol obsesivo, despreciativo, insultante y xenófobo. Algunos portavoces constitucionalistas, como Arrimadas, Iceta o Albiol, se lo reprocharon durante el debate. "Qué bien que lo mencionan, así mis libros se venderán aún más", respondió en tono burlón, farisaico. Ahí se produjo el primer gran choque.
La sesión terminaba, era el turno de las contraréplicas. Arrimadas, algo dispersa en su primer turno, saltó a la yugular del postulante: "¿Pero quién se ha creído? ¿Se mofa y se ríe después de habernos humillado?". La dirigente de Ciudadanos, siempre en castellano salvo dos párrafos en inglés y en catalán, asumió en ese momento su papel de líder de la oposición, de jefe de filas del partido más votado, de la voz tronante de ese millón de personas que salió dos veces a las calles de Barcelona con la bandera de España. Y también, de ese setenta por ciento de catalanes que se sienten españoles y a los que Torra pretende ignorar, primero, y borrar después. "Nos quieren eliminar", ya había advertido la dirigente del grupo naranja en su primera intervención.
Hasta entonces, la marioneta de Puigdemont se había mostrado como un probo editor, historiador apócrifo, escritor sin lectores, cancerbero de la esencia patriótica y aspirante a convertir a Cataluña en lo que nunca fue. Un recitativo mesurado, sin amago de épica, un buen racimo de palabras altisonantes, carretadas de victimismo y una obsesión en su prédica: el odio hacia el Estado, es decir, España.
La lengua y la etnia
La creación de la república, es decir, la independencia -porque, como le recordó Iceeta, "la república son los ciudadanos, no la lengua, ni la étnica"- , y la revisión del 155. Avanzó un somero esquema sobre cómo será su nación. Será el presidente 'provisional' de un periodo 'de transición' en el que convivirá una extraña bicefalía. El vértice estará, claro está, en el exterior. Torra, quedó claro, es un mandado, un mero servidor de los designios del 'legítimo'. El consejo del 'exilio' que liderará el prófugo y la Generalitat, de la que él se hará cargo. No sabe aún cuál será su despacho. Está a lo que el fugitivo de Berlín decida.
Recuperará las leyes aprobadas por el Parlament en las jornadas del 6 y 7 de septiembre, creará un comisionado para revisar los excesos del 155, restituirá a todos los cargos en sus puestos, potenciará la creación de embajadas, retirará la demanda contra Artur Mas por el 9N y pondrá en marcha un proceso constituyente para diseñar su república. En la que, como le recordaron Arrimadas y Albiol, no tendrán cabida 'los malos catalanes'.
"Si aquí no cabe un catalán como Montilla, aquí no cabe nadie", le había espetado Iceta, en relación a uno de sus tuits contra el PSC. "Usted no ha venido a presidir un Gobierno, ha venido a dirigir un CDR", le soltó Arrimadas, en relación a los grupos del matonismo independentista que campan a sus anchas por toda la región.
Mendigar a la CUP
Torra, de una altanería insultante, no ocultó sus enormes dosis de soberbia al referirse al consabido e inevitable diálogo. "A ver, Rajoy, vamos a hablar". Y le exigió una mesa y un gobierno en cada extremo, de tú a tú. A Junker también le reclamó apertura de negociaciones con Europa.
Tras el choque con Cs, la genuflexión ante la CUP. Torra consumió la práctica totalidad de su segunda ronda en suplicarle el voto a la CUP. Toda una tradición. Juró y perjuró que su mandato no será el de un mero gobierno autonomista, que el 1-O será su única guía, que su objetivo prioritario es la república. Carles Riera, el portavoz de los antisistema, desde sus raquíticos cuatro escaños, había arremetido fieramente contra ERC y JxCat en su deposición. Tras las jaculatorias del candidato, levantó la nariz, frunció el ceño, sacó lustre a las uñas y afirmó: “Tomo nota”.
Este domingo, la asamblea anarquistoide del grupo que arrojó a Artur Mas a la papelera de la historia, decidirá si hace lo propio con Torra o lo 'entroniza' en el sillón de la plaza de San Jaime. Torra es más secesionista que la mitad de la CUP, en la que late un sentimiento fieramente leninista. Tiene buenas relaciones con muchos de sus líderes y, hasta hace unas semanas, incluso era su candidato favorito tras Puigdemont. Ahora, con las encuestas a su favor, con sus cuatro votos decisivos, se hacen de rogar. Y Torra, rogó.
Puigdemont, desde su cuartel alemán, ya desvelaba la jugada. En cinco meses, habrá elecciones. Las convocará Torra, que para eso le ha designado. Y en enero, a las urnas, con él mismo al frente de una lista de unidad separatista.