Durante su comentada entrevista en La Sexta, esa en la que mostró una increíble falta de rencor para con quienes acababan de desalojarle que más pareció una forma de buscar un futuro cómodo, el dimisionario Teodoro García Egea dijo que en la política española las cosas van muy deprisa. A fe que tenía toda la razón. Se la otorgan los hechos, frenéticos hasta el delirio pero hechos al cabo. Porque lo sucedido estos días en el PP evidencia una vez más que en la cosa pública nacional los acontecimientos corren demasiado veloces.
Todo o casi todo empezó en el año 2015. Desde las elecciones generales de diciembre de aquel año en España se han visto cosas que nunca antes habían ocurrido. Muchas, quizás demasiadas primeras veces que evidencian el tiempo líquido de la política en que vivimos.
Todo son récords, hitos, sorpresas. La vida pública se ha convertido en una vorágine donde la calma, la sensatez o la paciencia parecen proscritas. Hasta el más tranquilo de la clase, que por supuesto era Mariano Rajoy, acabó atropellado. Lo de resistir para ganar que decía su paisano Cela ya no es posible. No hay espacio para lamentos, titubeos o rectificaciones.
Los datos son elocuentes. Tres de los cinco candidatos a la presidencia del Gobierno que debatían antes de la última contienda electoral ya han caído y son historia: Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pablo Casado. Pero hay mucho más que cambios al frente de los principales partidos. En estos siete años hemos asistido a cuatro elecciones generales, con dos repeticiones obligadas porque fracasaron varios intentos de investidura, y a tres mociones de censura en el Congreso de los Diputados, entre ellas una que prosperó y sirvió para cambiar de presidente del Gobierno sin pasar por las urnas por vez primera. También por primera vez desde la Transición se creó un Ejecutivo de coalición.
No puede olvidarse, claro está, el procés catalán que culminó en el referéndum del 1 de octubre de 2017 y en el posterior intento de sedición según sentenció el Tribunal Supremo. Precisamente a raíz de ese desafío, el Gobierno aplicó también por primera vez el artículo 155 de la Constitución que suspendió la autonomía de Cataluña. Luego llegarían los indultos a los líderes separatistas y nadie sabe en qué quedó la famosa mesa de diálogo.
Suceden tantas cosas y de forma tan rápida que la memoria no puede procesarlas
Los dos grandes partidos, PSOE y PP, han vivido momentos tan traumáticos como sorprendentes. En octubre de 2016 llegó aquel comité federal del PSOE nunca antes visto que defenestró a Pedro Sánchez y ahora acaba de producirse el no menos novedoso complot de los barones del PP que ha servido para finiquitar el liderazgo de Pablo Casado. Parece que este último se está despidiendo de la política pero quién sabe qué puede ocurrir, teniendo en cuenta el caso de Sánchez, que logró revivir, recuperar el trono del partido y después llegar a la Moncloa.
En este convulso período hemos visto el auge y caída de los dos partidos de la nueva política, Podemos y Ciudadanos. En diferentes momentos ambas formaciones llegaron a liderar todas las encuestas y, de hecho, lograron fenomenales resultados en diversas contiendas electorales, pero después se fueron apagando poco a poco, con las desapariciones inesperadas de dos liderazgos que parecían eternos, los de Iglesias y Rivera, respectivamente. La caída del partido naranja es mucho más fuerte porque apenas cuenta con 10 diputados en el Congreso y porque el partido morado forma parte del Gobierno, si bien parece que ahora mismo sus siglas quedarán opacadas por la plataforma que prepara Yolanda Díaz.
Tampoco es baladí el hecho de que por primera vez en muchos años un partido a la derecha del PP, que es Vox, crezca y crezca sin parar. Más aún si tenemos en cuenta que tras su nacimiento sobrevivió a duras penas como una formación marginal que parecía destinada a la desaparición. Y a todo esto hay que sumar, claro está, la igualmente asombrosa marcha de España de Juan Carlos I por los desmanes cometidos.
