“Perejil lo cambió todo”. Con esa frase resumen mandos militares sus recuerdos sobre la operación Romeo-Sierra, en la que las Fuerzas Armadas españolas desalojaron a los efectivos que Marruecos apostó en el islote de soberanía nacional. No sólo por la delicadeza de la intervención -“nadie sabe qué habría pasado si se hubiera pegado un tiro o hubiese que lamentar bajas”-, sino porque el despliegue, del que en estas fechas se cumplen veinte años, revolucionó la estructura militar en España. Una efeméride ahora envuelta en silencio, en un contexto en el que España y Marruecos han reconducido sus relaciones tras la reciente crisis diplomática.
“Supuso un antes y un después”: si antes cada cuerpo militar tenía una autonomía en España casi total en las misiones, ahora se requiere la mayor coordinación entre Tierra, Aire y Armada a través del Mando de Operaciones, que se creó precisamente a partir de la crisis de Perejil. Para entender lo que supuso aquel suceso es inevitable recordar el transcurso de los acontecimientos. Han pasado veinte años y, desde entonces, sólo permanece en el mismo puesto uno de los grandes protagonistas: el rey Mohamed VI.
Las tensiones entre España y Marruecos alcanzaban los máximos niveles. Un joven Mohamed VI había llegado al trono en el año 1999 y desde entonces enarboló las banderas de patriotismo marroquí, que tanto calaban entre las clases más populares del reino alauí. Las reivindicaciones incluían la recuperación de los “territorios ocupados” -así lo denominan desde el país vecino- por España: principalmente Ceuta y Melilla, pero también los peñones de Alhucemas y Vélez de la Gomera, así como diversas islas e islotes, desde Chafarinas hasta Perejil, que salpican la costa norte marroquí.
Perejil apenas tenía importancia estratégica en términos militares. Es un espacio deshabitado que se erige a unos ocho kilómetros de Ceuta, con una longitud y anchura máxima de 400 metros en ambos casos. Unas pocas cabras daban vida a la superficie. Pescadores y quizá algún traficante de drogas lo frecuentaban de vez en cuando para ocultarse, ya fuese de las inclemencias meteorológicas o de las autoridades.
La Gendarmería Real de Marruecos desplegó una fuerza en Perejil el 11 de julio de 2002. Estalló la crisis. España interpretó el gesto como una agresión a su soberanía nacional. Si no se defendía ahora Perejil -esgrimían desde el Gobierno de José María Aznar-, qué no podría ocurrir con enclaves más destacados, como Ceuta y Melilla, ante una futura injerencia.
Mohamed Benaissa y Ana Palacio lideraban los ministerios de Exteriores marroquí y español. Él era uno de los hombres de máxima confianza de Mohamed VI. Ella acababa de sustituir a Josep Piqué al frente de los servicios diplomáticos nacionales. Durante varios días se especuló con la posibilidad de que se alcanzase un acuerdo por la vía del diálogo, pero no fue posible. Y que Marruecos sustituyese a los gendarmes apostados en Perejil por infantes de marina, unidad de élite, era sinónimo de que no había opción para la conversación.
La intervención militar
España decidió intervenir. Federico Trillo encabezaba el Ministerio de Defensa. El reto “era enorme”, señalan mandos militares a Vozpópuli. La intervención requería la máxima coordinación entre efectivos del Ejército de Tierra, del Aire y de la Armada. En el islote había una fuerza pequeña, de la que se desconocía su composición. Pero los cielos y los mares estaban colmados de aviones y embarcaciones que impedían cualquier aproximación.
Fue entonces cuando se gestó la operación Romeo-Sierra, no sin dificultades, debido a cuestiones logísticas que requerían la mayor urgencia en el aprovisionamiento de material. Como ejemplo, la Guardia Civil brindó elementos de protección a personal militar que participó directamente en la operación.
El principal reto, no obstante, pasaba por el perfecto entendimiento entre los diferentes cuerpos militares. El contraalmirante de la Armada Jesús María Bringas asumió el liderazgo en el puesto de mando avanzado, a bordo del buque Castilla, desde el golfo de Cádiz y escoltado por la fragata Baleares. Sobre sus hombros recaía la responsabilidad de aplicar con precisión milimétrica todas las directrices que recogía la operación Romeo-Sierra.
Las tropas españolas se congregaron en Facinas, una pedanía de Tarifa (Cádiz). Se consideraba un punto lo suficientemente cercano a Perejil como para asegurar un despliegue eficaz
El detalle de los medios activados da buena cuenta de la envergadura de la intervención: el Ejército de Tierra movilizó tres helicópteros HU-10 de reconocimiento, tres HU-21 y tres Cougar de transporte en cuyas entrañas viajaban los 23 boinas verdes y cinco infantes de marina que saltarían al islote. La Armada desplegó sus fragatas Navarra y Numancia, las corbetas Infanta Elena y Cazadora, así como varios patrulleros, a los que habría que sumar los de la Guardia Civil. Los cazas de combate F-18 y F-1 del Ejército del Aire partieron desde sus bases para asegurar la defensa aérea durante la acción.
