No todo es malo en una crisis. Dicen que las crisis actúan como un eficaz purgante capaz de limpiar en las economías, de los países y de los paisanos, los excesos cometidos en época de vacas gordas, tal que la mala aplicación de los recursos, el endeudamiento excesivo, los gastos suntuarios, la pérdida de las ganas de trabajar, el abuso de los “derechos adquiridos” y tantas y tantas cosas. Las crisis agudizan el ingenio, hacen brillar el talento de quien lo posee y ponen en su sitio a aquellos que se habían acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades. A alguno de nuestros ricos, la crisis les ha puesto en su sitio.
Ayer supimos que Juan Abelló, el hombre que con más garbo suele lucir el smoking en España, que es una auténtica gloria verlo de smoking, ha vendido su participación en Sacyr con unas minusvalías que rondan los 200 millones de euros y que seguramente superarán esa cifra. Si aceptamos que el precio medio de ese paquete estaba en los 8 euros, que la acción ha rondado esta semana los 1,70 euros, y que la colocación se ha realizado con un descuento digamos del 10%, la minusvalía podría rebasar ampliamente los 200 millones citados, un pico, oiga, algo así como 35.000 millones de las antiguas pesetas, por ponerle una cifra comprensible de acuerdo con los antiguos estándares.
Lo cual quiere decir que el apuesto Abelló o bien está muy necesitado -que también, porque muchos, casi todos nuestros ricos, miembros de esa irrepetible especie que conforma el capitalismo castizo madrileño tan proclive al pelotazo y tente tieso, han sufrido un varapalo considerable tras cinco años de crisis-, o bien dispone de información privilegiada, de noticias frescas que el resto de los mortales no tiene, según las cuales Sacyr tiene menos futuro que un caramelo a la puerta de un colegio, lo que sería tanto como decir que Sacyr está muerto, aunque puede que Manuel Manrique no lo sepa.
Naturalmente que las “necesidades” de Abelló y familia están más que cubiertas y que míster Frenadol no va a pasar apuros económicos de ningún tipo. No se trata de eso. Se trata de que la brutal crisis que con tanta dureza viene castigando a tantas familias españolas, está colocando en su sitio a algunos de nuestros más prominentes apellidos, poniendo en evidencia sus capacidades -más bien escasas- su condición de fortunas especulativas, y su incapacidad para invertir en proyectos de futuro generadores de riqueza que no tengan que ver con la tarifa, con el BOE y, en definitiva, con el favor político del Gobierno de turno. Justo lo contrario de lo que George Gilder, en Wealth and Poverty, dice al respecto: “Una economía exitosa depende de la proliferación de ricos, de contar con una amplia clase de personas dispuestas a asumir riesgos para crear nuevas empresas, ganar mucho dinero y reinvertirlo”.
Una clase empresarial que no tiene un pase
La caída de Abelló ha venido precedida de la de personaje antaño tan rumboso como Luis del Rivero, presidente y alma mater que fue precisamente de Sacyr, un buen ingeniero, un gran ingeniero de caminos en sus tiempos de Ferrovial, capaz de crear empresa propia en su día con otros colegas, una buena empresa, una gran empresa constructora, y que, ya en plan triunfador, perdió el sentido, literalmente enloqueció al entrar en contacto con la inane sociedad madrileña de las cenas, las grandes casas, las enormes fincas en el campo, etc., etc. Del Rivero y Abelló, socios en Sacyr e íntimos amigos antes de que acabaran tarifando, protagonizaron una de las operaciones más vergonzosas que se recuerdan en este país, una maniobra solo entendible bajo los parámetros de una democracia tan endeble como la nuestra: el intento de asalto al BBVA contando con la ayuda, el respaldo y casi la dirección técnica del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y de su entonces jefe de la Oficina Económica, Miguel Sebastián.
Simplemente Francisco González (FG) no era “uno de los nuestros”, es decir, no era un simpatizante de la causa socialista, y había que desalojarlo por la fuerza de su fortaleza de Azca. Como ellos sí eran “de los suyos", se les franqueó a continuación, cual premio de consolación, la entrada en el capital de Repsol, ello a base de un apalancamiento brutal, es decir, de dinero ajeno, que el dinero era abundante y barato entonces, casi regalado, componiendo así el cuadro insólito de una pequeña empresa constructora propietaria como por ensalmo del 20% del capital de una gran petrolera. Cuando las aguas de aquel dinero fácil empezaron a menguar, sobre Sacyr empezó a gravitar como una losa la dimensión de su colosal endeudamiento, al que le habían llevado las aventuras imperiales de un Gobierno que no tenía un pase y el afán de enriquecimiento a la sombra del poder político de los ricos del Madrid de siempre.
El mismo esquema se ha repetido, casi calcado, con otra constructora –siempre las constructoras a la sombra del poder político, de las comisiones, de la financiación de los partidos y, en suma, de la corrupción-, la ACS de Florentino Pérez y su entrada en tromba en el capital de Iberdrola. El gran Floro iba a desalojar a Ignacio Sánchez Galán de la presidencia de la eléctrica en un abrir y cerrar de ojos. Sus planes, excelso depredador, pasaban por trocear la compañía, venderla por partes y forrarse, después de pagar las ingentes sumas pedidas a crédito para financiar la aventura. La saga fuga de este adalid del capitalismo castizo ha terminado con pérdidas para ACS –y para sus accionistas, March y Albertos entre otros- superiores a los 1.300 millones. Sánchez Galán, modesto él, ni siquiera se ha dignado mofarse en público de quien tan rápidamente iba a hacerle fosfatina. Termina así la huida hacia adelante de los ricos madrileños, como terminó la aventura del Gobierno Zapatero: como un patético rosario de la aurora capaz de dejar tras de sí un país quebrado, y el ejemplo de un empresariado que, con notables excepciones, no tiene un pase.