Suceden tantas cosas y de forma tan rápida que la memoria no puede procesarlas. Demasiados escándalos o, peor aún, demasiados sucesos anecdóticos elevados a la categoría escandalosa sin serlo. ¿Antes de la penúltima crisis que ha despertado aquello alguien se acordaba del máster y el vídeo de las cremas que se llevaron por delante a Cristina Cifuentes? ¿Quién se acuerda de Máxim Huerta como ministro de Cultura tras aquella dimisión en tiempo récord? ¿Algún español podría rememorar que en aquellos días dimitió otra ministra llamada Carmen Montón por el escándalo de su tesis? ¿Qué era aquello de la trama Púnica? ¿Y los ERE de Andalucía?
Yendo a lo más reciente, ¿cómo se llamaban esos dos diputados de UPN que rompieron la disciplina de voto en el Congreso cuando se votaba la reforma laboral? ¿En qué quedó el recurso judicial del PP tras el error en esa misma votación de su diputado Alberto Casero que provocó la aprobación del cambio legal? ¿Qué pasó con el ministro Alberto Garzón y las macrogranjas? ¿En cuál de las Castillas ha habido unas elecciones?
¿Alguien sabe quién era una tal Susana Díaz? ¿Qué hay de José Luis Ábalos o Iván Redondo? ¿Y dónde están Alberto Ruiz Gallardón, María Dolores de Cospedal o Soraya Sáenz de Santamaría? ¿Quién era José Manuel Villegas?
Cuando estudié Periodismo me contaron que la opinión pública retenía la información de los asuntos comunes durante una media de tres meses antes de arrumbarla al cajón del olvido. Ahora no creo que tarde ni tres días en desechar lo que sucede. La desechamos porque la política ya es como esos productos que consumimos con voracidad insaciable.
Sobran los ejemplos y falta espacio para recogerlos. Es muy sintomático pensar que aunque parezca mentira todavía no ha pasado un año desde que un intento de moción de censura en Murcia provocó que Isabel Díaz Ayuso adelantase las elecciones en Madrid, que Iglesias dejase la vicepresidencia del Gobierno para ser candidato y que, tras los resultados, el fundador de Podemos decidiera abandonar la política.
El ritmo vertiginoso que padecemos provoca que los personajes también envejezcan a marchas forzadas o incluso desaparezcan sin dejar rastro y como por arte de ensalmo. ¿Alguien sabe quién era una tal Susana Díaz? ¿Qué hay de José Luis Ábalos o Iván Redondo? ¿Y dónde están Alberto Ruiz Gallardón, María Dolores de Cospedal o Soraya Sáenz de Santamaría? ¿Quién era José Manuel Villegas? ¿Qué será de Luis de Guindos? ¿Pedro Duque se ha vuelto al espacio?
¿Les suena Íñigo Errejón? ¿Quién recuerda su ‘pacto de las empanadillas’ con una tal Manuela Carmena para marcharse de Podemos? ¿Y aquel duelo fratricida contra Iglesias en Vistalegre del que acaban de cumplirse cinco años y que parece que ocurrió hace un siglo?
La sensación para los ciudadanos es que todo va demasiado rápido, como a golpe de ocurrencia o de tuit, sin reflexión ni inteligencia, con exagerado marketing y escaso contenido, hasta el punto de que nada es perdurable y casi cualquier cosa parece posible
Lo sucedido con los citados Casado y Egea evidencia que cualquier dirigente, por poderoso que parezca, puede mutar en cadáver de repente. Diríase que los propios políticos viven tan inmersos en esta liquidez que ni siquiera pueden contemplar "cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte".
Entretanto, la sensación para los ciudadanos es que todo va demasiado rápido, como a golpe de ocurrencia o de tuit, sin reflexión ni inteligencia, con exagerado marketing y escaso contenido, hasta el punto de que nada es perdurable y casi cualquier cosa parece posible. La estabilidad está sobrevalorada. Lo fugaz es imparable. Todo lo que antes era sólido ya parece más gaseoso que líquido. Y cada dos por tres se vive un “día histórico” porque, en efecto, nunca antes había sucedido algo similar.
Para colmo, el contexto internacional tampoco ayuda a serenar esta política vertiginosa, primero con una pandemia mundial y ahora con una guerra en Europa. Esas convulsiones aceleran aún más, si cabe, esta prisa, esta desmemoria y esta fragilidad que nos gobiernan. Lo difícil es vaticinar hacia dónde vamos tan raudos, pero no parece un destino placentero.
Escribió Zygmunt Bauman en su célebre ensayo que "la vida líquida es una vida devoradora". Pues eso.