José María Aznar dio luz verde a la operación a última hora del 16 de julio, que se ejecutaría al amanecer del día siguiente. Las tropas españolas se congregaron en Facinas, una pedanía de Tarifa (Cádiz). Se consideraba un punto lo suficientemente cercano a Perejil como para asegurar un despliegue eficaz, pero al mismo tiempo adentrado en territorio nacional para evitar el seguimiento de las fuerzas marroquíes.
Seis helicópteros españoles partieron aún de noche, a las 5.30. Soplaban vientos fuertes, de 50 nudos, que dificultaban las maniobras de despegue, pero lograron salir con éxito. En su trayecto se encontraron con los focos de una embarcación militar marroquí que les alumbraba directamente. Los militares españoles veían que los marroquíes ponían a punto su armamento, hasta que una fragata de la Armada se interpuso obligando a maniobrar a la del reino alauí.
Los helicópteros españoles llegaron a Perejil a las 6.21. La hora no era casual. Justo salía el sol y eso cegaba a los marroquíes desplegados en la isla. No había una cifra precisa de cuántos podía haber. Una de las aeronaves se ubicó justo donde estaban las tropas marroquíes y les instó a deponer las armas. Imbuidos como estaban bajo el sol cegador y el ruido atronador del helicóptero, los infantes de marina de Mohamed VI no se percataron de que las unidades de élite españolas habían saltado a la isla y se les aproximaba por la espalda.
La misión culminó con éxito, cumpliendo la principal premisa: “Cero bajas”. Un militar español resultó herido al saltar sobre Perejil, debido al golpe de viento que sufrió el helicóptero en el que viajaba. Las tropas marroquíes capturadas fueron devueltas a las pocas horas al reino alauí a través del paso del Tarajal. España desplegó a continuación a varias unidades de legionarios en los diversos territorios de soberanía nacional repartidos por el norte de Marruecos para salvaguardar las posiciones.
Mohamed VI, entonces y ahora
El episodio propició una crisis diplomática sin precedentes. España sumó el apoyo directo de la Unión Europea, mientras que la OTAN calificó de "no amistoso" el despliegue marroquí en Perejil. Marruecos, sin grandes apoyos internacionales, devolvió el statu quo a la isla. Estados Unidos medió en las negociaciones bilaterales, que se saldaron con la retirada de la Legión y la restitución del orden previo.
Han pasado veinte años y, desde entonces, han cambiado todos los protagonistas. O casi todos. En España, por descontado, no queda en primera línea de la política ninguno de los miembros del Gobierno de José María Aznar que gestionó la crisis -con apoyo cerrado del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero-. Ni siquiera ocupa el trono Juan Carlos I, que como máximo mando de las Fuerzas Armadas siguió con intensidad el devenir de la operación Romeo-Sierra.
El único que permanece en el mismo trono que entonces es Mohamed VI. El monarca tomó las riendas de aquella crisis... y también de la más reciente entre España y Marruecos, con la irrupción de miles de personas en Ceuta por vías irregulares como máximo exponente de la ruptura diplomática. A estas alturas, Madrid y Rabat han reconducido sus relaciones, firmando un nuevo acuerdo de cooperación que incluía el reconocimiento español a los planes de soberanía marroquí sobre el Sáhara occidental.
Han pasado dos décadas y el episodio está envuelto en un silencio no acostumbrado. En efemérides anteriores, la prensa marroquí recordaba el suceso como uno de los grandes pulsos que Mohamed VI ha lanzado a España. Ahora, con las aguas de nuevo en su cauce, apenas hay referencias al episodio.
¿Y por qué para las Fuerzas Armadas supuso "un antes y un después"? Las lecciones aprendidas en la crisis de Perejil propiciaron la creación del Mando de Operaciones, órgano encargado del "planeamiento operativo, la conducción y el seguimiento de las operaciones militares". O lo que es lo mismo, responsable de la coordinación de las Fuerzas Armadas en la consecución de los objetivos en sus misiones.
Ahora sería difícil entender las Fuerzas Armadas sin la existencia del Mando de Operaciones, el cerebro bajo el que se desarrollan todas las misiones. Perejil 'revolucionó' las estructuras militares españolas y propició su adaptación a las exigencias actuales. La evacuación de Kabul del pasado verano, como ejemplo reciente, requirió el máximo desempeño de este órgano militar en un momento de absoluta crisis. Una labor que se traduce en el trabajo de todos los militares desplegados en operaciones, tanto en territorio nacional como en el exterior.