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Sexo furtivo, cocaína y esvásticas rosas

El novelista mexicano Alex Espinoza publica una historia del ‘cruising’

De manera creciente, triunfan los ensayos históricos donde no se habla de presidentes, ni de generales, ni de tratados internacionales. Bill Bryson convirtió en éxito global su espléndido En Casa: una breve historia de la vida privada (RBA, 2014), que confirma que los cambios que se producen dentro de nuestros hogares son tan importantes como los que ocurren fuera. Howard Zinn también triunfó explicando las mutaciones de su país desde el punto de vista de los perdedores, consiguiendo que La otra Historia de Estados Unidos (Hiru, 1997) sea hoy un manual obligatorio en la mayoría de los institutos del país que analiza. Por supuesto, el público sigue interesado en los grandes personajes de la Historia, pero también en lo que Manuel Vázquez Montalbán llamaba los "peatones de la historia”. En esta corriente se inscribe el sustancioso Cruising, historia íntima de un pasatiempo radical (Dos Bigotes, 2020), del novelista mexicano Álex Espinoza, una lectura más que recomendable.

Portada del libro de Espinoza

Para quien no lo sepa, el cruising es la práctica en la que una persona acude a un lugar público (aparcamientos, urinarios, callejones…) para tener encuentros sexuales furtivos con extraños. Tiene su origen y su  público en la comunidad LGTBI. El libro no se apoya solo en una notable investigación, sino que incluye las intensas experiencias del autor a lo largo de varias décadas. Puede parecer una práctica marginal, pero al zambullirnos en sus detalles vemos que no lo es tanto, ya que arranca en la antigua Grecia y tiene un recorrido robusto donde se entremezclan la estrella pop George Michael, las ‘molly houses’ británicas del siglo XVII, el escritor Oscar Wilde, películas con Al Pacino como protagonista y la llegada de Silicon Valley con aplicaciones tipo Grindr. Tampoco faltan personajes bizarros como el pastor Scott Lively, autor del libro La esvástica rosa (2009), que defiende que las élites nazis eran filogays. En principio, estamos ante el típico tronado, pero tan activo que después de una de sus visitas a Uganda se introdujo el primer borrador de una ley contra el estilo de vida homosexual, ya que había convencido al primer ministro, David Bahati, de que estas prácticas podían corromper a la juventud nacional. Lively también se atribuye inspirar legislación rusa antigay, además de otros delirios que no caben en esta reseña de Vozpópuli.

"A pesar de que siempre he oído que la comunidad gay es abierta y acogedora, me sentía rechazado y aislado", confiesa el autor

Más allá de la información histórica, resultan muy valiosas las confesiones y recuerdos de Espinoza, por ejemplo cuando explica que en las discotecas gays de su juventud en Los Ángeles reinaba una idea tan normativa de la belleza que el cruising servía como alternativa para los descartados. “A pesar de que siempre he oído que la comunidad gay es abierta y acogedora, me sentía rechazado y aislado. En aquella época, mis amigos mexicanos -con sus cuerpos definidos y su confianza en sí mismos- siempre eran el fetiche y el objetivo de la mayoría de los hombres blancos del lugar (y probablemente aún lo sean) que los veían como nada más que complementos de sus perversiones y sus fantasías”, recuerda. “El ambiente de las discotecas era demasiado para mí. Requería que me vistiera de cierta manera, y por mucho que lo intentara, nunca iba a ser igual de guapo o deseable que mis amigos. En ese ambiente, nadie reparaba en mí. Nadie me quería o me necesitaba de la misma manera en que los hombres me querían y me necesitaban en baños, parques y callejones”, añade. El cruising como escape de los asfixiantes patrones de belleza gay.

esvasticarosa

Vertederos de amor

La experiencia de Espinoza no puede descartarse como singular o anecdótica. Bajo la sórdida imagen pública del ‘cruising’, se satisfacen necesidades humanas básicas que abarcan más que el sexo duro. El periodista Jeff Leavel de la revista Vice escribía esto en la reseña de una exposición sobre cruising en el museo Schwules de Berlín en 2017. “Veo destellos: una polla dura, un culo desnudo, un hombre arrodillado en un urinario, tres hombres agarrando el culo de un chico y tomando el control. Pero no fue la hipersexualidad de las fotos lo que me cautivó. Fue la luz dorada que rodeaba las escenas, la ternura en los rostros de los hombres, la belleza, el amor y el deseo que reflejaban. Estos hombres no querían ser solo follados, sino también ser amados”, destaca.

"Los 80 suponen el auge de uan cultura que condujo a excesos, extravagancia y a un aumento del aislamiento, la xenofobia y el consumo de cocaína”, lamenta

A pesar de los enormes avances en aceptación de la homosexualidad, el cruising fue un vertedero de amor para sentimientos proscritos por la moral dominante. Es destacable que el autor no idealiza en ningún momento su juventud, ni sus primeras incursiones en esta subcultura. “A menudo he dicho que los ochenta fueron una época especialmente desafiante para un niño mexicano en el armario y con discapacidad. Esta década vio el auge de la Nueva Derecha, de la reaganomanía y la reducción de impuestos a los ricos, y de una cultura que premiaba el éxito y la codicia, lo que condujo a una época de excesos, extravagancia, yupis e individualismo, y a un aumento del aislamiento, la xenofobia, y el consumo de cocaína”, destaca.

La emoción de ser pillado

Especial interés despierta el debate sobre si las quedadas a través de aplicaciones puede considerarse cruising o no, debido a que excluyen elementos esenciales. “El riesgo de ser pillado, la emoción de que estás participando en algo ilícito, se convirtió en parte de nuestra experiencia. Fue un desafiante ‘jódete’, en muchos sentidos, a los sistemas que nos sometían y nos acosaban. Fue nuestra forma de decirles a los poderes fácticos que, a pesar de las barreras establecidas para evitar que nos encontrásemos, podíamos hacerlo. Podíamos tener sexo en estos espacios prohibidos y que no pasara nada”, celebra. Obviamente, usar una aplicación de citas en 2020 es otra experiencia diferente.

Imagen del autor

Lo mejor del libro, en mi opinión, es la capacidad de Espinoza para ver los malos ratos como una parte necesaria de los buenos. “Una vez me dijeron que se necesita paciencia y tiempo. Y dedicación. A veces tienes que sentarte en el retrete de un baño durante horas, escuchando a Céline Dion por los altavoces, esperando a que un extraño entre al cubículo de al lado, golpee con el pie en el suelo y saque la mano por debajo. Es una de las prácticas más antiguas, me dijo esa misma persona. Una parte de nuestro legado, una forma de atravesar la oscuridad hacia algo parecido a La Luz”, escribe. Sexo furtivo y a veces poco higiénico, pero con su carga mística.

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